ay cosas que no aguanto. Por ejemplo, el cambio de hora. Te despiertas a la hora de siempre, pero es una menos y, como ya te has desvelado, imposible volverte a dormir. ¿Qué haces a las seis de la mañana de un domingo? Poner la televisión y ver Don Erre que erre, una película de Paco Martínez Soria. Con el tono del sonido bajito a ver si suena la flauta y casco en el sofá. Ni por esas.

Luego, antes de las ocho, desayunas como un coronel en los Tercios de Flandes (arreaban con todo) y abres el ordenador para repasar resultados, leer crónicas y preparar partidos como el que nos ocupaba a partir de las nueve de la noche. Mientras cocinaba un arroz con verduras y pollo, sonaba la radio de fondo. La rueda de prensa del primer ministro anunciando un plan indigesto que nos puede llevar hasta mayo si el asunto no mejora.

Depresión. Ni excursión a Beasain a comprar morcillas, ni viaje a la cooperativa de Lodosa en busca de espárragos, pimientos, alcachofas y mermeladas. Adiós al outlet de Arnedo en el que tanto disfruto viendo y comprando zapatos. Au revoir a la excursión a Logroño, al mercado y a la frutería de Pedro y a los champiñones de El Soriano. Despedida del plan de viajes a Aix en Provence para saludar a balonmanistas guipuzcoanos y visitar el museo Cézanne. Esfumada la ruta por Asturias y Galicia, aprovechando el partido de Vigo del fin de semana que viene. Y así sucesivamente. Es mejor no emocionarse con planes imposibles.

Mientras tanto, paseítos cortos, cafecitos de andar por casa, compras para, aunque sea, animar la despensa y la nevera. Y sofá con televisión o televisión con sofá. Acabado el Giro, nos queda la Vuelta y el resto de deportes, incluido el patinaje artístico, que ya ha empezado a duras penas la temporada. Varios libros de temática variada y el móvil con mensajes, grabaciones, emoticones y vídeos. Recibí ayer uno buenísimo. Dura 32 segundos. Al principio sale cantando Raphael. "Hoy puede ser un día especial, hoy saldré por la noche". Seguido, la carcajada desmesurada de Risitas en un programa de Jesús Quintero. Te ríes aunque no quieras. Hasta las nueve de la noche fue lo más entretenido y animado del día, más allá del reconocimiento a dos ciclistas profesionales que siempre dan la cara. Pello Bilbao y Ion Izagirre, brillantes, humildes y comprometidos con los maillots que defienden.

Después, la faena habitual. Un Cádiz-Villarreal que, ganando al Huesca, nos dejaba líderes en solitario. Más tarde el Getafe-Granada, con coraza por si salpicaba algo. Finalmente la hora de las alineaciones del partido de Anoeta. Es un ejercicio entretenido pensar en el equipo que puede elegir el entrenador y lo que realmente sucede. Se preveían cambios y llegaron. Uno de ellos, el más emotivo, conllevaba la presencia de Jon Guridi en el once inicial. El azpeitiarra pasó un calvario con sus rodillas, con los plazos de recuperación, con el dolor. No bajó la guardia y creyó que era posible, pese a que por su cabeza circuló en algún momento la posibilidad de un punto y final. No exterioriza mucho lo que siente, pero seguro que, cuando ayer oyó su nombre entre los titulares, debió temblar por dentro. Una hora sobre el terreno y el retorno a la principal categoría del fútbol. Diferente a la sensación de Jon Bautista con el gol ante el Rijeka, pero coincidentes en los procesos. La procesión suele ir por vericuetos personales e insondables.

Quedaba confirmar si el resultado final cambiaba el tono del día o nos ponía la guinda amarga al pastel. ¿Que queréis que os diga? El resultado final fue muy holgado para las sensaciones de dificultad que el equipo atravesó en el camino. Costaba dominar, llegar y crear peligro. Fue precisamente un buen centro de Guridi que la mano de Maffeo cortó en la trayectoria. El penalti indiscutible lo transformó el de siempre, con los nervios más templados que el té de las cinco. El propio Oyarzabal se tiró con todo en el cabezazo del segundo tanto. Entre ambos goles, nada más salir del descanso, el Huesca encontró premio a las cosas buenas que había hecho hasta entonces. Nos pilló fríos. El capitán, al final del partido, pidió autocrítica por el modo de salir en el segundo tiempo. Lo quiso decir pese a la goleada. El equipo no perdió tiempo, especuló poco y tocó trompeta. Fue a por el Huesca, sin quedarse atolondrado como tantas veces sucedió en el pasado.

Como consecuencia de ello, una jugada imponente de Silva, con asistencia golosona, la aprovechó Portu. Minutos más tarde, por fin, uno de los habituales puntilleros mandó un balón al fondo del portal oscense. Fue Isak el autor del gol que cerraba el partido. Imanol aprovechó la holgura del tanteo para evitar mayores esfuerzos a los futbolistas determinantes y volvió a poner sobre el césped a la quinta del desparpajo. El plan al técnico oriotarra le salió redondo. Reparto de minutos, victoria, tres puntos, sin lesionados y liderato en solitario. ¿Algo más? Pese a que el partido estaba decidido, el equipo no bajó la guardia. Siguió en la pelea y hasta que el árbitro no pitó el final, nadie se puso a pensar en las tarantelas napolitanas que nos esperan a la vuelta de la esquina. En medio de alertas rojas, la Real se comporta de modo coral, en defensa y ataque, y elige el verde que sigue siendo color de esperanza. Qué dure así, aunque sea sin presencia de aficionados en las gradas. Pese a la buena voluntad de muchos para que la gente puede vibrar con su gente, como os decía, hay planes que parecen imposibles.