ucedió en Croacia. Concretamente en Dubrovnik, una localidad preciosa y un destino de vacaciones más que recomendable, no solo por la ciudad, sino también por sus preciosos alrededores. Estábamos de paseo por su coqueto puerto cuando comenzamos a oír cánticos como si se estuviese disputando un partido de alguna competición deportiva. Cuando nos acercamos lo máximo que pudimos, porque el improvisado recinto entre los barcos que habían tenido que mover estaba abarrotado, nos encontramos con que era un partido de waterpolo. Un deporte con mucha tradición y arraigo en Croacia. Por eso son los actuales campeones del mundo y los vigentes medalla de plata olímpicos. El ambiente no se podía creer. No tuve más remedio que preguntar quiénes jugaban, porque cada vez había más bengalas encendidas y el ambiente y las discusiones iban subiendo de tono. Al parecer, era una liga entre barrios de la ciudad, por lo que la rivalidad era casi ancestral y pasaba de padres a hijos.

Lo reconozco, impresionaba. Rescato esta anécdota que me marcó hasta el punto de que la recuerdo con detalle y a la perfección varios años después por la extraordinaria competitividad que demostraron ambos contendientes y la pasión con la que vivían el duelo sus respectivas aficiones, que no pararon de alentar a lo largo de todo el duelo. Porque, como es lógico, no me movió nadie de ahí hasta llegar al final de la contienda al amenazar con acabar como el rosario de la Aurora. Dicho sea de paso, la verdad es que luego no fue para tanto.

Puro carácter balcánico. Un pueblo con muchas heridas sin cicatrizar, con un orgullo patrio superlativo por sus distintas nacionalidades, pero con una capacidad para competir en equipo como no se ha visto nada igual. Y no es solo cuestión de talento, que también les sobra a lo largo de distintas generaciones y sus diferentes países. Ahí está la inigualable selección de baloncesto campeona del mundo de Petrovic y Divac, en Argentina en 1990, o la de fútbol, que partía casi como favorita para lograr la Eurocopa en 1992 hasta que la guerra truncó el sueño de una generación que había conquistado el Mundial Sub'20 en 1987; futbolistas como Robert Prosinecki (Balón de Oro del torneo), Zvonimir Boban (Balón de Plata), Predrag Mijatovic, Davor Suker, Igor Stimac, Branko Brnovic€ Y lo mucho que han conquistado después sus distintas y ya independientes naciones.

Sí, sé que muchos aficionados realistas, los más optimistas, se apresurarán a acusarme de cenizo, ya que en la anterior aventura europea la Real machacó al Vardar macedonio. Pero, cuidado, estos son croatas. Como sus primos de Zumosol, aunque no sean el Dinamo de Zagreb ni el Estrella Roja serbio. Reitero, no tiene nada que ver.

Lo que te llama la atención cuando estás en una playa croata es que la mayoría de sus jóvenes son gigantes. Auténticos animales con cuerpos esculturales pulidos en el deporte. Cuando regresaba una noche a mi hotel en Dubrovnik, una pareja estaba discutiendo a voz en grito en una plaza y el hombretón (1,90 mínimo) le dio un empujón a la mujer, ante lo cual reaccioné con un grito (no sé muy bien ni lo que dije, creo que no era entendible en ningún idioma). Se giró y se puso a correr justo hacia donde estaba, a pesar de que yo ya había doblado la esquina y había comenzado a mandar mensajes de despedida a todos mis familiares. En cuanto llegó me agarró el brazo por detrás mientras yo rezaba el Ave María y me disponía a entonar el Agur Jaunak; solo se me ocurrió decirle, casi como última voluntad, "I'm tourist" (como si eso me hiciese inmune). Lo cierto es que la cosa funcionó, porque, al más puro estilo primate, se acordó de quién era su presa y volvió a buscarla. Al menos, sirvió para que ella se escapara. No sé qué fue más surrealista, ese incidente o encontrarnos con Jordi Puyol y su mujer al día siguiente en el mismo puerto.

Sucedió en Madrid. En 1984, el equipo blanco se enfrentó al desconocido Rijeka en una eliminatoria de Copa de la UEFA y en la ida, a orillas del Adriático, cayeron 3-1 (ojito). En la vuelta, a falta de un cuarto de hora, los balcánicos aguantaban perdiendo solo por 1-0 hasta que sucedió lo inesperado cuando el árbitro expulsó al jugador Desnica por protestar. Con un pequeño detalle sin excesiva importancia, el croata era sordomudo: "El árbitro nos robó con las tres expulsiones, decidió robarnos el partido. Me expulsó de forma injusta y utilizó todas las técnicas posibles para evitar nuestra victoria. El penalti se lo inventó y el Madrid nos remontó después de tres expulsiones y ese penalti". Su explicación a la roja que envió por escrito al programa Què t'hi jugues de la Ser no tiene desperdicio: "Todavía hoy sigo sin entender por qué me sacó la segunda amarilla. El árbitro pitó una falta, pero yo no oí el silbato y seguí corriendo. Cuando vi que todo el mundo se paraba decidí lanzar el balón fuera y me sacó la primera amarilla. Y después me sacó la segunda y me expulsó. Me dijo que había protestado. Luego la UEFA decidió suspender de por vida al árbitro y creo que es la mejor decisión que podían tomar. Ayudaron al Madrid porque hubiese sido una vergüenza que un modesto les eliminara. Fue una absoluta injusticia". La acción tiene el mismo valor que la famosa piedra de Rosseta para descifrar el cúmulo de éxitos blancos en Europa.

El que avisa no es traidor, es avisador. El grupo que le ha tocado a la Real no tiene nada que ver con el último que afrontó en Europa. Los tres equipos de cada bombo superan a Zenit, Rosenborg y Vardar. No cuela que no se puedan comparar las ligas croatas y española, son 90 minutos a cara de perro, porque así le van a esperar a la Real, en los que, aparte de jugar bien, va a ser necesario sacar el carácter y la personalidad para arrancar puntuando. A poder ser con una victoria, que supondría un paso adelante gigante en la fase. Aunque un poco preparado por el mal recuerdo de la parroquia guipuzcoana por el mensaje de "vamos a disfrutar en la Champions", me gustaron las convincentes palabras de Olabe sobre que no van a un parque de atracciones. Y no soy agorero, no veo a la Real tan lejos del Sevilla que ganó la competición, pero para alcanzar sueños de grandeza, como aprendimos el año pasado en la Copa, hay que competir en todos los partidos. Empezando desde este en un escenario sin tanto atractivo. Sí, los blanquiazules se presentan con el cartel de líder de la Liga en Croacia, lo que multiplica las ganas de tumbarle. Como si en estos lares no supieran lo que es derrocar a visitantes que llegan hinchados y convencidos de que vencerán sin bajarse del autobús. Yo no me fío ni de que vayan a meter solo el 30% del aforo de la grada Concentración, espíritu, alma y orgullo. Casta y agallas. Y fútbol, claro, del bueno, ese que tantas veces despliegan los de Imanol. Para llegar al momento de créerselo, que le exigen ahora al Sevilla en la Champions, primero hay que ganárselo con certezas. Pocas cosas mejores en una carrera que salir a defender la txuri-urdin por Europa. ¡A por ellos!