lovió a mares el jueves en Cesenatico, cuna de Marco Pantani. Llovió antes de la salida. Llovió durante la etapa. Y llovió cuando esta terminó. Fue una jornada dantesca, terrorífica, sobre todo si de lo que se trataba era de recorrer 192 kilómetros en bicicleta. Un excorredor, analista radiofónico del Giro de Italia, explicaba por la noche lo que siente un ciclista en días así. "Suponen una tortura en lo físico. Pero mentalmente pueden resultar más duros aún. Una cosa es que te empiece a caer agua en el kilómetro 100, a falta de 90. Te abrigas, tiras para adelante y terminas. Otra cosa bien diferente es ver diluviar desde la mañana, en el hotel y en el autobús. Bajas las escaleras. Antes de montar en la bici ya estás calado. Y piensas en que te esperan seis horas así".

A mí con el fútbol pospandemia me está sucediendo algo parecido. Se reanudó la Liga en junio, sin público en las gradas, y uno lo asumió como algo tan necesario y lógico como transitorio. "Hay que terminar el campeonato. Sí o sí. Hagámoslo sin gente si es lo que toca". Entre semejantes pensamientos y que la Real se jugaba medio billete europeo en cada partido, aquellas once jornadas veraniegas se vivieron con pasión prácticamente unánime. Y sin una nostalgia ambiental que ha aflorado con vigor máximo ahora que el fútbol ha entrado en la famosa nueva normalidad. Pretemporada, Liga, parones internacionales, competiciones europeas€ Pero seguimos sin noticias de los gritos de las aficiones, de los goles celebrados con la grada, de las pañoladas ante la crisis de turno. En julio me sentía como el ciclista al que le empieza a llover en el kilómetro 100. Ahora soy el corredor que ve diluviar mientras desayuna en el hotel. Qué pereza.

Compareció Aperribay en rueda de prensa este pasado miércoles. Expuso que la pandemia implicó para la Real dejar de ingresar la pasada temporada quince millones de euros. ¡Quince millones! Por mucho que la Liga terminara sobre el verde. Por mucho que jugadores, clubes y organizadores compartieran esfuerzos. Por mucho que las televisiones pudieran emitir todos los partidos del tramo final. Por muchos chubasqueros y cortavientos que nos pusiéramos todos para concluir la etapa, en el pelotón todo Cristo llegó a la meta acatarrado. Una circunstancia que debería hacernos pensar a todos sobre la fragilidad del modelo. Puedo comprar que un contexto como el actual, con una pandemia castigando al planeta entero, resultaba imprevisible cuando se firmaron los contratos audiovisuales. Sin embargo, el grado en que el contratiempo ha castigado las finanzas de los equipos obliga a reflexionar. A reflexionar acerca de si no terminará explotando la burbuja. Y también a poner en valor la fuerza del aficionado en un deporte de componente eminentemente social como el fútbol. Sin gente alrededor, lo pierde casi todo.

Anoche, únicamente por espacio de 90 minutos, nuestra Real agradeció el panorama. Visitó al Betis en el Benito Villamarín, una caldera convertida esta vez en frigorífico. Recuerdo a Imanol hace poco más de un año, después de perder en San Mamés, lamentando que el ambiente había provocado dudas en sus jugadores a la hora de buscar al hombre libre. El partido de ayer, mientras, sirvió como ejemplo de lo contrario. Heliópolis, vacío, asistió a ofensivas txuri-urdin en las que nuestro equipo, sereno y pleno de confianza, rajó en canal al adversario atrayendo, dividiendo y pasando. Y seguro que la ausencia de público ayudó también a que esas monedas que cayeron de canto, en las acciones con intervención del VAR, terminaran enseñándonos su cara y no la cruz. En este juego, en cualquier caso, prevalece una circunstancia por encima de todas: hacer las cosas bien. Algo para lo que la Real viene desde hace meses aplicándose el cuento.