no de los ejercicios entretenidos para los analistas en la vida de los vestuarios deportivos es investigar los motes por los que se conoce a sus integrantes. Siempre suceden cosas que determinan este nombre o aquel otro. Algunos están generalizados y los conoce todo el mundo. Otros se reducen a círculos más íntimos. Es un secreto, por lo general, bastante bien guardado.

Ayer nos visitó Estufita. Se sentó (es un decir) en el banquillo visitante y trató de que los suyos ofrecieran su mejor versión y fueran competitivos. Javi Gracia se calentaba mucho cuando defendía la camiseta txuri-urdin. Odiaba perder en los rondos de los entrenamientos, echaba humo y discutía hasta el infinito si entendía que la razón era suya. Cabezón en el cariñoso sentido de la palabra. De ahí, el mote que le colgaron. Si ayer en el último segundo no anulan el gol y dan validez a la jugada, hubiera quedado de manifiesto lo que os cuento. Por eso, a día de hoy, no me extraña que mantenga un permanente cuerpo a cuerpo con la propiedad del club al que entrena.

Seguro que ayer, además de estar feliz por la disciplina táctica de los jugadores y la victoria de su equipo, recordó aquel tanto de febrero de 1998 en la portería de la derecha desde la posición de los banquillos. Un derbi, nada menos, cuando las relaciones entre las entidades echaban humo. La estufita era un cuento de niños entonces, porque el humo de la hoguera se veía desde California.

Se disputaba el partido en Anoeta. Larrazabal adelantó a los rojiblancos al ejecutar un libre directo. Hubo que esperar al último minuto, casi como anoche, para que Javi Gracia rematara a la puerta de Imanol Etxeberria, que había salido a por un balón por alto, chocando con ¿Cvitanovic o Kovacevic?, sin que Mejía Dávila interpretara falta. ¡No existía el VAR!

El tanto subió al marcador. Se desató la tormenta. La rajada en vestuarios de los dos técnicos, Bernd Kraus y Luis Fernández, fue antológica, lo mismo que la celebración de aquel gol por parte de la feligresía txuri-urdin. En aquella plantilla convivían Roberto Olabe e Imanol Alguacil. Si me leen, se acordarán perfectamente del momento. ¡Como para olvidarse!

El navarro Javi Gracia, que acaba de cumplir 50 tacos, llegó desde Valladolid. Era un centrocampista trabajador, buen compañero y mejor persona. Cuando pide, parece que está dando. Casi, un santo de peana. Por cierto, pincelito. No ha cogido un gramo. Pasó el suficiente número de años como para sentir lo que significa ser de la Real. No ha negado nunca que le encantaría entrenar al equipo. En algún momento de la travesía pudo estar más o menos cerca de cumplir su sueño, pero€ los caminos no terminaron de encontrarse. Hoy por hoy, parece mucho más complicado.

Entre otras cosas porque, salvo que Imanol diga un día "hasta aquí", el inquilino del banquillo realista está muy asentado y el entrenador navarro firmó un contrato por dos temporadas, aunque a orillas del Turia no está segura ni la Torre del Miguelete. Unos y otros se encontraron anoche a puerta cerrada. Se saludaron, se abrazaron, hablaron y se fajaron en un partido muy equilibrado, con pocas oportunidades. Por cierto, ver entre sus ayudantes a tanto guipuzcoano (Aranalde, Arteaga, Otxotorena) llama cuando menos la atención.

La Real pone unos trece mil doscientos siete centros por partido, no todos buenos, pero les saca poco rendimiento y cuando crea ocasiones como ayer no termina de aprovecharlas. Esa es una cuestión pendiente, y da pena ver que tanto trabajo, tanto dominio y tantos intentos por doblegar al rival, no terminen con recompensa. ¡Estufita, vida mía, vaya tres puntos te llevas!

Imanol debió gestionar el reparto de roles entre sus futbolistas, contando con que hace tres días, como quien dice, jugaron en Elche, ayer ante el Valencia y pasado mañana ante el Getafe que tampoco es una perita en dulce, ni una piruleta de sabor azucarado. Más bien, lo contrario. Amarga, como la tarde noche que nos dieron ayer, en la que primero el Bidasoa se despide de la competición europea y después la Real se queda in albis ante el equipo naranja. ¡Vaya día de San Miguel de las narices!

PD: No me fío ni de mi sombra (continuará€).