engo un gran amigo, buen compañero de fatigas sobre todo en la etapa en la que cubríamos la selección española, que siempre ha tenido teorías futbolísticas y periodísticas más que interesantes. Basadas habitualmente en la misma lógica aplastante de la calle, a mitad de camino entre picarescas y canallescas. Él trabajaba para Mundo Deportivo en la edición de Barcelona, por lo que su visión y su trabajo eran completamente distintos al que teníamos en los medios madrileños, lo que sin duda me ayudaba mucho a la hora de producir temas. El hecho de que en su periódico le dedicaran a la selección la mitad de la mitad de lo que yo tenía que escribir también colaboraba. Quiero decir que, como se aburría, tenía mucho más tiempo para darle al coco.

Todavía recuerdo cuando la Real era carne de cañón y todo parecía indicar que por fin iba a acabar descendiendo en 2007, sin que fuéramos capaces de asimilarlo, como es lógico. Quedamos una noche en la Ciudad Condal Xabier Isasa (a quien mando un abrazo de recuerdo porque Elche fue su última salida como enviado especial para cubrir un partido de la Real en un viaje literalmente inolvidable) y otro compañero suyo más. Los dos eran y son aficionados del Zaragoza, por lo que se pasaron todo el encuentro vendiéndonos lo divertido que era para un periodista que cubre la información de un equipo bajar un año a Segunda y conocer muchas ciudades distintas, no tan grandes y más desconocidas, pero con muchísimos encantos por descubrir. La realidad es que sus argumentos se quedaron muy lejos de convencernos. Y cuando arrancaba el maldito tercer año en el infierno txuri-urdin me solía acordar de ellos y de toda su familia cada vez que hacía las maletas para cubrir un partido de los de Lasarte.

A lo que iba. Como ya sabrán, en Segunda ha habido un equipo al que le ha sentado mucho peor el confinamiento que a la Real. Es el Zaragoza, que pasó de ser segundo y estar en una dinámica muy positiva que parecía imposible que se le escapara el regreso a Primera siete largos años después, a volver a quedarse en el infierno con una depresión de caballo. El equipo de Víctor Fernández se desmoronó como un castillo de naipes y cayó en el play-off precisamente contra el matagigantes Elche de Pacheta (el que nos recibe esta tarde es otro). Una vez consumado el desastre y dejando un tiempo prudencial para que pasara el luto, llamé a mi amigo porque sabía que alguna teoría curiosa iba a contarme. Su explicación no tuvo desperdicio: "¿Sabes lo que pasa? Que había muchos jugadores que con viento a favor y La Romareda llena y entregada se sentían mucho mejores de lo que son. Les llevaban casi en volandas. En cuanto se empezó a jugar a puerta cerrada, sin su aliento, no tardaron en darse cuenta de que eran bastante flojos. Volvieron a asomar sus limitaciones y se vino todo abajo". (Por cierto, nota del redactor: escribo este cariñoso recuerdo porque el puñetero lleva toda la semana muerto de risa por dos citas que hice en mi último A por ellos).

Y no es una teoría descabellada. Como ninguna de las que dice. Hay muchos jugadores que no son los mismos sin público. Lo comentaba el otro día con Portu, que estoy absolutamente convencido de que fue el precursor de que se vivieran el año pasado celebraciones tan eufóricas con Anoeta patas arriba. Si hasta hubo un día que nuestro capitán, Mikel Oyarzabal, se llegó a colgar del palo que sujeta la red delante de la Grada Zabaleta. Con esto no quiero decir que el hecho de que la Real solo haya ganado tres encuentros de catorce sin público se deba a que en realidad su nivel no sea el que alcanzó justo antes de que se suspendieran las competiciones, porque no lo creo. Imanol cuenta con un equipo al que ha hecho jugar de maravilla y que estoy seguro de que, aunque nunca será lo mismo que lo que se vivió fruto de esa maravillosa comunión con la grada del año pasado, ganará de nuevo muchos encuentros y deslumbrará durante este curso bajo el ensordecedor silencio de los estadios vacíos. Pero la situación no tiene nada que ver. "¿Tú eres de los que te crees este fútbol?", me llegó a preguntar mi amigo. "Esto no es fútbol ni es nada. Hasta que no vuelva la gente a las gradas no hay quien siga esto", me comentó con ese tonillo gruñoncete del que hace gala también en bastantes ocasiones.

Ahora les voy a decir una cosa. Con el tema de la Copa al final nos hemos sentido los más perjudicados, pero muchos no deben olvidar que la mayor alegría en clave txuri-urdin fue el día del ascenso contra el Celta. Pónganse en el sitio de la parroquia ilicitana, que se coló en el play-off sin que nadie le esperara y eliminó a Zaragoza y Girona, dos plantillas concebidas para ascender, con lo justo y lo puesto. Que no han podido ni salir a la calle para festejar que regresaban a Primera en el momento más sorprendente cinco años después. Y lo hizo, además, marcándose un gol de Zamora, con esa diana en el descuento del ex del Eibar Pere Milla, con todo el entusiasmo que ello conlleva.

No, no es que no crea en este fútbol. Es que no me gusta. Cada vez que veo Anoeta se me estremece el corazón por las ganas que tengo de volver a nuestra guarida, con mi gente, disfrutando de nuestra Real. Escuchando las canciones de la Zabaleta que luego tarareábamos sin parar a lo largo de la semana en nuestros respectivos trabajos conscientes de que muy pronto íbamos a regresar a nuestro paraíso blanquiazul. Con todo lo que nos ha costado cerrar el campo, que incluso nos está condicionando la planificación de esta temporada llamada a ser tan ilusionante, y ahora que nos pase esto. No es justo. Y que conste que lo digo concienciado, sabiendo que el fútbol es lo más importante de las cosas menos importantes.

Esta semana me ha llamado la atención una declaración del vecino Villalibre, el búfalo de Gernika (me encanta, si no lo digo me da algo), con la que me siento muy identificado si la traslado a la Real: "La afición es lo más importante, el Athletic sin ella no es nadie... Ni llegar a Europa en La Liga ni la final de Copa, el primer partido en San Mamés delante de nuestra gente será el mayor éxito del año". Creo que ese también será nuestro gran día, por lo que significará y por lo que nos hará sentir. Mientras tanto me conformo con pasar por delante de nuestro estadio y ver que todavía permanece ahí una pancarta en la fachada norte, aguantando temporales como los de las últimas horas, con el lema: "Zalerik gabeko futbola, musika gabeko dantza". Todo un símbolo de resistencia. Volveremos. Volveremos a ser muy felices todos juntos. ¡A por ellos!