l viernes pasado me aburría viendo el Sevilla-Barcelona, como me está sucediendo en todos los encuentros, salvo los de la Real, de este sinsentido que es el fútbol sin público, y de repente me levanté sobresaltado del sillón. En un ataque azulgrana, la bestia de Diego Carlos entró fuerte al choque y estuvo a punto de golpear a Messi. El argentino se revolvió y le dio un empujón. Sus manos golpearon con agresividad en la parte ancha del pecho, casi en el cuello. Obvio que no le hizo ningún daño al armatoste brasileño, que ya se dejó caer vilmente para tratar de forzar su expulsión. Je, qué iluso. Parto de la base de que soy un gran admirador de lo buen encajador que suele ser el rosarino. Pero en el fútbol hay unas normas y si lanzas una embestida a un rival, sin ser agresión, que a mí no me lo pareció, te llevas una amarilla como debería sucederle a todo pichichi. El ínclito González González decidió dejar pasar la acción sin ningún castigo. Increíble. Y muy significativo. Me pareció uno de los exponentes más claros de la Liga de los dos reglamentos. El que se aplica con los dos gigantes y el de los demás. ¿Cuántas expulsiones hemos visto de jugadores inocentes de los equipos terrenales por menos de lo que hizo Messi? ¿O es que por poner un ejemplo, Willian José hizo más cuando le enseñó el camino de los vestuarios Melero López (otro artista) el año pasado en Vigo? ¿O sin ir más lejos, la roja a Bernardo por un manotazo sin mirar a Damián del Getafe?

Arranco con este recuerdo para incidir en que nos dan igual Real Madrid y Barcelona o Barcelona y Real Madrid. Lo mismo es. En el Camp Nou la Real perdió hace unos meses por un penalti de chiste de Le Normand cuando el balón le golpea en el mismo lugar del brazo-hombro que a Benzema en su control del domingo. Jordi Alba el año pasado, con Dembelé colocado delante de las narices de Rulli, y el patoso en el área Vinícius, a quien no hace falta ni rozarle para que la falle, colocado en el campo visual de Remiro justo en la antesala del dramático 3-4 de la eliminatoria de Copa, vieron cómo el árbitro concedía como legales sus goles cuando sus posiciones eran muchísimo más flagrantes que la de Merino en el disparo de Januzaj. A lo que quiero llegar es que lo realmente escandaloso y denunciable es la diferencia de criterio con unos y con otros.

Puedo sentarme a debatir con madridistas las cuatro jugadas polémicas de su victoria en Anoeta. Todas ellas admiten discusión, eso no se lo vamos a negar. Lo verdaderamente sospechoso es que en las cuatro el colegiado no fue a revisar las acciones al VAR y, sobre todo, que en todas ellas barrió para el Madrid. Pintoresco que cuando sufres un hurto así ante rivales de esta entidad y otros más cercanos que no lo son tanto, en los días siguientes tratan de convencerte de que en realidad tienen razón y lo que han visto tus ojos ha sido una exageración motivada por tu amor a los colores (un amigo merengón me llegó a decir que el choque de Isak y Ramos era de tarjeta naranja; le tuve que preguntar a ver si era racista). Aceptamos esto último, en plan pulpo como animal de compañía. Pero corrijo, denunciamos porque defendemos nuestro escudo. Porque es una aberración propia de un juzgado de guardia el daño que le están causando a la Real. El secreto de todo está en que es literalmente imposible que un trencilla se atreva a hacerle al Madrid lo mismo que le hizo a la Real. ¿Por qué? Pues porque en este país si le robas de esta forma al coloso blanco, al día siguiente tienes que emigrar tú y toda tu familia. Y rezar para que no profanen la tumba de tus antepasados. Si hace unos años se cumplió el aniversario del fallecimiento del recordado Guruzeta y en Barcelona solo hablaban del penalti que se inventó fuera del área a favor del Madrid en un clásico. Evidentemente los colegiados saben perfectamente que no es lo mismo equivocarte en las jornadas clave a favor de uno que de otro. Para rato va a levantar el chulesco linier ese con pinta de ser más blanco que Bernabéu la banderita en el otro ataque si no tiene ni la perspectiva de si Merino molesta o no al portero. De los que estaban en Anoeta nadie lo vio peor que él (igual Willian que estaba alucinado detrás de él) y sin embargo lo defendió como si tuviera la visión rayos X de Superman.

Defienden que los grandes salen beneficiados por jugar a puerta cerrada porque se remarca más la diferencia de calidad. No, no es por eso. Sin la presión de la grada los árbitros tienen mucha más tranquilidad para pensar y pitar no lo que ven, sino lo que les conviene señalar. Y eso es lo que sucedió ante el Madrid. Si nos referimos al sinsentido que es el fútbol sin gente, lo que de verdad no lo tiene es la forma en la que ha interpretado el comité arbitral la herramienta del VAR. Los jueces se han convertido en policías. Van contra la natura del juego. Ya no buscan aplicar el reglamento y dejar jugar porque esto es un deporte de contacto. Ahora cada vez que el balón llega al área sacan la lupa para investigar cualquier mínimo detalle que puedan sancionar. ¡Esto no es fútbol, hombre! Cada vez tienen más protagonismo, con el consiguiente daño irreparable que hacen a este juego al ser la abrumadora mayoría de ellos unos cobardes incompetentes. La consecuencia de todo esto es que adulteran la competición y que los actores secundarios están expuestos a que les suceda un escarnio público como el que sufrió la Real el domingo.

El equipo realista ha regresado fatal. Es el peor de Primera y viendo cómo juega no es casualidad. Pero los tres primeros goles que ha encajado en los partidos han estado marcados por la polémica arbitral. Y así, obviamente, todo es mucho más complicado. Ya nos gustaría ver a otros remar a contracorriente como lo han tenido que hacer los blanquiazules (de los horarios, urdidos con premeditación y alevosía, mejor ni hablamos). Dicho todo esto con la misma educación con la que se dirigió Illarra a los árbitros en un momento de absoluto descontrol y sin pasar por alto ni la más ínfima sensación de que algo está fallando en la maquinaria txuri-urdin.

Me hace gracia recordar lo que comentó un amigo periodista hace solo una semana: "Este año la Real no se puede quejar de los árbitros". Y es curioso, porque en parte tiene algo de razón, ya que ha habido temporadas mucho peores. Aquí sabemos de sobra que la máxima esa que repiten como corderitos los futbolistas sobre que al final del curso se compensan los aciertos con los errores es una burda falacia. Por esta regla de tres, queremos que la Real gane al Celta, pero que lo logre en buena lid. No esperamos ni buscamos ninguna compensación. Al contrario que los prepotentes abusones, a nosotros nos gusta la deportividad, va implícito en las señas de identidad de este club. Por eso es una presa fácil para machacarle, ya que además luego ni eleva la voz. Esto es como cuando llegas al Gran Bazar de Estambul y como te da pereza intentas no regatear y pagar el primer importe que te piden. Los comerciantes, casi ofendidos, te dicen que esto no funciona así, que tienes que discutir el precio. Por mucho que en Anoeta crean lo contrario, en el circo de la Liga está más que comprobado que el que no llora no mama. Son demasiadas jugadas polémicas siempre en contra como para permanecer callados y no recordarles que ya está bien. Que nosotros también tenemos escudo. ¡A por ellos!