noche soñé que regresaba a Anoeta. Tranquilos los cinéfilos, nada que ver con las agobiantes sensaciones de la atormentada nueva señora Winter mientras la cámara cruzaba el umbral de la mansión Manderley bajo ese brumoso paisaje fantasmal propio de los sueños o de los aterradores recuerdos que evoca el comienzo de la inmortal película Rebeca. Anoeta es nuestro coliseo romano. El templo txuri-urdin. El teatro de nuestros sueños. Nuestra casa. Imposible que no resuenen las canciones de su nuevo fondo en nuestra cabeza cuando rememoras la felicidad vivida esta temporada en sus gradas. La envidia de gran parte del campeonato. Sin ti la vida duele más. Tus localidades vacías no te harán justicia después de la extraordinaria atmósfera generada por una parroquia que, por momentos, pareció anestesiada por la lejanía provocada por las malditas pistas de atletismo a las que, una vez retiradas, no las ha añorado ni el más vehemente de los incomprensibles saboteadores de la remodelación. El fútbol vuelve a un vacío Anoeta, lo que sin duda supone un sinsentido, nada que ver con las fuertes emociones que nos provoca el regreso a la competición de nuestro equipo. Una pasión incontrolable. Solo quien lo siente sabe de lo que estamos hablando.

Como decíamos ayer, retorna la gran Real a la competición. Cuarta a falta de once jornadas para la conclusión del campeonato y finalista de la Copa del Rey. Un logro este último capaz de salvar hasta cualquier temporada lamentable. Lástima la farragosa e irrespetuosa polémica que se ha provocado entre la propia afición blanquiazul por la concreción de su fecha definitiva, en un año en el que los méritos deportivos deberían haber enterrado cualquier evocación negativa (si lo viera Martín Lasarte...). Lo que ha conseguido este equipo ha sido muy fuerte. Primero, porque logró encandilar y enganchar a su parroquia como ninguno desde el inicio de la campaña y, segundo, porque su progresiva evolución sin límite se ha convertido en un billete para aspirar a entrar en Champions. Hasta el punto de que si no lo certifica en su epílogo, algunos de sus jugadores ya lo considerarían como un éxito incompleto. El confinamiento ha soltado las amarras de la ambición del mensaje que emana del vestuario. Lo único que podemos decirles es que no nos ha sorprendido a ninguno. Ya lo sabíamos, si nos hemos frotado las manos en casi todos vuestros partidos. Lo que merece su nivel futbolístico es acabar entre los cuatro primeros por mucho que la competencia sea feroz. Que lo es. Como su calendario (importante no perder en ningún momento las plazas privilegiadas por lo que pueda pasar).

Como me han dicho gran parte de los protagonistas a los que he intentado entrevistar a lo largo de este duro periodo, no se puede frivolizar con una trágica pandemia que ha causado unas 30.000 muertes en España. Casi el aforo del antiguo Anoeta. Sobrecogedor. Me apunto al lema de las pancartas en Vallecas, "nunca os olvidaremos". El coronavirus nos ha tocado más o menos de cerca a todos, pero el que ha seguido su terrible marcha, como un martillo pilón, es el maldito cáncer. No quiero menospreciar a ninguno, y menos aún a los socios txuri-urdin, pero en materia futbolística me ha conmovido el adiós de Michael Robinson, a quien tuve la suerte de conocer en mi etapa en Madrid. Y eso que mira que es difícil sobrevivir a la tradición de lapidar a los comentaristas en este país. El inglés era una excepción. En el plano personal, le caía increíble y le hacía mucha gracia a mi aita, motivo suficiente para que me pareciera el puto amo. Lo cierto es que conjugaba a la perfección el espíritu gamberro del fútbol inglés de otras épocas, cuando los jugadores se concentraban antes de jugar finales para emborracharse juntos, con un paladar exquisito que le permitía disfrutar del talentoso fútbol español. De su trayectoria y sus vivencias narradas con una sorna casi gaditana, tierra que amaba, Robinson dejó bastantes declaraciones que lograban sacarte hasta lágrimas de risa o de emoción. De risa, como su narración de la tanda de penaltis que le hizo campeón de Europa al Liverpool en Roma en 1984. Cuando explicó que su entrenador les dio la enhorabuena por llegar hasta ahí con el anfitrión y les deseó mucha suerte en los lanzamientos abandonándoles a su suerte. El hecho de que el definitivo gol lo lograra Kennedy, probablemente el jugador con menos calidad del equipo, al que habían ignorado cuando se había prestado voluntario y que dejó un socavón en el césped al patear, lo resume todo. Imagino que algo así como cuando la Real lanzaba penaltis y Atocha se quedaba en silencio en el momento en que los Bengoetxea o Gajate emprendían su camino para chutar. Eso sí, antes de que cogieran el balón para prepararse ya no había nadie que no animara, aunque por dentro todos éramos conscientes de que las opciones de triunfo eran menores.

Y, posteriormente, tras superar un interminable silencio, cuando los reds de Benítez y Xabi Alonso firmaron una de las mayores gestas de la competición al igualar, con muy pocos mimbres, un 3-0 ante el todopoderoso Milán de Shevchenko para imponerse también en los disparos desde los once metros: "No siempre la calidad, no siempre la técnica, no siempre la superioridad balompédica gana. También hay otras cuestiones como el talante, agallas, deseo, corazón, planteamiento€ hay muchas cuestiones las que hace un campeón. No solo la técnica y la calidad. Muchas gracias, Benítez. El Liverpool campeón de Europa, no me lo puedo creer", es lo único que pudo decir embargado por la emoción. Recuérdalo, Real, tu talento te precede, pero para alcanzar grandes gestas también es necesario dominar muchos otros aspectos del juego. Por lo que dicen los que les ven entrenar en Zubieta, podemos estar tranquilos. Lo confirma que nadie ha peleado más por volver a jugar, a pesar de que si no se reanudaba la competición hubiese tenido asegurado el pasaporte para la Champions.

Tampoco me quiero olvidar de la muerte de Pau Donés. Uno de los músicos que podría ofrecer charlas de optimismo a las plantillas, sin ser pedante. Con un mensaje claro y directo y siendo lo que coloquialmente se denomina un gran tío. El cantante ha vuelto a poner en valor la incalculable importancia de las despedidas, con uno de los mejores agradecimientos que jamás haya escuchado en su último tema: "Eso que tú me das, es mucho más de lo que pido. Todo lo que me das es lo que ahora necesito. Eso que tú me das no creo lo tenga merecido. Por todo lo que me das, te estaré siempre agradecido. Así que gracias por estar, por tu amistad y tu compañía. Eres lo mejor que me ha dado la vida. Por todo lo que recibí, estar aquí vale la pena". Acepto la cautivadora letra para darle las gracias a la Real. Por todo lo que nos das, por sacar lo mejor y también lo peor de nosotros. Por confirmarnos que nos enamora más la pasión por sus colores que el propio fútbol. Por haberte echado tanto de menos. Por hacernos soñar. Por ser el amor de nuestras vidas. Aquí nos tienes, aunque no nos oigas, puedes sentirnos a tu lado. Pase lo que pase, para nosotros ya has ganado por volver y por, como repiten los jugadores, desear hacernos los más felices del mundo. Todos juntos de nuevo. Realidad y sueño. A por ellos.