Se van a cargar el fútbol. El VAR es una herramienta que en teoría debería ser válida para convertirlo en más justo salvo en la Liga, claro está, porque concede un mayor protagonismo a los colegiados. A los incompetentes de este campeonato corrupto, preparados para mantener la emoción en la competición hasta el final. Es la viva imagen de los dos ineptos gestores que lideran la Federación Española y la Liga. Si antes solo había uno, que solía rebelarse a su asignado papel de convidado de piedra, ahora con el VAR, son dos y además se protegen. Ambos igual de malos, de exhibicionistas y condicionados por todo lo que señalan para no enfadar a los poderosos.

Martínez Munuera era el colegiado que dirigió la vuelta de Copa en el mismo escenario ante la mejor Real de Eusebio; a la media hora ya había sentenciado el envite con sus decisiones, todas ellas a favor del grande. Melero López, el de la sala, el que lo observaba todo en las pantallas como cualquiera de nosotros, que no hace falta ponerse un uniforme para ver mejor o peor un vídeo, no tenía suficiente con atracar a la Real en su última derrota en Leganés, con ese penalti impitable por un derribo de tarjeta a Januzaj, sino que decidió que todavía podía hacerle más daño.

Quizá todavía tenga demasiado frescas las secuelas del "Todo OK José Luis" con el que le humillaron los medios afines al otro grande y, lo que es más grave, el propio presidente de su comité, Velasco Carballo. En el minuto 77, cuando el duelo iba 0-0 y la Real parecía estar más cerca del gol tras superar un mal momento, decidió revisar varios minutos después de producirse una supuesta mano de Le Normand. La pelota le dio más en el hombro que en el brazo y el galo en ningún momento la veía, lo que sin duda confirma su involuntariedad. Para los que justifican que eso se está pitando esta temporada porque han cambiado la norma (en realidad es en ataque), explicarles que, por si fuera poco para que el escándalo fuese aún mayor, en el origen de la jugada Arturo Vidal, que es el que puso el centro, se encontraba en fuera de juego, lo que provocó que Gorosabel despejara en lugar de dejar pasar la pelota para que se marchara fuera.

Obviamente, el VAR, o Melero el incompetente, que quizá sea más correcto denominarle el sibilino que sabe muy bien lo que pita en cada situación, revisó la jugada que por cierto casi acaba en un gol de Monreal más de un minuto después, a partir de la supuesta mano del defensa bretón en lugar del offside del chileno. ¿Por qué? Porque sino perjudicaría al Barça y lo pasaría tan mal como cuando no pitó el supuesto penalti a Vinicius. En definitiva, porque, aparte de miserable, es un cobarde. Gente como esta sobra en el fútbol porque lo lleva a un terreno que no tiene nada que ver con el espectáculo y el juego. Y con el tema de las manos y el de analizar las jugadas a cámara lenta, como sucedió en el Atlético-Sevilla, simplemente están reiventando otro deporte que no tiene nada que ver con el fútbol que nos gustaba. Cuanto más protagonismo asumen estas personas, menos gente se engancha a este juego.

Ayer decantaron un duelo que, de no ser por ellos, hubiera acabado en tablas. Porque la Real había superado el peor momento y los cambios podían acercarle a los tres puntos. Con atropellos así se entiende mucho mejor que los blanquiazules lleven 25 años sin puntuar en el Camp Nou, con un atraco a mano armada en una semifinal de Copa incluido en 2014.

Imanol tuvo que mover al equipo, como ya había dejado entrever la víspera. Qué se podía hacer, cuando vienes de jugar un duelo decisivo e histórico el miércoles en un terreno de juego pesado como estaba Anduva y cuando el martes vas a visitar un estadio como Ipurua, en el que no te suelen salir las cosas. Es normal que tuviera que dar un giro de tuerca para intentar dar la campanada en el Camp Nou, donde se cumplían este curso 25 años desde la última vez que puntuó. Un registro patético para un club de la grandeza de la Real. Si pretendemos y defendemos ser grandes, no se pueden acumular series de resultados tan negativas como esta.

Mikel Merino, el capitán La mejor demostración de que el equipo era poco habitual es que había que hacer un ejercicio de memoria para adivinar quién iba a ser el capitán. Finalmente, el elegido fue Mikel Merino, que llegó a la Real el pasado verano. Algo, sin duda, extraño en uno de los clubes en el que suelen pasar más campañas los jugadores en su primer equipo y que se abastece normalmente de futbolistas formados en su vivero. Es que Griezmann no conocía a ninguno cuando se saludaban ambos equipos antes del inicio.

El oriotarra dio entrada a seis jugadores respecto al equipo que venció en Miranda de Ebro. En la zaga las novedades fueron Gorosabel, para dar descanso a Zaldua, y Diego Llorente, que se presentó muy justo a la cita tras su lesión y su posterior recaída. En el centro del campo, quizá en la variante más inesperada en un escenario como el Camp Nou, Guevara ocupó la plaza de Zubeldia. Y arriba, tridente nuevo con Portu, Isak y Barrenetxea. Muchos cambios, pero una alineación capaz de dar la sorpresa en cualquier campo de la Liga. Hasta en el del campeón que tan malos recuerdos les trae a los realistas.

Pronto se vio que el duelo iba a ser una partida de ajedrez, ese deporte que tanto domina y gusta a Quique Setién, aunque la partida de ayer le quedara grande. Por primera vez en todo lo que llevamos de temporada, el Barça se encontró con la horma de su zapato. Un rival que le discute la posesión y que inicia el juego desde atrás, arriesgando mucho en la salida de la pelota, al igual que ellos, sobre todo desde la llegada del cántabro. La consecuencia fue un choque muy distinto al que han vivido estas últimas semanas, que acaban siendo un bodrio porque la mayoría de adversarios lo único que persiguen es aguantar atrás como sea para intentar aprovechar una contra.

La Real fue valiente y tuvo personalidad. Salió decidida a afrontar un duelo de tú a tú en la guarida del mayor exponente de su estilo en la Liga y la realidad le dio la razón, puesto que puso en serios aprietos a los locales desde el minuto uno. Los dos se disputaban la posesión y trataban de forzar el error al intentar robar en posiciones muy adelantadas. El comienzo fue realmente alentador, con una buena ocasión de Odegaard tras un servicio con caño incluido de Isak y en un corte del sueco a un envío de Ter Stegen que no pudo culminar en un disparo.

Al Barça le costó diez minutos interpretar lo que sucedía y adaptarse a un planteamiento de su visitante pocas veces visto en su campo. Fue Braithwaite el primero que explotó los metros que le dejaba la Real para correr en dos conducciones culminadas en flojos disparos que detuvo sin apuros Remiro. Con la contienda nivelada y los dos equipos esperando el fallo en el tablero, Isak cabeceó flojo un centro de Barrenetxea y un chut raso de Rakitic se marchó lamiendo el palo. Messi, que nunca estuvo especialmente cómodo, puso en evidencia a Llorente en una acción que podía haber evitado y tras su robo y, después de apoyarse en Busquets, se topó con el meta realista. Lo cierto es que el argentino pisó al madrileño, por lo que se debió señalar falta. En el córner, el danés cabeceó fuera. La mejor ocasión txuri-urdin antes del entreacto llegó en un servicio perfecto de Barrenetxea que Portu, solo ante Stegen, no acertó a controlar. Y la del Barça, en su mejor combinación, fue un remate de Messi que rozó la madera. Al descanso se llegó con tablas y las espadas en todo lo alto. Es decir, sin ninguna pieza vital sacrificada.

En la reanudación, el choque se abrió un poco y comenzó un peligroso intercambio de golpes del que pocos suelen salir bien parados de Barcelona. A Barrenetxea se le escaparon dos disparos con la diestra y Messi erró dos remates de los que no suele desaprovechar. A Odegaard le volvió a fallar no tener dos piernas en un servicio de Isak y Remiro, el mejor realista, se hizo grande para despejar un chut de Rakitic.

Cambios en busca del triunfo Los azulgrana por fin apretaban hasta que la entrada de Oyarzabal volvió a equilibrar la contienda. El capitán sirvió a Monreal tres buenos balones, uno de los cuales hubiese sido anulado en caso de acabar en gol por la invención del penalti, sin que el navarro atinara con sus centro-chuts. A Isak se le escapó un duro disparo con la zurda. La Real estaba viva y crecida, se lo había creído, parecía que iba no solo a puntuar sino incluso ganar, pero de repente, en una acción que no vino a cuento, que no vio nadie más que Piqué, que lo protesta todo, y sin que fuera para nada flagrante, condicionante obligatorio para que intervenga el VAR, los dos correveidiles acordaron decantar el choque a favor del Barça. Messi no falló y pese a que los realistas lo intentaron hasta el final les faltó gasolina y poder de recuperación para encontrar un empate que merecieron con creces y que hubiese puesto en jaque el campeonato en caso de que el Madrid se impusiera hoy al Betis.

Una pena. Un partido entre equipos alegres, con propuestas ofensivas y valientes, que buscan, además de ganar, dar espectáculo y que no suelen buscar el antifútbol ni imponerse con tretas ni con un juego sucio se decide por la intervención viciada de un árbitro que, en lugar de aprovechar lo positivo que le aporta la tecnología, elige ser protagonista y decantar un resultado. Así funciona el fútbol español. Nada nuevo. Lo hemos vivido en varios escenarios clave, curiosamente los más influyentes. Lo que le pasó a la Real ayer no fue ninguna sorpresa. Pese a ser finalista de la Copa, aún le falta mucho para tener peso en Madrid. Y la consecuencia es esta. Que lo disfruten y estén tranquilos, que el ruido mediático procedente de Gipuzkoa no durará mucho. Esta Real mantiene su color especial y sale del Camp Nou con su estilo reforzado y con su afición más orgullosa que nunca de su año. En la derrota y en la injusticia todavía más. Hasta el final.

Los realistas regresaron a su estilo habitual y tutearon al Barcelona, pero les faltó acertar en las muchas ocasiones que generaron

Los colegiados volvieron a acaparar un protagonismo que no les corresponde y se inventaron una pena máxima que decidió el duelo