Victoria. Evolución. Y confianza. ¿Qué más se puede pedir? A mí también me gustaría que se quedara Willian José. Más allá de cifras goleadoras, que además son buenas, se trata (o se trataba) de un futbolista importantísimo para la Real. Pero parece que por ahí no hay nada que hacer. Nos contentaremos así con haberle ganado al Espanyol. Con haber agitado el árbol futbolístico txuri-urdin mediante nuevos matices agregados a la propuesta. Y también con haber lanzado una especie de burla socarrona, supongo que charla de Imanol mediante, a esos miedos del Villamarín que el oriotarra censuró tras la derrota del domingo. Sacaban anoche de puerta los pericos. Y los nuestros apretaban exactamente igual que como se habían planteado hacerlo en Heliópolis, con Gorosabel siempre dispuesto y convencido para saltar a por el lateral izquierdo rival. En Sevilla hubo que cambiar sobre la marcha. Pero, de regreso a Zubieta, el entrenador eso no lo ha variado. Existen aspectos en los que innovar. Otros en los que insistir. Cualquier proceso de mejora resulta más agradable con sorteos coperos de por medio.

EL INICIO Ayer Real y Espanyol no necesitaron presentarse. Pasaron directamente a las declaraciones de intenciones. “Hola. Hemos venido a Anoeta a esperaros como siempre hacemos. 4-4-2 con el bloque medio-bajo. Ni se os ocurra iniciar con vuestro pivote. No os vamos a dejar”. No había pasado ni un minuto de partido y Ferreyra y Wu Lei ya contemporizaban en la presión a Llorente y Le Normand. Preferían quedarse con Guevara. Los txuri-urdin respondieron ipso facto. “Vale. Pues aquí estamos nosotros con nuestra nueva salida de tres. Esta vez no vamos a retrasar a ningún centrocampista. Ahora vamos a meter dentro a un lateral”. Porque fue esto lo que planteó Imanol Alguacil, quien se marcó un Setién en toda regla, ahora que el nuevo técnico culé está en boca de todos. Su equipo se colocó en un claro 3-5-2 en fase ofensiva, con las bandas para Barrenetxea y Gorosabel. En punta actuaban Isak y Oyarzabal. Funcionó la cosa en el arranque.

EL CAMBIO El interior derecho del Espanyol saltaba a por Aihen, el tercer central. Haciéndolo, dejaba a su espalda dos situaciones complicadas para el cuadro barcelonés: Barrenetxea en mano a mano con su lateral y Merino trasteando al costado de Iturraspe. Por ahí metió mano la Real. Y por ahí atrajo contrarios para, con Odegaard y Oyarzabal de nexos conectores, cambiar también de orientación y encontrar en la derecha a un muy liberado Gorosabel. ¿Qué ocurrió a partir de entonces? Que Abelardo supo acabar de un plumazo con el evidente desequilibrio que sufría su estructura. Ese interior derecho que subía a la primera línea de presión, Pipa, era un lateral reconvertido. El interior izquierdo que debía perseguir al propio Gorosabel, mientras, era Vargas, un atacante. La solución del asturiano consistió en cambiar de perfil a ambos, lo que otorgó a los suyos una disposición mucho más coherente. La agradecieron en la presión. También en la recuperación. Cuando se hacían con la pelota, encontraban al citado Vargas mejor situado y podían alargar algo unas posesiones que antes apenas duraban segundos.

IGUALDAD Se equilibró así el partido. Porque, además, a raíz de la modificación perica, al Espanyol no le dolieron prendas en defender prácticamente con una línea de cinco en la retaguardia. Pipa, ya ubicado en la izquierda, perseguía sin miramientos a su par. Y el poblado aspecto de la zaga catalana animaba incluso al lateral del lado opuesto, Javi López, a pegarse a la chepa de Barrenetxea. Los intentos de la Real terminaron igualándose en cuanto a orientación. Salían los txuri-urdin por la izquierda. Salían por la derecha. Lo intentaban siempre, con Aihen, ya más escorado, leyendo muy bien en qué momentos debía ejercer de carrilero y en cuáles cerrarse. Pero la tarea de dañar al adversario se complicó con el nuevo panorama. Fue mérito del equipo mantenerse siempre insistente, concentrado y aplicado en la presión. El Espanyol no le generaba peligro. Y conservar al menos el 0-0 en el marcador daba pie a lo que terminaría sucediendo. Un chispazo. Una buena acción individual. Un gol. Ventaja al descanso.

UNA ACCIÓN CLAVE Algo se coció en el vestuario de la Real durante el intermedio. La sustitución de Guevara para dar entrada a Zubeldia no implicó únicamente un cambio de cromos. Y es que en la segunda parte Aihen fue lateral y solo lateral. Amagaban los blanquiazules con salir de nuevo desde una línea de cuatro zagueros. Pero quien se incrustaba sobre la marcha en la retaguardia era el citado Zubeldia, dando así licencia a los dos carrileros para volar. El técnico de Orio buscó seguir abriendo el campo y ganar a la vez gente en los pasillos interiores, repartiéndose estos Merino, Odegaard, Oyarzabal y Barrenetxea. Pero, más allá de movimientos tácticos en la Real, el partido se rompió definitivamente tras una sucesión de acciones generada por el Espanyol. Como interior derecho, centrándose constantemente y pisando la zona de la mediapunta, Vargas se había convertido desde el minuto 20 (aproximadamente) en el principal foco de peligro perico. En el 60, recibió un balón en ese txoko que él mismo se había creado y puso el centro del posible 1-1. Falló Ferreyra. Paró Remiro. E Isak la reventó a la contra en un gol simbólico, de traspaso de poderes. Le vendrá bien al sueco. También a la Real.