Un making off es un vídeo que explica el “cómo se hizo”. Es una crónica audiovisual filmada entre bambalinas, mostrando cómo este actor o este deportista grabó esta película o este anuncio. A mí no me gustan los making off, porque entiendo que han derivado en algo que atenta contra su espíritu inicial. Se supone que fueron creados para exponer al gran público la cara más humana, natural y espontánea del ídolo de turno. El ídolo de turno, sin embargo, sabe latín y es ya muy consciente de que las cámaras siguen siempre ahí, con el pilotito en rojo. Sus bromas, gracietas y anécdotas varias, impostadas la gran mayoría, tienen poco de divertido. Aunque también hay en todo ello excepciones que confirman la regla. También tenemos la excepción de Martin Odegaard.

La semana pasada, la compañía patrocinadora de la camiseta de la Real, Good-ball, publicó un vídeo, un making off, en el que se veía a varios futbolistas blanquiazules grabando mensajes en algún ininteligible idioma asiático. Ninguno daba la nota ni se pasaba de listo. ¡Bien por todos ellos! Pero quien me ganó de forma definitiva fue el noruego, en las antípodas de comportamientos estridentes, artificiales y de afán protagonista. Mientras Oyarzabal sufría para dirigirse a los realzales del Lejano Oriente, el bueno de Martintxo, casi escondido en una esquina de la habitación, de espaldas a todo el mundo y con las manos tapándose la cara, lloraba literalmente de la risa, escuchando al eibartarra pronunciar palabras cuyo significado desconocían ambos. Nuestro 21 es un chaval normal. En lo personal y, dentro de su extraordinario nivel, también en lo futbolístico. Porque jugó mal en Sevilla. Solo faltaría. Él también puede permitirse un mal partido. Odegaard es humano.

Repasé el partido del Villamarín durante la mañana de ayer. Sin la incertidumbre del resultado, sabiendo ya dónde va a terminar este o aquel balón, uno siempre ve más cosas que en directo. Y me llamó la atención el noruego, por una cuestión de actitud y compromiso. Todos los futbolistas de la Real querían. Todos se entregaban. Pero él era, directamente, la extensión de Imanol sobre el campo, al menos a la hora de orquestar y ajustar esa presión que tanto tardó el domingo en mostrarse efectiva. Dicen que Odegaard, calidad deportiva al margen, es un excelente profesional. Yo no lo dudo. Dos segundos después de que Borja Iglesias hiciera el 1-0, nuestro 21 estaba corriendo hacia el banquillo para recibir instrucciones del míster. En la primera jugada tras el saque de centro, ya se encargaba el escandinavo de instruir a sus compañeros sobre el nuevo entramado defensivo. A todo futbolista deben exigírsele semejantes comportamientos. Pero convendrán conmigo en que, en este mundo futbolístico de egos subidos, la actitud de Odegaard resulta muy poco usual. Estrella de la primera vuelta de la Liga. Cedido por un transatlántico de Europa. Y desgañitándose sobre el césped para corregir los movimientos de Joseba Zaldua con el bloque alto. Muy grande Martintxo. A partir de ahí, está claro que debe brillar. Para eso se le ha traído. Debe marcar la diferencia arriba.

¿Y qué hay de eso? En una frase del entrenador que ya he reflejado por aquí en más de una ocasión, Imanol dijo tras ganar a Osasuna aquello de que “la Primera División te exige innovar cada semana”. Se lo podemos aplicar a la Real como equipo. Se lo podemos aplicar también a Odegaard como futbolista. Me da la sensación de que ya hemos llegado a ese punto del curso en el que los rivales han visto a los txuri-urdin aquí y allá. Les han analizado ganando y perdiendo. Les han observado en circunstancias diversas. Y los torpedos a la línea de flotación blanquiazul resultan cada vez más certeros. Le afecta al noruego, por supuesto. Porque poco a poco los entramados destinados a neutralizarle han ido ganando en sofisticación. Y lo han hecho hasta el punto de que parecen haber hallado algo parecido a un antídoto: no se trata de frenarle a él, se trata de cortarle el suministro. Que no reciba el balón. Y, si lo consigue, que lo haga de espaldas y sin espacio ni tiempo para girarse.

“¡Nos han cortado el grifo!”, titulé el artículo ayer publicado en estas páginas. La sentencia es extremista y, por lo tanto, inexacta. Porque pocas cosas hay en esta vida blancas o negras. Pero los últimos rivales de la Real sí han conseguido, durante fases más o menos largas, evitar que fluya el agua por las cañerías interiores del fútbol txuri-urdin. Lo han hecho girando una llave situada a la altura de Ander Guevara. Y ha resultado también que los conductos que parten de nuestros defensas centrales no han tenido la anchura suficiente para que Merino y el propio Odegaard sacien su sed. Imanol ya sabía que, tarde o temprano, la planta se nos iba a empezar a secar. Revitalizarla va a pasar, en gran medida, por conseguir llenar la regadera del mejor jardinero del equipo. Me tranquiliza que el entrenador sea plenamente consciente de la situación. Me tranquiliza también saber que ese jardinero no va a quedarse quieto esperando. Odegaard se va a mover. Va a innovar. Es a partir de ahora cuando se va a ver de qué pasta está hecho. Y él está por la labor. Su naturalidad y su sencillez suponen buenos puntos de partida. Como las de Imanol. Porque al míster también le toca menear un poco el árbol.