cuando salíamos de excursión con el colegio en aquellos autobuses que parecían cafeteras y que tardaban siete días en recorrer cien kilómetros, solíamos cantar. No sé si para evitar que tanta curva del territorio nos hundiese en mareos con vómitos o porque el paisaje no nos cautivaba.

No hace falta que os recuerde que en aquel tiempo ni había autopistas, ni autovías, ni desdoblamiento de calzadas, ni radares, ni peajes. Dos carreteras, una por la costa y otra por el interior que además cruzaban todos los pueblos y ciudades por la mitad, porque todo el mundo quería que las carreteras atravesasen las villas de este a oeste y de norte a sur.

Como os decía, nos llevaban de excursión y cantábamos. No había viaje que no se entonara el Carrascal, el de la bonita serenata. ¿Quién de vosotros no cantó alguna vez con fuerza aquello de “me estás dando la lata? Luego venían las estrofas, con letras más o menos apañadas, más a menos picantotas.

Recuerdo una que decía: “Al entrar en A Coruña? uña, lo primero que se ve? é, son las ventanas abiertas? ertas, y las camas sin hacer? Carrascal, carrascal, qué bonita serenata, carrascal, carrascal, ¡que me estás dando la lata!”. La cosa iba in crescendo hasta que llegaba la famosa vieja que se comía las sardinas y se pasada todo el día sacando del riau espinas.

Tendría catorce o quince años cuando llegué por primera vez a La Coruña. Me fijaba y fijaba en las ventanas y no sé si porque hacía mal tiempo o porque no tocaba, allí no había ninguna abierta, ni con las sábanas oreándose como durante tanto tiempo fue costumbre en nuestros pueblos. Luego, he repetido viaje una y mil veces y siempre con el paisaje. Nada. Ni ventanas, ni sábanas, ni camas que no fueran las del hotel de turno. Pero la canción sigue ahí con una fijación extraordinaria.

Y cuento estas cosas porque los veranos en los equipos de fútbol tienen bastante de eso, de abrir ventanas y colgar las sábanas, sin que nadie termine de hacer la cama y poner fin a los trabajos de casa. La serenata de la Real este verano ha sido bastante desafinada en el juego y en los resultados. Lo mismo que en los despachos. Han salido nombres y nombres de posibles y probables hasta que al final vinieron unos y se fueron otros. Y seguro que todavía se producen más movimientos porque hay cuestiones pendientes de decisión o definición. Las camas están sin terminar de hacer y no sé si el somier dispone de ruedas.

En medio de ese paisaje llega demasiado pronto el comienzo del campeonato. Hace tiempo el balón no rodaba hasta que acababan las regatas. Ahora en plena canícula adelantan las cosas un mes y menos mal que alguien se plantó, dio la cara y protestó, si no a estas horas ya habíamos jugado también contra el Sporting. De los amistosos es mejor olvidarse y en eso estoy de acuerdo con los jugadores y el técnico. He visto pretemporadas redondas, arrasadoras, que se convertían en drama en cuanto el balón rodaba de forma oficial. Y también lo contrario. Actuaciones patéticas que sembraban el pánico y hacían dudar hasta del nombre del equipo, que luego se tornaban en maravillosas comparecencias sembradas de victorias.

Por eso, al partido de Riazor había que concederle el beneficio de la duda. Entre otras cosas porque los gallegos han cambiado bastante su plantel y porque los titulares de Moyes tampoco eran los mismos. La primera de las cuestiones que deseaba comprobar era el efecto de la dura pretemporada de la que todos hablan. Es decir, si íbamos a volar como el Málaga ante el Sevilla, o nuestros ritmos se asemejarían a los del tren chuchú.

Llegó el encuentro y, como hace un año, empate sin goles. Mejor el equipo en la primera parte que en la segunda. Moyes tardó en hacer cambios que oxigenaran el centro del campo para tratar de ganar. No fue posible pese a la buena nota para el tándem Jonathas-Vela, que a poco que conecten más y mejor pueden ser letales. Muy bien el equipo en su concepto defensivo y asignatura pendiente en el juego de ataque. Como en la pretemporada, costó hacer goles aunque hubo ocasiones suficientes para decantar la balanza a favor de los intereses guipuzcoanos.