Como en toda catástrofe las teorías conspiranoides se contagian más rápido que la propia epidemia. Incluso Iker Jiménez ha dedicado mucho tiempo de su programa a buscar ese algo que no se sabe bien quién quiere ocultarnos.

Estos son los mejores momentos para que las teorías vuelen de boca en boca o de tuit en tuit. Hace unos años se popularizó un documental sobre el 11-S, de impecable elaboración, que desmontaba la teoría oficial de los atentados, pero que al final no se sabía bien ni quién había sido, ni cómo ni por qué. Para muchos otros, lo de que el hombre fue a la luna no dejó ser un cuento creado en un plató.

Y cuando llegó la famosa Gripe A hubo un movimiento mundial antivacunas señalando a las farmacéuticas como las creadoras del virus y generando una legión de insumisos a las vacunaciones. El COVID-19, que tan escurridizo es para la ciencia, no ha podido librarse de tener su propia teoría conspirativa.

Para que una teoría tenga éxito hay que buscar algún científico que la sustente. Y no un microbiólogo de 'Hardvaravaca', sino que hay que tener detrás a todo un Premio Nobel, aunque te lo tengas que inventar lo que dice.

Primero se publicaron unas presuntas declaraciones del premio Nobel de Medicina Tasuko Honjo en las que supuestamente afirmaba que el COVID-19 había sido creado por el hombre. Para tratar de disimular la mentira habían tirado de lista de premios Nobel y escogieron a un japonés. De un país muy, muy lejano al que traducir sus numerosos artículos iba a costar casi tanto como encontrar la vacuna. Pero él se enteró allí de lo que se decía aquí y, muy enfadado, lo desmintió destapando el bulo.

Pero ¿se iban a detener ahí los amantes de las conspiraciones? Por supuesto que no. Aunque esta vez el plan B no era tan bueno como el anterior. Y no les ha quedado otra que echar mano del de siempre. Luc Montagnier, premio Nobel de microbiólogía que ya encabezó en 2010 un movimiento antivacunas al sostener que el autismo tenía un origen microbiano. Pero es que no había otro. Era este o citar como experto a Donald Trump.

La verdad es que al final igual se arrepienten de la elección. Montagnier, además de sostener con más vehemencia que argumentos científicos, que el COVID-19 fue creado por el hombre en un laboratorio vaticinó que iba durar poco tiempo y se iba a esfumar por si solo.

LA EXPLICACIÓN CIENTÍFICA

El COVID-19 es un coronavirus y todos hemos visto las púas que conforman su corona. Están compuestas por la proteína S con la que 'pincha' las células y las infecta. Pero si bien se engancha con cierta afinidad a la célula (a través de otra proteína ACE2), la interaccióin entre ambas ya no es tan afín. Si se hubiera creado en un laboratorio, la interacción sería mucho más afín. Y es que a la naturaleza la evolución le cuesta mucho más tiempo.

(Célula de un paciente infectado por virus de COVID-19, 'puntos amarillos')

Pero si esta razón parece demasiado científica, la otra es como para agarrarse. Para crear un virus de laboratorio hay que realizarlo sobre algo. El hombre todavía no puede crear de la nada. Entonces para crear un coronavirus de este tipo hay que utilizar otro parecido y modificarlo, En este caso debía haberse usado un sistema genético conocido. No obstante, en el COVID-19 no hay ni rastro de 'esqueletos' de virus usados para esa supuesta y maléfica creación.

Cuando vamos a que nos dupliquen una llave el cerrajero utiliza un modelo al que le reproduce los dientes que desea. Pues bien, en el COVID-19 no se encuentra ningún resto de llave básica o modelo, lo que según los científicos prueba que no ha sido 'falseada' y es original. Pues, es lo más parecido que se me ocurre.

EL MURCIÉLAGO, SIN LUGAR A DUDAS

Lo que sí han descubierto los científicos es que está muy relacionado con el Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARS), que su orígen está en el murciélago herradura. Genéticamente tienen gran coincidencia por lo que podría tratarse de algo así como una mutación. El conocimiento que ya tenían los científicos sobre el SARS es lo que propició que se pudieran fabricar con rapidez las pruebas de diagnóstico, antivirales, tomar medidas epidemiológicas y el desarrollo de vacunas. Algunas de ellas ya están en fase de ensayo clínico. Aunque para nosotros puede parecernos una eternidad, los científicos aseguran que el proceso va a velocidad de vértigo.

Otra de las pistas que nos llevan a los murciélagos es la virulencia con la que atacan a los humanos, algo que comparten los SARS, MERS, COVID-9 o el Ébola, todos ellos con origen en esos mamíferos nocturnos.

UN CASTIGO POR LA INVASIÓN DEL HÁBITAT ANIMAL

Estos animales tienen sus sistemas inmunes diseñados para defenderse de los virus, es decir separan rápidamente los virus de las células para que no sean infectadas. Esto provoca mutaciones agresivas en esos virus que tratan de superar esas defensas. Y lo hacen multiplicándose rápidamente para llegar antes de que el murciélago pueda montar su línea de defensa. De ahí que cuando salen de este mamífero y llegan a un huésped con un sistema inmunitario como el nuestro el efecto suele ser devastador.

Ahora solo falta saber cómo ha llegado aquí un virus de un murciélago herradura que vive lejos hasta de Wuhan. Necesita alguien que lo traiga. Es decir, otro animal que haga de intermediario.

El cambio climático y la deforestación tienen mucho que ver lo sucedido. Y es que la agresión humana al hábitat de estos murciélagos les produce una situación de estrés que les incrementa la carga vírica en saliva, heces y orina, infectando con mayor facilidad a otros animales.

El pangolín es el animal sobre el que recaen todas las sospechas de haber sido el 'medium'. Es también originario de esa zona del sur de China y se vende en mercados de carne y de mascotas en los que todos los animales están hacinados y pueden contagiarse entre sí con extrema rápidez. Mercados exactamente iguales al de Wuhan.