UPN ha lanzado esta semana su particular precampaña electoral. El habitual balance anual sobre la coyuntura política en Navarra ha servido a Javier Esparza para subrayar su crítica al Gobierno foral. Una enmienda a la totalidad a su gestión en prácticamente todos los ámbitos que esta vez ha venido acompañada del vaticinio que la derecha navarra lleva siete años esperando: habrá cambio de Gobierno el próximo mes de mayo.

Será el tercer intento de Javier Esparza de llegar a la planta noble del Palacio de Navarra, y muy posiblemente el último. La precampaña se presenta con muchas incertidumbres. No está claro que va a ocurrir en el ámbito económico, cuánto tiempo va a durar la crisis energética ni cuál va a ser la reacción social en este nuevo escenario. Pero, hoy por hoy, el objetivo de Esparza se antoja realmente complicado.

Con sus dificultades y diferencias, menores si se observan con la perspectiva del tiempo, la coalición de Gobierno ha funcionado bien. Así que lo más probable es que PSN, Geroa Bai y Podemos reediten su coalición con el apoyo directo o indirecto de EH Bildu. La formación soberanista se ha convertido en un aliado estable para los socialistas, que sigue marcando distancia pero que no tiene reparo en negociar cuando resulta necesario. Tampoco en Madrid, donde el PSOE ha encontrado en la izquierda abertzale un aliado leal y, a estas alturas, ya casi imprescindible.

La histórica alianza de UPN y PSN hoy parece hoy más difícil que nunca. Podría darse si el PSN sufre un gran desgaste electoral que le impida liderar el Gobierno. O si desde Madrid se fuerza un cambio de rumbo que marque distancias con EH Bildu. El problema para la derecha navarra es que las elecciones generales en España serán después de las autonómicas y el PSOE acaba de reafirmar su estrategia política con Santos Cerdán, principal valedor de María Chivite, al frente de los mandos de Ferraz. Los tiempos juegan a favor de los intereses del PSN y en contra de los de UPN.

Así que ahora mismo la vía más factible de Esparza para llegar al poder es una improbable mayoría absoluta. Algunos de sus dirigentes lo fijan ya como objetivo. “A por esa mayoría absoluta vamos. Chivite ya no engaña a nadie”, proclamaba recientemente Marta Álvarez, una de las parlamentarias que mejor representa la oposición agria y frontal por la que ha optado UPN. Y que explica en cierto modo también los motivos por los que los regionalistas han acabado rompiendo los puentes con el socialismo navarro. Y aunque la política es el arte de lo imposible –el día después de las elecciones todo se ve muy diferente– desde el punto de vista de las relaciones personales, parece difícil que ambas direcciones puedan compatibilizar en el futuro un proyecto compartido.

Es el todo o nada de Javier Esparza. Una apuesta más forzada por las circunstancias que deliberada. Toca apretar el acelerador hasta el final y confiar en que lo que hoy parece un futuro gris, escampe en unos meses. Que sea con las siglas de UPN, con las de Navarra Suma o con cualquier otra poco importa a estas alturas.

El problema es que esta es una realidad asumida hace tiempo en un partido que empieza a pensar en el día después, en el que el hoy presidente del partido probablemente tendrá que asumir un rol más secundario. Los gritos de presidente, presidente de muchos tudelanos a su alcalde, Alejandro Toquero, durante la procesión de Santa Ana son una evidencia más de las pocas expectativas que una parte de las bases de UPN tiene en Esparza. Un ambiente que en cierto modo ha propiciado también la ruptura que ha supuesto la creación de la plataforma de Sergio Sayas y Carlos García Aduanero.

Muy a su pesar, a Javier Esparza le ha tocado lidiar con la etapa de UPN en la oposición. Una circunstancia de la que no es responsable, pero a la que tampoco ha sabido darle la vuelta. La crispación y la confrontación parlamentaria, primero con el Gobierno de Barkos y ahora con el de Chivite, han permitido cerrar filas, pero han dejado al regionalismo foral sin influencia política y sin más capacidad de acuerdo que una derecha española que sigue siendo minoritaria en Navarra. Y ese es un camino que ya se sabe dónde acaba. l