Estos días pasados se ha vivido en España un escándalo a raíz de la implicación de ciertos medios de comunicación en la difusión de información falsa. Se ha escrito mucho sobre el asunto, exigiendo a los medios y al poder político responsabilidades, transparencia y honradez. Todo ello es necesario, pero conviene también insistir en la responsabilidad de cada uno de nosotros con respecto a la calidad de la información que consumimos y los efectos que nuestro comportamiento termina teniendo sobre esa calidad. Y es que cuidar nuestro consumo de información no solo tiene efectos sobre nuestra higiene mental e intelectual y hasta en nuestra calidad de vida, sino que seguramente tiene efectos más generales. Lo que vemos y leemos, aquello a lo que prestamos nuestro tiempo y nuestra atención hoy, termina condicionando la oferta informativa a la que podamos acceder mañana.

Me parece, y lo digo con más resignación que orgullo, que con la edad son menos los ámbitos de la actualidad que transmiten los medios que consiguen despertar mi interés. Me cansan, por ejemplo, el cruce de declaraciones, los periodistas que comentan lo que otro ha comentado, las polémicas mediáticas que se terminan en sí mismas sin producir nada concreto, los debates donde la mal entendida actualidad ahoga las cuestiones de fondo, los enfrentamientos gritones donde los oradores creen estar practicando fina esgrima dialéctica sin saber distinguir un florete de un mazo.

En la última polémica se ven envueltos los nombres de dos periodistas asiduos de las tertulias televisivas, cuyo nombre no quiero ni recordar ni promocionar. Juraría que en los últimos años no he visto más de 10 minutos de cualquier tertulia en la que hayan participado. No me interesa el tono de esos debates, sus lógicas, la forma en que se conducen, la manera en que unos y otros se tratan. El problema no es tanto lo que dicen esas personas en concreto en esas tertulias, sino que el formato está creado para generar basura como alimento.

Sigo apegado al placer de la lectura del periódico de papel, pero cada vez, como es lógico, leo más información online. Es necesario en todo caso no confundir la información on line con la información gratuita. Pagar algunas suscripciones de los medios que más confianza nos generen es una forma de responsabilizarme con la calidad de lo que recibimos. Hay algo de inconsistente en quien pontifica sobre la calidad de la información pero, pudiendo, no es capaz de sacrificar el coste de un par de cafés semanales para contribuir en el sostenimiento de buenos medios con buenos profesionales razonablemente pagados.

Conviene cuidarse de entrar en las noticias que le llegan a uno por redes sociales. Salvo que procedan de fuentes muy solventes yo prefiero abstenerme. Desde luego no entro en ninguna noticia a la que se me quiera invitar por medio de un titular misterioso, amarillista, escandaloso o espectacular. Cuanto más excitante es la llamada, mayor prevención sería recomendable. Si el contenido es verdadero e importante, ya llegaremos a él por otro medio que respete más la inteligencia del lector, si se tratara de un chisme o de un escándalo inventado es mejor dejarlo pasar. Avivar las polémicas de los medios amarillistas o machistas o populistas entrando en ellas para escandalizarse o para alimentarlas con nuestro rechazo o nuestra indignación es hacerles el caldo gordo, puesto que estos medios se nutren precisamente de la polémica y de las emociones que provocan.

Estos sencillos –y muy poco originales, lo admito– hábitos de higiene creo que ayudan no solo a tener una mejor información, sino a vivir más tranquilo y a contribuir a una sociedad donde la información resulte de mayor calidad. Las tonterías de los tontos y las mentiras de los vendidos no tendrían tanta importancia si nadie las escuchara, si nadie las replicara, si nadie les diera vuelo. La calidad de lo que recibimos depende de la suma del ejercicio de criterio de muchos. l