Ni siquiera en verano da tregua la crispación política. Cualquier ocasión es buena para enfatizar diferencias, desacreditar al rival y buscar rédito político. Lo sabe bien la derecha, que recurre de forma habitual a escenarios de confrontación cuando está lejos del poder, y que tiene en el comodín de ETA y el recuerdo a la violencia uno de sus argumentos centrales. Incluso ahora, con la inflación disparada y en medio de una enorme incertidumbre económica ante la crisis energética que se puede desatar a partir de otoño, el fantasma de ETA sigue siendo la bandera principal de la oposición, tanto en Navarra como en Madrid.

Da igual que sean los incidentes en la calle Curia de Pamplona durante la procesión del pasado día 7, el 25º aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco e incluso el propio Debate sobre el Estado de la Nación que esta semana ha celebrado el Congreso. La derecha sabe que tiene opciones de volver al poder, y las elecciones municipales y autonómicas son su próximo objetivo. Pero para eso necesita desmovilizar al electorado de izquierdas e impedir que el resto de partidos sean capaces de articular una mayoría alternativa.

Algo especialmente evidente en Navarra, donde UPN ha gobernado durante más de 20 años con relativa comodidad pese a no contar nunca con mayoría absoluta. El escenario sin embargo cambia en 2015 con la llegada del Gobierno de Barkos, y da un paso más en 2019 con la entrada del PSN en la nueva mayoría parlamentaria. Por primera vez desde 1982 toda la izquierda navarra llega a acuerdos de forma recurrente y transversal en el Parlamento de Navarra. Una realidad que podría extenderse al resto de municipios después de mayo de 2023, y que en la derecha genera auténtico pavor. No es que a UPN le vaya a ser difícil volver al Palacio de Navarra, es que podría perder muchas alcaldías, incluida la de Pamplona.

Sobreactuación de UPN

El dibujo explica bien la airada reacción que la derecha en general y UPN en particular han tenido los últimos días. Ha sido especialmente evidente en estos sanfermines. Había pasado poco más de una hora desde los incidentes de Curia y Javier Esparza ya estaba buscando la ruptura del Gobierno de Navarra. “Es una vergüenza que Chivite y los socialistas navarros pacten con esta gentuza”, denunció en Twitter. “Pactáis y gobernáis con ellos desde el inicio de la legislatura, eso sí que es indecente. Bildu se ha negado a condenar lo sucedido y vosotros seguís de la mano con ellos. Ya no sois creíbles y los navarros os lo harán saber en las urnas”, replicó minutos después al portavoz socialistas, Ramón Alzórriz.

La utilización política no ha sido menos burda en el homenaje a Miguel Ángel Blanco. 25 años después de su asesinato todos los grupos políticos, incluido EH Bildu, se concentraron frente al Ayuntamiento de Pamplona el pasado día 12. Una concentración de recuerdo que el alcalde y vicepresidente de UPN, Enrique Maya, no dudó aprovechar para sus intereses políticos.

“Con los que no condenan a ETA no se debería pactar nunca nada, habría que excluirlos en tanto no den el paso adelante que tienen que dar”, demandó el alcalde de Pamplona, cuya continuidad y la de su partido al frente del consistorio podría estar en riesgo si PSN, Geroa Bai y EH Bildu amplían a la capital su alianza parlamentaria. Así que UPN da un paso más y ya no solo exige que no se pacte ni se gobierne con ellos, también reclama “excluirlos de toda negociación política”. Porque sin negociación no hay acuerdo y sin acuerdo no hay mayorías alternativas a la derecha en Navarra. La ecuación, a ojos de UPN, resulta sencilla.

El PP y el lazo azul

No importa que Joseba Asiron estuviera presente y aplaudiera como uno más en el acto de memoria a Blanco. O que los vídeos difundidos estos últimos días prueben que los incidentes del día 7 no fueron algo organizado y que la prisión provisional para el presunto agresor resulta claramente desproporcionada. Ni que la portavoz de EH Bildu muestre en el Congreso su respeto y consideración por la memoria de las víctimas de ETA. Los hechos son secundarios en una carrera que no atiende a daños colaterales.

Lo ha vuelto a dejar en evidencia el PP esta semana en el Congreso, donde no ha tenido reparo en utilizar la memoria de Miguel Ángel Blanco para sus propios intereses políticos. Solo así se entiende que su portavoz, Cuca Gamarra, arrancara el discurso con un minuto de silencio sin previo aviso a ver si pillaba a alguien desprevenido. O que todos sus diputados acudieran al hemiciclo con el lazo azul en la solapa. El símbolo de la unidad contra el terrorismo –que muchos ciudadanos portaron de forma anónima y espontánea– apropiado ahora al servicio de la estrategia electoral del PP.

La dinámica no es nueva y tampoco va a parar. Entre otras cosas porque en la propia derecha hay también una rivalidad interna por alzarse con una bandera que todos quieren hacer suya. Desde Feijóo hasta Abascal. Pasando por Arrimadas y, por supuesto, Javier Esparza, que debe competir ahora con la nueva plataforma de Sergio Sayas y Carlos García Adanero. Y que como se ha visto en el Congreso, en este tema también le han adelantado por la derecha. La precampaña será larga.