Donostia. Joan Subirats ofreció ayer una conferencia en los cursos de verano de la UPV/EHU en el palacio Miramar de Donostia, dentro del ciclo La Odisea de Europa en la Globalización, ¿un viaje sin destino? organizado por Eurobask. El catedrático habló de las contradicciones europeas, que explicó a través de los cambios sufridos en los últimos tiempos.
¿En qué hemos cambiado?
Más que una época de cambio, vivimos un cambio de época, como fue el paso a la época industrial. Estamos cambiando en muchos aspectos, sobre todo en algunos temas clave. Por ejemplo, la idea de trabajo que estaba muy asentada era que la gente tenía un empleo para toda la vida. Ahora, sin embargo, se tienen muchos empleos y no siempre son los mismos. Otro concepto que ha cambiado es la educación. Antes servía para el trabajo. Ahora, en cambio, la educación no está conectada con el trabajo, aunque ayude. La idea de la familia también ha cambiado. Antes era muy estática, pero ahora es muy discontinua, desigual y cambiante. La propia idea del sitio de donde vives: existe una heterogeneidad social; cada vez hay gente más distinta. También ha cambiado cómo nos comunicamos. Internet está modificando radicalmente las formas de relacionarse y de comunicarse de la gente. Se podría concluir que están cambiando muchas cosas al mismo tiempo.
¿Cómo influye en el modo de vida?
En la idea de "no previsibilidad". Antes la gente tenía una visión del futuro mucho más certera. Ahora lo que predomina es la inseguridad y la incertidumbre. Esto crea muchas tensiones en el día a día. La gente pide seguridad, pero a veces se confunde con el orden público. La seguridad es un conjunto de seguridades: personales, familiares y laborales. Por lo tanto, nos está cambiando mucho la vida.
¿Cómo percibe la ciudadanía estos cambios desde un punto de vista político?
La sensación es que nos están dejando solos. Estamos un poco padeciendo los efectos de ese cambio de época sin que haya capacidad por parte de los poderes públicos de dar respuestas un poco más "securizantes". Yo creo que hay un nivel de indignación (los indignados) con lo que ocurre que está muy justificado por la sensación de que no tenemos respuesta.
¿Cuál debería ser el papel del Estado?
Necesitamos "más Estado", pero "otro Estado". Tiene que ser capaz de ir por encima de los "Estados-Nación" y de contrarrestar a los mercados. Las respuestas políticas son "locales" (españolas, vascas, belgas…) y los mercados son globales: ahora están en Europa, luego en EEUU y después en Japón... Además, trabajan 24 horas y no respetan fronteras. Entonces, necesitamos un tipo de respuesta que esté a la altura de lo que el mercado esté planteando.
¿Cuál debería ser, entonces, el papel de la ciudadanía?
La ciudadanía lo que tiene que hacer es movilizarse. No puede esperar a que los poderes públicos tengan respuesta. Por primera vez desde el franquismo, se está relacionando conflicto político con democratización política. Hay una demanda de cambio a la hora de hacer la política que se conecta con las reivindicaciones sociales y esto hacía tiempo que no sucedía. Por lo tanto, la única forma en que los poderes públicos son capaces de responder a los retos actuales es que la gente se movilice.
¿La gente puede asumir ese papel que le correspondería? ¿Puede "tomar la calle"?
El "tomar la calle" se toma de muchas maneras distintas. Una cosa es lo que históricamente se entendía como "tomar la calle" y otra, por ejemplo, es movilizarse en Internet, en Facebook o Twitter. Esto acaba creando dinámicas de cambio también porque la gente es más sensible a estos procesos que son más horizontales y menos de intermediación. La calle es digital, es virtual y es real. Lo importante es que se mezclen esos elementos. Se podría decir que este tipo de cambios también exigirán formas distintas de movilización.
Internet es muy importante, ¿pero no es también fuente de análisis superficiales?
Estamos aún acostumbrándonos a lo que es la forma de comunicarnos en Internet y lo que implica. Pero creo que el movimiento 15-M ha sorprendido porque se atreve a afirmar que camina preguntando. No tiene todas las respuestas; sino que discute, pregunta, evalúa... Esto está bien porque no se compromete a dar soluciones ya hechas. A veces la gente ha dicho que estas asambleas son muy ingenuas. En el fondo creo que es una forma de comprender que no todo el mundo entiende la política de la misma manera y de que es importante entre todos aprender de buscar las respuestas necesarias para responder a esos retos.
¿Podría ocurrir que el 15-M se convirtiera en un movimiento de desahogo en lugar de estar dirigido para buscar soluciones?
No creo que les tengamos que poner encima la idea de que tengan que buscar soluciones. ¿Por qué no estar cabreados? Lo que tiene que hacer el movimiento 15-M, si es capaz, es demostrar que está insatisfecho con la situación actual y que está dispuesto a buscar soluciones colectivas para hacerlo sin esa visión mesiánica de que los políticos tengan que dar la respuesta. No podemos pedir al 15-M que en dos meses resuelva problemas a los que llevamos enfrentándonos desde hace muchos años y que los partidos no han sido capaces de responder. Lo que está claro es que desde existe el 15-M, hace dos meses, está marcando la agenda política y está obligando a los políticos a definirse en relación a esos temas. Por ejemplo, el discurso de Rubalcaba en su proclamación como candidato del PSOE no tiene ningún sentido si no se explica con esto.
¿Cómo lo hace?
El movimiento 15-M es un movimiento político que está diciendo a los políticos: "No nos representáis por dos razones: porque no cumplís lo que nos decís que teníais que hacer y porque además, por vuestros privilegios, os estáis apartando de lo que es nuestra vida". La representación puede ser por dos cosas: primero, porque nos representan en cuanto a que tengan un mandato y hacen lo que nosotros les hemos pedido que hagan o, segundo, nos representan porque son parecidos a nosotros. Pues las dos cosas están en cuestión hoy.
¿Dónde está el límite entre el político y el ciudadano?
Es distinto el político institucional de la persona que hace la política vinculada al día a día. Es una distinción más bien de posición: un político que está en las instituciones tiene una posición de poder y de representación. Tú y yo, en cambio, tenemos una posición política porque nos preocupan las cosas políticas. Son dos cosas distintas.