De todas las apuestas que se podían hacer antes de las elecciones andaluzas, la que menos cotizaba era la de que Ciudadanos se convertiría en un partido intrascendente. Así ha sido, hasta el punto de su desaparición institucional, y a pesar de que durante casi cuatro años han tenido la vicepresidencia de la Junta, la presidencia del Parlamento y numerosas consejerías y cargos asociados, con todo lo que conlleva tan preciado lote en términos de proyección pública y propaganda a granel. Estos días andan diciendo que no lo entienden, que han hecho una labor meritoria en el Gobierno y que su candidato era bueno, de contrastada habilidad para medirse en los debates que se emitieron por televisión. El caso es que los naranjas ya son pretérito perfecto, cuando hace unos pocos años ganaron las elecciones en Cataluña y se llegaron a publicar encuestas en las que aparecían como la primera opción de los españoles. Se empeña Inés Arrimadas en creer que aún hay enmienda, que cambiando el nombre por el de “Liberales” y remozando el logo será posible una nueva vida. Ya apenas interesa nada de lo que digan o hagan, pero tal vez sí saber cómo es posible diluir en la inanidad un proyecto que, decían, estaba llamado a cambiar toda la escena institucional, recuperando los valores del centrismo. Siquiera como mero caso clínico, las razones del óbito pueden interesar. Hágase la autopsia.

Se ha dicho con rotunda convicción que el problema de Ciudadanos fue que no supieron ser útiles cuando se les necesitaba, el momento en el que ellos y el PSOE de Sánchez hubieran podido conformar una cierta mayoría, no del todo suficiente, pero sí al menos definitoria de un modelo de entendimiento que hubiera sitiado a los de Rivera como arbitro moderador del bipartidismo. Con esta cantinela de la utilidad se despacha el análisis de los motivos por los que el proyecto empezó a declinar. También, aludiendo al carácter tan personalista de su entonces líder, o el hecho de que no siempre presentó credenciales de fiabilidad, como se puso de manifiesto con esa trayectoria de conformación de gobiernos con el PP (Madrid, Andalucía, Castilla y León), alcaldías con el PSOE (Castilla La Macha), y hasta mociones de censura oscilantes (Murcia). No se podrán quejar los naranjas de hasta qué punto contaron con el beneplácito de muchos medios referenciales, desde El País de Caño, a la radio de Federico, o la web de Pedrojosé. Y por encima de informadores y opinadores, impera una sociología hispana que se declara de suyo moderada, que cree que el centro es un espacio político ameritado, y que sobre todo andaba necesitada de nuevas referencias tras el fiasco de Mariano y sus mariachis. Pues nada de eso ha servido para consolidar un proyecto en el que parecían conjurarse en su favor todos los factores. El fracaso de Ciudadanos no se explica solo por la posición del tablero que no han sabido ocupar, sino por haber ejercido el populismo centrista, que existe, vaya si existe. Primero, por esa actitud en la que mostraban que Vox les daba como asquito, pero se aprovechaban de sus votos para gobernar en Madrid y Andalucía. Luego, haciéndose ver como la última Coca-Cola del desierto, pontificando todo el día, impolutos, en una inconclusa matraca regeneracionista, como haciendo ver que estaban elegidos por los dioses para convertirse en el fiscal de nuestra democracia. Y también, seguramente lo más relevante, por esa permanente pose protoprogre salida de una consultoría política a tanto la ocurrencia. Por ejemplo, con su inconsistente defensa de la gestación subrogada, sin aportar un mínimo razonamiento bioético o sociológico al debate, guiados sólo por la pose, haciendo ver al orbe que ellos son de mentalidad abierta. Porque debe ser progreso alquilar el útero de una mujer menesterosa. Muchas más así, como lo de decirse liberales, seguramente porque han creído que es el atuendo que falta en el escenario. Todo como muy guay, no sé si me explico. La última ha sido lo de las torrijas. El candidato andaluz le dijo a Olona en un debate televisado si sabía hacerlas, supongo que porque deben constituir eso que algunos llamarían el sentimiento de pertenencia andaluz. La gracia no quedó ahí. Encantados de haberse conocido, se pasaron la campaña hablando del dulce, poniéndose camisetas recordando la invectiva, y acuñando la etiqueta #torrijazo. Seguro que un asesor les dijo que había que hacer bromas, presentarse como gente normal, y llamar la atención. La payasada de las torrijas es descriptiva de todo lo que les ha acabado ocurriendo. Apunten la lección los demás partidos: mejor resultar un poco antipático pero veraz, que cultivar torpemente el aspecto circense de la política. Poco se les va a echar de menos.