os resultados de las elecciones autonómicas celebradas en Andalucía nos van a llevar a un análisis muy serio de la realidad en que vivimos. No solo obedecen a un mero recuento de votos y al consiguiente reparto de escaños, sino que cabe hacer todo tipo de especulaciones, aunque una sola interpretación y valoración, porque no permiten ningún tipo de los juegos de palabras que los líderes de los partidos políticos suelen desarrollar para atenuar sus responsabilidades más directas. Suele ocurrir -igual que ha ocurrido tras las elecciones andaluzas-, que los triunfadores se enardecen y adueñan de los triunfos sin interpretar las posibles razones e influencias que han podido influir en tales, del mismo modo que los derrotados esgrimen razones, peregrinas, que reclaman la condescendencia de los afectados, de los que en tantos casos, sin comerlo ni beberlo, se ven afectados y disgustados por derrotas que sus líderes interpretan como meros avatares propios de la normalidad de todo proceso electoral... Pero, ¿qué pasa cuando se produce un revolcón como el que ha tenido lugar en Andalucía?

Conservo recortes y páginas de periódicos antiguos con el fin de contrastar tiempos y resultados. Hace cuatro años el PP andaluz tuvo que recurrir a la legal triquiñuela de provocar acuerdos con otros partidos para poder superar el mayor número de escaños (7) que consiguió el PSOE sobre el PP. Mediante un cambalache, legal pero fullero, el PP se hizo con un Gobierno que no le correspondía al leer los resultados -solo 21 escaños-, gracias a acuerdos y pactos de extraña justificación. En cuatro años el mapa electoral ha cambiado, de tal modo, que obligará a los líderes y estudiosos de cada partido a sacar las debidas conclusiones, si bien no dudo de que las inquietudes y dolores de cabeza que ahora afectan y afligen a algunos líderes, nunca van a salir a la luz con la fuerza debida. Un vencedor indiscutible, un derrotado evidente y otros tres derrotados y ninguneados (Vox, Por Andalucía y Adelante Andalucía) constituyen el resumen de estos resultados. (Además de un grupo político desaparecido-Ciudadanos-, que surgió en su momento para redimir a la Política y a la Democracia). Sin embargo, cabe analizar que estos resultados son muy expresivos de la evolución que viene teniendo lugar en los últimos años. Veamos: hace media docena de años algunos "líderes" políticos asaltaron a las ideologías de los partidos -conservador, comunista, socialista, nacionalistas, anarquistas-, disfrazados de "normalidad". De pronto los "novísimos" se propusieron desacreditar a los ideólogos de las formaciones antiguas. Y para ello se camuflaron detrás de nombres y apelativos que tenían que ver muy poco con los "catecismos" ideológicos. Al mismo tiempo quienes permanecieron fieles, incluso nominativamente, a las viejas ideologías, no combatieron con suficiente fortaleza ni rigor (cultural ni político) a quienes hicieron piras y hogueras en las que prendieron fuego y destruyeron sus catecismos. Nada cambiaba con contundencia en la realidad, porque ni el vocabulario ni el rigor del debate político daban pie a otros debates más importantes, pero determinados términos que habían educado y conformado nuestras conciencias, pasaron a ser palabras casi malditas: "comunismo" y "anarquismo" han dejado sus auténticos significados en el cubo de la basura, y "socialismo" aún permanece vigente porque, al menos hasta ahora, ha ocupado los despachos y tribunas desde los que ha voceado sus consignas el poder. ¿Qué puede pasar si el socialismo pasa a ser una agrupación de segundo orden, con escasa presencia en los Gobiernos?

Tras la debacle andaluza, pues como tal deben ser interpretados los resultados electorales, espero expectante las reacciones de los líderes políticos buscando al mismo tiempo en las páginas de los diarios las interpretaciones que han hecho de tales resultados quienes, plumilla en ristre, se sienten ungidos de razones para opinar sobre los errores del pasado, los rigores del presente y los avatares del porvenir. He usado el término "debacle" con mucha pena porque se trata de una palabra de dudoso significado, y he acudido al Diccionario rápidamente. "Debacle: desastre que produce mucho desorden y desconcierto, especialmente como final de un proceso". Para más inri, sigo mi ritual y busco sinónimos: "desastre, hecatombe". La segunda palabra me produce más temor y me impacienta aún más, porque "hecatombe" es una palabra que viene de los textos bíblicos y comanda un listado de términos que asustan y amedrentan. Por tanto, dejemos estos derroteros -me digo a mí mismo-, y recuperemos la cordura. Se trata de interpretar lo acontecido, poner cada cosa en su sitio y reemprender el camino, restañar las heridas, someter a revisión nuestras ideas, y seguir caminando, eso sí, rectificando si es necesario los modos, las maneras y los itinerarios.

Ahora, bien se ve que será más importante el rigor y la responsabilidad de los pensadores, que los propios pensamientos. Como socialista, quizás excesivamente acostumbrado a las mieles del triunfo y el ejercicio del poder inherente a las etapas de Gobierno, debo acostumbrarme al nuevo tiempo. Es preciso que abandonemos los análisis superficiales y sencillos que nos han llevado a considerar que quien llegaba a cualquier acuerdo con Vox quedaba tildado para siempre. Los líderes andaluces no han parado de descalificar, durante la campaña, a quien pactara con Vox para llegar al poder. Los líderes se abrazaron a la disculpa fácil de que quien anda con ladrones es también ladrón, pero esa conjetura, que sirve para el debate previo y siempre provisional, ha quedado superada por la fuerza de la realidad: el PP no ha precisado ningún empujón de Vox, entre otras cosas porque muchos votantes andaluces votaron en las playas, donde los votos se los llevaban los vientos y las olas, y las urnas fueron un cúmulo de sorpresas surgidas frente a los muros de lamentaciones.

Para un socialista, como yo soy, el nuevo tiempo se presenta lleno de incertidumbres por varios motivos, porque no ha sido necesario un Judas (Vox) para que las urnas hayan decidido evitar la redención del PSOE. Las valoraciones de los resultados han sido hechas desde la tristeza de los derrotados, y toda tristeza adolece de melancolía cuando los llamados a modificar su itinerario no encuentran un camino esperanzador. El futuro está tras la bruma, y la bruma oculta las esperanzas y eclipsa la fe. El presidente del Gobierno no ha dudado en advertir que la legislatura va a completarse, y es verdad que no caben muchas sorpresas para el próximo año que queda de legislatura, pero si así es, deberá ser un año de meditación y ejercicio de humildad. No solo para los socialistas, como yo, sino para todos. España retorna al bipartidismo porque el debate político no da más de sí ahora que asistimos -¡ahora casi seguro que sí!-, al ocaso de las ideologías. l