a Unión Europea se tomó muchas molestias para evitar que el consejo de gobierno del Banco Central Europeo se viera libre de presiones de los gobiernos de la eurozona, pero también para que las presiones de los bancos privados no tuvieran ninguna cortapisa que dificultara que los miembros del directorio del BCE conocieran cuáles son las demandas, sugerencias, opiniones y deseos de los banqueros de Europa.

Por muy corta memoria que tengamos, todos recuerdan que fueron los banqueros los responsables de la crisis monetaria internacional y después de la Gran Recesión de 2009, solo comparable por sus efectos a largo plazo con la Gran Depresión de 1929, y fueron las ineficientes instituciones bancarias las receptoras de enormes cantidades de dinero público de los contribuyentes europeos para salvar sus instituciones privadas. Incluso cuando fue necesario, como en España, con la destrucción de la banca social (cajas de ahorro) y el reparto de sus despojos entre los bancos comerciales supervivientes.

El único sacrifico que ha tenido que hacer el sector bancario ha sido aceptar un largo ciclo de bajos intereses, necesarios para ayudar a la recuperación de la inversión y el consumo, primero para superar la Gran Recesión y de forma casi inmediata, para frenar el impacto económico de la pandemia. Ello no deja de afectar a la cuenta de resultados de los grandes bancos, pues si bien han logrado ganancias muy elevada en los últimos años, estas se han obtenido sobe todo por las actividades bancarias en los países de la periferia y por la reducción masiva de costes laborales en forma de despidos. Aun así, la rentabilidad del negocio bancario es actualmente inferior a la obtenida por el capital invertido en otras ramas Y esto, en la economía capitalista orientada a la maximización de los beneficios, es señal de problemas estructurales en el funcionamiento del negocio.

Fruto del contubernio entre los banqueros y sus reguladores, se sigue manteniendo algunos mitos que se mantienen en los libros de texto y no dejan de influir en las decisiones de política económica. Dos de los más significativos y persistentes son el que afirma que los precios se mueven al ritmo de la cantidad de dinero en circulación, cuando en realidad es al revés, esto es, la cantidad de dinero en circulación se ajusta generalmente a los precios de las mercancías que hay que intercambiar (y si hay dinero de sobra, porque se reduce la cantidad de intercambios o aumenta dentro de un orden la cantidad de dinero, este se acumula en forma de reservas en bancos, empresas y familias: el famoso ahorro durante el periodo de pandemia). Otro mito es el que cree que los precios son susceptibles de ser regulados con la política monetaria de la tasa de interés (en especial la tasa a la que el banco central presta dinero a los bancos, que es la referencia para todas las tasas del crédito, depósitos etcétera).

Así, pese a que el largo ciclo de intereses bajos no ha sido capaz de subir el movimiento de los precios al objetivo marcado por el BCE del 2% anual, en lugar de cuestionar si la tasa de interés afecta a los movimientos de precios, o más bien estos obedecen a otras variables, ahora se pretende atajar la situación de precios altos... elevando la tasa de interés.

Hoy los precios están desbocados por el caos introducido en los mercados energéticos por las sanciones a Rusia y su impacto en los costes de producción. Los países sancionadores consumen el 40% de la energía mundial, esto es: el 18% del carbón, 45% del petróleo, 46% del gas, 70% de la energía nuclear, el 30% de la energía hidroeléctrica, el 56% de la energía renovable. Pero solo producen el 18% del carbón, 30% del petróleo, el 38% del gas, el 1% del cobalto y el 50% del uranio. La diferencia la tienen que importar. Y pretender eliminar las compras a Rusia, uno de los principales productores mundiales de carbón (5%), petróleo (12%), gas (20%), uranio (9%) y lograr que otros productores abastezcan los mercados de los países sancionadores no podía sino dar lugar a una profunda desestabilización de los mercados, aumento de la especulación, rupturas en las cadenas de suministros y alza especulativa de los precios.

Lejos de pedir perdón por el desaguisado, los responsables de esta decisión, los gobiernos de los países sancionadores y los comisarios de la UE, afirman con desparpajo que es a los ciudadanos de los países sancionadores a quienes les toca pagar la factura. Tampoco les hace mella que puedan aparecer hambrunas en uno u otro lugar de la periferia -al fin, ya deberían estar acostumbrados, parecen pensar.

Pero como la inflación supone un problema político con los consumidores (un problema menor en todo caso que la deflación, la caída sostenida de los precios, que puede dar lugar a que el valor de las inversiones a precios más elevados no se recuperen con las ventas posteriores a precios menores) los mismos que la han provocado pretenden que este problema se puede resolver subiendo las tasa de interés.

Pero esto es matar moscas a cañonazos: se pretende provocar una recesión, en forma de caída de la inversión y el consumo, para reducir los precios provocados por decisiones arbitrarias de los países de la OCDE (salvo México y Turquía, que se esfuerzan por apartarse del fuego). No hay que olvidar el componente político de las subidas de las tasas de interés: en los inicios del gobierno de Ronald Reagan, la Reserva Federal subió bruscamente las tasas de interés para provocar una recesión que acabó con el poder sindical en Estados Unidos. Si los consumidores empiezan a preocuparse por sus empleos, puede que dejen de pensar en los errores de los gestores públicos que han provocado la inflación, que pasaría a ser un problema menor.

La decisión de Reagan (que habitualmente se achaca al presidente de la Reserva Federal, Paul Volcker, pero en el caso de Estados Unidos, el jefe del banco central no tiene ningún impedimento para hablar de política con el jefe del Estado, más bien al contrario, no adopta ninguna decisión relevante sin consultarla previamente con el gobierno) también sirvió para fortalecer el dólar, fuertemente cuestionado en su papel de moneda mundial por el hundimiento del sistema monetario de Bretton Woods y por la crisis industrial mal llamada del petróleo.

Hoy Estados Unidos vuelve a subir la tasa de interés para fortalecer al dólar, alicaído por las consecuencias de las disparatadas políticas de sanciones y el curso de la guerra contra Rusia en Ucrania. El BCE no solamente hace seguidismo, sin que tenga ningún efecto en el sostenimiento de la divisa europea, porque no cumple el mismo papel que el dólar, sino que además anuncia una medida de un impacto aun mayor, dejar de comprar deuda pública. Solamente el anuncio ya empezó a agitar las aguas de la especulación financiera, donde los tiburones han empezado a oler sangre en la deuda de los países más endeudados del sur de Europa y en consecuencia a pedir más rentabilidad a sus emisiones de deuda. La debacle que se anuncia ha hecho recular de momento al banco central, sacándose la excusa de buscar otro procedimiento nuevo para que en definitiva el BCE siga siendo el principal tenedor de la deuda pública europea. Lo que sería deseable, pero improbable en el actual clima de desbarajuste político, es que se volviera a poner sobre la mesa la necesaria mutualización de la deuda pública de la eurozona. Si la moneda es común, si la política monetaria es común, ¿por qué la deuda no es común, y así se suprimen de golpe las primas de riesgo? Ello requeriría establecer un procedimiento regulado de emisión de deuda, como el que existe por ejemplo en España cuando las comunidades autónomas quieren emitir deuda, que tienen que negociar el placet con el Ministerio de Hacienda. De modo similar, con reglas de gestión, con una autoridad fiscal común en la que se articulen los ministerios de hacienda de los europaíses, se podría gestionar la emisión de deuda europea o con garantía europea.

Pero no especulemos, y sobre todo no pidamos peras al olmo: el hecho es que se siguen adoptando decisiones absurdas, que incluso pueden abocar a una nueva gran recesión europea y mundial, ahora por acción y no por omisión como en la anterior, pero aquí, no dimite nadie. Al menos en eso, España ha creado escuela. l

Profesor titular de Economía Política en la EHU/UPV