con Cerrando círculos, de Paulo Coelho, reflexivo escritor, en mi opinión: "No podemos estar en el presente añorando el pasado, ni preguntándonos el porqué. Lo que sucedió, sucedió. Los hechos pasan y hay que dejarlos ir. Por eso, a veces es tan importante destruir recuerdos, romper papeles, tirar documentos y regalar libros. Los cambios externos pueden simbolizar procesos interiores de superación, dejar ir, soltar, desprenderse. En la vida hay que aprender a perder y a ganar. La vida está adelante, nunca atrás".

Hace años me referí a Godot. Siempre he sentido una especie de rara atracción por esa persona que, al no existir, me encarnaba el querer, no poder, trabajar, creer, conseguir y tener fe activa. Su personaje y su no existencia me ha solido dar alas a la imaginación activa. Se dice que nunca existió. Lo dudo. Hay maneras de existir y de no estar. Así también, y al respecto, me he referido en más de una ocasión en diferentes reflexiones al uso: Soy ciudadano vasco, pertenezco a un país, Euskadi, que en épocas históricas más o menos cercanas y difíciles como guerras, dictaduras y convivencias sociopolíticas duras ha vivido con la esperanza de un futuro mejor. Así afirmaba Vaclav Havel, personaje reiterado, primer expresidente poscomunista checoslovaco en su discurso de ingreso en la Academia de Ciencias Morales y Políticas en París hace 30 años: "Hay dos maneras de esperar: una, esperando la llegada de Godot como encarnación de un sujeto exterior definitivo de salvación total y universal, así, la espera pasiva de muchas personas suele situarse intelectual y vitalmente en esta posición. La otra espera, en cambio, apuesta proactivamente por los matices progresivos, animada por la creencia de que resistir, y vivir, trabajando, buscando e intentando la foto de un futuro mejor es una cuestión de principios, es decir, se hace porque sencillamente se debe de hacer".

Espera fuerte, consciente, sin la puntual y tentadora preocupación de una eventual revalorización del intento, sin saber ni conocimiento si algún día triunfará, o será ahogado, olvidado o archivado por imperativos de coyunturas. Esperar despierto, erguido, ilusionado y trabajando por una foto de integración tiene sentido en sí mismo, aunque sólo sea por abrir brecha y agrietar un paisaje inerme que rompe personalismos protagonistas que rodean nuestro yo vital. Foto perfilada, con luz que entienda la política como en la época de la democracia griega: servicio ciudadano.

Servicio que nace de la ética, que la tiene como comportamiento y práctica real de la moral, que nadie sabe cuándo ni cómo, pero sí que brotará vigorosa echando robustas raíces en tierra vasca. Espera proactiva inspirada en firme convicción de fortalecer el músculo de nuestro instrumento político, EAJ/PNV, y hacerlo aún más efectivo para articular una sociedad más integrada, integradora, inclusiva, abierta y moderna, cohesionada y solidaria para con los más castigados por la vida, Euskadi más humana, de las siete tierras vascas en la que haya cabida para todos, protagonista de su futuro, reencontrada en sí misma, tolerante en su compleja variedad y más justa para con los que nos vienen buscando una vida mejor para ellos y los suyos. Más igualitaria y socialmente articulada. Una Euskadi lingüísticamente normalizada, abierta a lenguas, que vaya tenazmente recuperando y utilizando el euskera, en la que en su atractivo se use progresivamente, sobre todo en los más jóvenes y en todos y cada uno de los espacios que configuran la vida individual de la persona y del colectivo social.

Significa trabajo e ilusión, deber y obligación. Esta espera proactiva es un estado tenso, esperanza dinámica en la convicción de que la rectitud jamás se impondrá con rodeos, atajos ni artimañas. Esperanza ilusionada en la que la verdad no se impondrá mintiendo, ni el espíritu democrático con disciplinas autoritarias, sino con sincera y serena reflexión autocrítica. Esperanza consciente y responsable contraria a la desesperanza, pasividad y dejación. Esta espera añora que germine el brote de grano sembrado, lo contrario a Godot, porque ello significa esperar la floración de una orquídea nunca plantada ni regada, sólo hay una semilla que no germina: la que no se planta por temor o falta de audacia.

Se puede perder incluso la esperanza de encontrar la foto de futuro mejor, pero nunca la necesidad de la propia esperanza, aunque Godot, el esperado, no exista y no llegue nunca. Godot, el enviado, es la sustitución de la propia esperanza de los que no la tienen, quimera quebradiza. Esperar a Godot carece de sentido, es engañarse a uno mismo, miserable e inútil pérdida de tiempo. Hay esperas que no pierden el tiempo sino que lo cumple, basta con comprender que nuestra activa espera sí tiene sentido, que no es dejación ni aburrimiento, sino tensión mantenida en la siembra. Siempre es época de siembra de ilusión y trabajo, actitudes nuevas, respeto, espíritu de superación y conciencia de proyectos colectivos compartidos y utopía pegada a la realidad. Siembra con frescura, paciencia y riego paciente. Es sembrar, saber esperar y conceder a las orquídeas el tiempo que les es propio.

Godot nunca ha existido, no sembró nada, nunca, en ningún sitio, ni recolectó ninguna cosecha previamente sembrada, ni supo entender lo que significa y encarna una humilde semilla. Siempre las menospreció. Godot nunca creyó en un proyecto de futuro, y menos en uno líder, integrador, abierto y amplio. Nunca existió. Un proyecto de futuro líder se trabaja y gana, lo ganaremos en auzolan, o no se ganará para nadie, porque todos somos parte voluntaria y vital de ese proyecto a futuro abierto y amplio. Godot nunca existió, pero ello no debe desanimar, al contrario, porque "repensar", según el Real Diccionario de la Lengua, es verbo transitivo, sinónimo de "reflexionar" y, según el Diccionario Ideológico de Casares, "volver a pensar con atención". Pues eso: "Seguir caminando, reflexionando, repensando, actuando, haciendo, influyendo, trabajando y abriendo con audacia y prudencia combinada nuevos caminos al futuro por encima de dudas, miedos e incertidumbres".

Todos tenemos derecho a soñar en positivo y pelear por ello, querer demasiado a Euskadi como para pretender que la construyamos unos frente a otros con políticas de trincheras o de barreras identitarias-simbólicas interiores o exteriores. No creo en ellas. Sueño, peleo, quiero y deseo el máximo autogobierno posible para Euskadi en el siglo XXI. Una Euskadi compartida, nación vasca ciudadana. Sueño, deseo y peleo por su reconocimiento jurídico y político en ámbitos estatales e internacionales. No creo en Godot, sí en el acuerdo, en la libre disposición sobre nuestro futuro colectivo, en la voluntad de pacto en la sociedad vasca y posterior con el Estado. No espero a Godot pero sí un futuro compartido basado en la no-imposición cual clave de bóveda y regla de juego. Godot nunca creyó en un no fácil bilateralismo superador de la unilateralidad frustrante.

Esta espera proactiva, pulso dinámico, pasa del campo teórico a la experiencia histórica por escribir. Los vascos, nuestra férrea voluntad de querer seguir siéndolo, estamos una vez más, lo queramos o no, convocados activamente al futuro, que será compartido o que no será. Pero estoy que sí y que por lo tanto será. Y ello aunque Godot no existió nunca, ni existirá jamás, tampoco aquí, en Euskadi. Seamos pues serenamente ambiciosos con pies y raíces anclados en la tierra, mirando esperanzados a la cima, con las ramas extendidas abiertas al mundo diverso: "Eman ta zabalzazu munduan fruitua" que diría el bardo Iparragirre. Sigamos acertando, hago mías por ello todas y cada una de las reflexiones del lehendakari Iñigo Urkullu y del presidente del PNV, Andoni Ortuzar, en el último Aberri Eguna. Adelante pues, "asmoz eta jakitez, ekin eta jarrai". O parafraeando a los infanzones de Obanos: "Pro libertate patria, gens libera state". Ánimo. Sea pues.