a vanguardia del capitalismo del siglo XXI es la innovación tecnológica y la llamada cuarta revolución industrial. Dentro de ella, son especialmente importantes las innovaciones que tienen por objeto reducir la huella digital y las emisiones, para contribuir así a mitigar el cambio climático.

El capitalismo high tech y el capitalismo verde funcionan como soluciones para beneficio de los humanos, y también de la vida en el planeta o del propio planeta en la medida que los intereses humanos no resulten perjudicados. No son soluciones para beneficio de todos los humanos, sino de algunos grupos en particular.

Para abordar el primer problema es necesaria una concepción no antropocéntrica de la sostenibilidad planetaria. Para abordar el segundo hay que recordar el elemento fundamental que se ignora en las soluciones high tech y verde: la sostenibilidad socio-económica.

El antropocentrismo que subyace en la visión ecológica dominante no trata la naturaleza como una comunidad a la que pertenecemos sino como un ideal externo que hay que salvar para salvarnos a nosotros mismos. Este es el principal obstáculo ideológico que impide la consecución de la sostenibilidad planetaria.

Frente a esta idea, la naturaleza consiste en la creatividad, la emergencia y el poder auto-organizador de los complejos sistemas adaptativos. Lo natural es la preservación del mundo, la sostenibilidad. Esta actitud abarca naturaleza y cultura, y, en ella, los humanos somos tan solo una parte.

Ciudad y naturaleza son ideas muy próximas en realidad. Ambas son complejidad organizada y distante de la armonía autorregulada. El concepto de la naturaleza como un conjunto autónomo y armonioso de relaciones autorreguladas internas -que siempre regresan a la armonía y al equilibrio en la medida en que no sean perturbadas por la humanidad- es un concepto erróneo. La naturaleza es, de hecho, un desperdicio sin medida.

Sin duda, en este momento, hay un agujero negro que devora un sistema solar que contiene un planeta con un rico ecosistema. Cada temporada, los peces producen millones de crías con solo unos pocos sobrevivientes. A lo largo de la historia de la naturaleza, siempre ha habido especies que han tenido la ventaja de desequilibrarlo todo. Los eucariontes, por ejemplo, llenaron la atmósfera de oxígeno haciéndolo inflamable y causando la extinción de millones de especies debido a la disminución de varios dióxidos en la atmósfera.

La visión idealizada de la naturaleza como un mecanismo armonioso, sabio y autorregulador de la Tierra madre es muy similar a la idea del mercado capitalista en su versión neoliberal. Se nos dice que la economía es un sistema autorregulado que siempre regresa al equilibrio y la armonía. Intervenir en este sistema significa interrumpirlo e invitar al desastre al no obedecer la sabiduría anónima de la economía.

El caso es similar en la ecología. Debido a que la naturaleza se considera armoniosamente autorreguladora, cualquier intervención tecnológica en el clima se considera como una catástrofe probable (un tema de muchas novelas y películas de ciencia ficción impulsadas por el medio ambiente).

Hay que recordar que Darwin no celebra la armonía de la naturaleza, sino cómo pequeñas diferencias pueden convertirse repentinamente en diferencias significativas como resultado de la deriva geográfica y el cambio climático, pero también cómo todo tipo de relaciones transversales y de especies cruzadas generan nuevos vectores de devenir que conducen en direcciones totalmente sorprendentes. Y, así, la ecología es parte del ecosistema terrestre, en el que los humanos somos tan solo una parte. Esta evidencia requiere un enfoque no antropocéntrico de la sostenibilidad en el análisis y la toma de decisiones.

De lo que no se ocupa ni el capitalismo verde ni el capitalismo high tech es de la sostenibilidad socio-económica, que sin embargo sí figura entre las 17 MDS de Naciones Unidas, como sabemos. El éxito de este ejercicio de planificación estratégica global -un megaproyecto planetario diseñado al estilo neoliberal de medición y evaluación de resultados- no hay que verlo solamente en los resultados posibles (el cambio que se pueda lograr) sino también en el ejercicio mismo.

Por una parte, es un primer intento de aumentar la conciencia global sobre acciones y estrategias específicas que deberían emprenderse para mejorar la probabilidad de conseguir sociedades y economías sostenibles. En segundo lugar, se trata de una propuesta de alineación ambiciosa, en varios niveles de toma de decisiones, en torno a objetivos clave para la sostenibilidad que son ampliamente aceptados.

Mi impresión es que no se debe esperar mucho en términos de cambios reales en este primer intento hasta 2030, en un asunto tan complejo como el desarrollo sostenible. Como sabemos, medir y saber lo que hay que hacer no es suficiente para poder implementar los cambios necesarios. Sin embargo, al establecer algunas condiciones iniciales para la formulación de políticas en torno a las MDS, la futura toma de decisiones en todo el mundo se podrá ajustar gradualmente a los esfuerzos en curso, y se irá forjando una trayectoria que, a medida que transcurra el tiempo, será difícil evitar.

En algún momento (quizá en 2030 o, preferiblemente, antes), será necesario revisar las MDS, y será necesario debatir y aprobar un plan para un trabajo futuro más ambicioso sobre los objetivos. Hay que recordar las enormes dificultades existentes para cumplir con otros objetivos globales ambiciosos, como los acordados en las cumbres del clima de París y, más recientemente, en Glasgow. La Unión Europea ha propuesto designar como energías verdes al gas y a la energía nuclear. En 2020 y 2021 las ventas de carbón han batido récords. En el Antropoceno, la humanidad parece caminar sonámbula, sin reaccionar suficientemente ante desafíos que potencialmente pueden suponer desastres civilizatorios.

Pero las MDS no son el único instrumento disponible, ni más efectivo, para avanzar en la meta de la sostenibilidad socio-económica. Las ventanas de oportunidad abiertas en medio de la crisis neoliberal apuntan en la dirección de recuperar el papel de los gobiernos en las economías. El indicador de sostenibilidad socio-económica más ambicioso sería el de reducir la extrema desigualdad entre grupos dentro de cada país.

El papel estabilizador de los gobiernos en las economías es contemporáneo con la expansión del capitalismo industrial desde finales del siglo XIX. Pero fue en el periodo a partir de la Gran Depresión de 1929 cuando el capitalismo fordista (de producción estandarizada en masa, término introducido por la teoría de la regulación, de origen francés), con un Estado fuertemente intervencionista, fue capaz de desplegarse eficazmente y superar la crisis.

Y fue a partir de 1945 cuando este modelo pudo crear en Occidente una situación de gran prosperidad y sociedades con una limitada y manejable desigualdad socio-económica.

En los años de Eisenhower, un presidente "de derechas" (partido republicano), los estadounidenses más ricos pagaban en impuestos un 90% de sus ingresos, algo sorprendente desde la perspectiva contemporánea, pero fácil de entender en aquellos años, inmediatamente posteriores a un triunfante New Deal Rooseveltiano.

Con un neoliberalismo en horas bajas, estamos viendo una mayor atención a las variedades del capitalismo, y también una creciente importancia del llamado "capitalismo de Estado", ya visible con China como ejemplo paradigmático pero ni mucho menos único.

Un mayor y significativo intervencionismo estatal se presenta hoy como una necesidad a corto plazo, con el fin de evitar lo que Larry Summers, ex secretario del Tesoro de EEUU, y un hombre con una inteligencia brillante, llama "estancamiento sistémico". Las intervenciones masivas de la Reserva Federal y el Gobierno de Estados Unidos, aquí en América, y del Banco Central Europeo y la Unión Europea, así lo muestran. Autor del libro Megaprojects in the World Economy. Complexity, Disruption and Sustainable Development (de próxima publicación por Columbia University Press, New York)