l precio de la luz es un precio político. El precio de la luz es un precio político. El precio de la luz es un precio político. El precio de la luz es un precio político. El precio de la luz es un precio político. El precio de la luz es un precio político. El precio de la luz es un precio político. El precio de la luz es un precio político. El precio de la luz es un precio político. El precio de la luz es un precio político. Basta ya de decir cosas como "hay precios disparatados en el mercado eléctrico" o "el precio en el mercado eléctrico fue de 530 euros este pasado viernes". No hay mercado. En el mercado hay una casación voluntaria de oferta y demanda, que establece un precio, y basada en la transparencia. Lo que hay alrededor del megavatio hora es una estructura de precios que están intervenidos y que responden a ideaciones políticas, como habría que repetir no diez veces, sino diez millones de veces. El problema de que haya personas, familias e industrias que apenas alcanzan a pagar el suministro, condenadas a empobrecerse simplemente por mantener su sustento energético, no se produce porque la energía sea más escasa. Su causa es que se ha creado una fórmula artificial de ponerle precio y colgarle impuestos, una construcción guiada por el interés político, que sin embargo no se recuerda que haya ocupado una línea en ningún programa electoral. La electricidad que llega al suministro cuesta una cantidad determinada por el llamado sistema marginalista, que aplica al conjunto de fuentes de producción el precio de la más cara. Aquello que contaban de que vas al carnicero, compras solomillo y casquería, y todo el paquete te lo cobran en la báscula al precio del solomillo. Además, en Europa se ha establecido una penalización extra a los combustibles fósiles en forma de derechos de emisión, porque somos ecológicos, sostenibles y resilientes. Otro asunto por el que nadie ha preguntado a elector, por cierto. El sistema es, simplemente, criminal, porque estafar es delito. Probablemente tuvo una tenue justificación cuando se trataba de favorecer las energías renovables, que en sus inicios requerían incentivos para resultar viables. Pero eso ya lo resolvió hace bastantes años el avance tecnológico, y cuando quiera es hora de que haya un cambio radical en el modelo que devuelva a los consumidores el respeto que nunca se les debió dejar de tener. Si se quisiera, el problema del coste de la luz se podría terminar en cuestión de días, los necesarios para dictar la demolición del absurdo modelo. Decía esta semana Teresa Ribera, ministra de Transición Energética, la más genuina representante de la pestífera izquierda caviar, que "el mercado está roto" y que por eso la luz sube y no deja de subir. Roto no. Estaba así desde que lo inventaste. Es el modelo fracasado que creaste tú y tantas como tú, cuando un día decidisteis jugar a ser progres a costa de que la gente se empobreciera, imponiendo un modelo energético que hace que haya que pagar precios artificiales, sin un minuto de tranquilidad viendo hasta donde llegan los precios.

El problema del precio de la luz es, según el INE, el principal factor que está condicionando una subida general de los precios. Esa inflación que el pasado mes de febrero se puso en el 7,6% interanual, y que se pronostica veremos llegar al 10%. Como ya se asume que estamos ante un fenómeno que no es pasajero, sino que tendrá persistencia (lo comentamos en esta sección el pasado mes de octubre, en el artículo "Inflación, vuelve el ogro"), el problema tiende a autoperpetuarse. Los productores comienzan a subir los precios de los bienes y servicios para responder al aumento de sus costes de producción, la llamada "inflación de segunda ronda", y de otra parte los trabajadores piden mayores salarios. Todo aumenta la bola. Y en estas situaciones, lo que hace falta es un gobierno que sepa liderar un barco que ya está a la deriva. Al menos hay que disponer de unas pocas ideas claras: que el primer agente que no puede ser inflacionista es el propio Estado, que hay que mejorar las rentas de los ciudadanos bajando impuestos, y que todavía cabe operar liberalizaciones en sectores que admiten mejoras de su competitividad. Nada de esto está haciendo el actual Gobierno, por una única razón: porque le viene bien que crezcan los precios, ya que mucho más crecen los ingresos fiscales. Cash to burn. A cada minuto, cada vez que se enciende una bombilla, el Estado es más rico y quien la usa para iluminarse más pobre. Es así de sencillo, así de trágico, y así de propio de regímenes opresores.