scribo esta tribuna impulsado por la insistencia de algunos buenos amigos que han echado en falta entre tanto artículo sobre el décimo aniversario de la disolución de ETA, las otras voces, las de personas, instituciones y colectivos que observan con cierto sonrojo y en silencio, el mercadillo que ha abierto la efeméride. Por eso, mi primera aportación pretende insistir en la calidad de logro coral que tuvo el final del terrorismo y reivindicar el papel principal que la sociedad vasca en su conjunto tuvo en el mismo. Pero además voy a subrayar algunas cuestiones sobre las que se ha pasado de puntillas en estos días de celebración que merecen una reflexión profunda y sincera. Al menos si pretendemos atacar de verdad la enfermedad que todavía nos aqueja en vez de coquetear con sus síntomas.

Lo primero que precisa el diagnóstico es un poco más de sinceridad. Es imprescindible ya, para contribuir de verdad al final del odio, a un futuro en paz, que desde el conglomerado sociopolítico desde el que se dieron argumentos, alas y aire a los violentos y sus actividades se asuma, sin ambages la enorme responsabilidad en que incurrieron y se obre con un poco más de humildad y contundencia. A estas alturas todos somos conscientes de las dificultades que tiene desmontar un entramado que tuvo mucho de secta que funcionó y en muchos aspectos sigue funcionando como una suerte de inquisición. Ese es el virus que nos sigue enfermando. La clave para acabar con él es abandonar los dogmas y la exclusión y empezar a reconocer a los demás y asumir la realidad.

El derecho a la vida es el que da acceso a todos los demás. No respetar esa obviedad generó en nuestro país una enorme frontera. Por eso, a la hora de reconocer el dolor causado no caben dos pasos adelante y uno atrás. Para empezar porque es lo que los protagonistas de esta indecencia necesitan para ajustar cuentas consigo mismos. Pero además porque resulta imprescindible para que sus propuestas de todo tipo, sus denuncias, sus quejas, tengan algún tipo de credibilidad.

Cuando se ha puesto el listón de la propia autoexigencia moral tan bajo, cuando se ha justificado el crimen, cuando se ha sido incapaz de condenar la eliminación física de un semejante la mayor parte de las veces por miedo a la excomunión hay mucho que trabajar para superar ese punto de partida. Si se ha sido capaz de tanto, no me cabe duda de que resultará hoy muy simple absolverse de pecados más veniales. Los hechos demuestran que la viga que atasca el ojo de esos colectivos otrora proviolentos está en el origen de las desmesuras con las que estos nuevos progresistas señalan la paja en el ojo ajeno. Y los problemas que tienen para reconocer lo que se hace bien, para pactar y para aceptar hasta lo que se comparte.

Desgraciadamente, el mundo que apoyó la violencia sigue siendo maniqueo. En el pasado este conglomerado expedía certificados de buena abertzalidad. Cualquier devaneo con el español era pecado mortal. Ahora aterrizados en la realidad, tratando de sustituir en el Congreso al viejo partido, han cambiado el objeto de los diplomas que se siguen considerando legitimados para expedir. Ahora la benemérita maquinaria de la otrora izquierda abertzale certifica el nivel de progresismo.

No importa que las estadísticas acrediten que las políticas sociales aplicadas en Euskadi en estos años, pese a ellos, sean las más progresistas del entorno. No importa que sus profecías jamás se cumplieran. Tampoco que los proyectos a los que se opusieron hayan sido éxitos rotundos, realidades que explican la positiva evolución del país y motivo de orgullo compartido para la sociedad que se empeñaron en destruir. Ahora son progresistas. Y se declaran dispuestos a convertirse en el eje del avance social del país.

El problema es que sus modelos de gobernanza están en Managua o Caracas y sus objetivos lejos del día a día de la ciudadanía vasca. El Gran Timonel ya declaró que su prioridad hoy es la suerte de las doscientas personas que siguen en prisión por cometer el grave error de hacerles caso hasta las últimas consecuencias y las patadas en el avispero el camuflaje a emplear para que no se note tanto. De las cosas complicadas, más transversalmente útiles como la transferencia del Ingreso Mínimo Vital, el soterramiento de las estaciones del AVE, ya no tan malo según han aprendido en Europa de sus socios nórdicos, de eso, ya se ocupan los de siempre.

Pero del mismo modo que hay que poner el acento en lo mucho que este conglomerado debe progresar, hay que señalar con la misma energía lo mucho que las más oscuras fuerzas de la reacción han aprovechado este fenómeno para prosperar, establecerse sin disimulo en muy altas instancias del sistema y tratar de revertir, por la puerta de atrás los logros de muchos años de dialogo, cesiones mutuas y acuerdos que nos han permitido convivir en estos años. Y este análisis ha desaparecido de la reflexión sobre este décimo aniversario.

Hay muchas manifestaciones de esta deriva en las más altas instancias de la administración del estado, siempre dispuestas a seguir concibiendo España como una unidad de destino en lo universal ajena a hechos tan indisimulables como la integración europea. También en el máximo nivel del poder judicial que avergüenza los honrados esfuerzos de muchos colegas a ras de suelo por cumplir adecuadamente con su misión institucional.

Yo viví en primera persona, sin ir más lejos, el proceso puesto en marcha para acabar con la división de poderes, abolir la condición de poder legislativo que constitucionalmente corresponde a las cámaras autonómicas. Por esa vía se está tratando de colocar por encima de la voluntad popular y el poder legislativo que de ella emana la autoridad, judicial, por supuesto, tan vinculada a músicas de otros tiempos. Son personas dispuestas a representar los intereses de unos y solo unos en salas de altos tribunales. Son firmantes de sentencias que tienen mucha más relación con la militancia política en el fundamentalismo más retrógrado que en el derecho. Avisamos en su momento del peligro que tal deriva suponía y los hechos no han hecho sino confirmar lo que dijimos.

Los mismos magistrados reconvenidos en Estrasburgo por incumplir principios básicos del ejercicio de su magistratura como pisotear el derecho a la defensa de las personas que juzgan, siguen en meteórica progresión. Se procesa sin recato a parlamentarios por actos estrictamente legislativos y acabamos de ver el primer conato de repetir la indecencia que se cometió con la mesa del Parlamento Vasco en el Congreso de los diputados.

En eso estamos. Se están justificando y aplaudiendo conductas democráticamente atrabiliarias. Aquí, como en Polonia, hay tribunales nacionales que, por la vía de hecho, se han declarado en rebeldía y contradicen sentencias del tribunal de Justicia de la Unión Europea, conducta a la que se anima hasta la fantasmagórica junta electoral central. El caldo de cultivo que calienta esta degradación democrática es la judicialización de la política. La ya costumbre de que lo más carca del sistema convierta sus derrotas políticas y parlamentarias en querellas o recursos que casi siempre acaban resolviendo los encargados de manejar por la puerta de atrás salas de los más altos tribunales.

Entre ambas orillas y extremos discurrimos los demás los que creemos que dialogar, acercarnos, empatizar, entendernos, escuchar y entender al otro, en definitiva, convivir, construye ese nosotros que nos hace progresar. En los extremos se sitúan, coincidiendo en métodos y objetivos, los que siguen preocupados solo por lo suyo. Consejero de Interior del Gobierno Vasco (1991-98), presidente del Parlamento Vasco (1998-2005) y expresidente de la Fundación Sabino Arana