ue hoy en día estamos sufriendo una velocidad de cambio climático inusitada, sin precedentes en los últimos milenios, es un hecho que la comunidad científica del clima ha dado por sentado una vez han sido revisados y discutidos miles de artículos de investigación. Resulta extraño, en este sentido, el limitado valor que se otorga a la ciencia por parte de un sector de la opinión social, siempre muy polarizado y sujeto a sesgos ideológicos. Paralelamente, en situaciones de gran alcance e impacto para el conjunto de la sociedad siempre se resalta precisamente el papel de la ciencia. Los dos ejemplos recientes más conocidos los encontramos en la monitorización y toma de decisiones en la emergencia de Protección Civil derivada de la erupción del volcán de la isla de La Palma y la celeridad en la búsqueda de vacunas y otros tratamientos que hacen frente a la pandemia del covid-19. Lo que sucede con el cambio climático es que los climatólogos llevan ya entre 30 y 40 años advirtiendo de potenciales y catastróficas consecuencias para nuestra civilización y conjunto de ecosistemas. El mensaje además ha sido cada vez más insistente y alarmante, sobre todo en la última década, precisamente cuando los modelos con los que trabajamos han mejorado más y contamos con mayor número de observaciones de muy distintos tipos. Y aunque es verdad que ya hay en marcha ambiciosos planes de limitación de emisiones y de estrategias de adaptación en muchos niveles, la sensación es que no acabamos de ver lo que se nos está viniendo encima.

Los que nos dedicamos a esto y continuamente digerimos información climática vemos que estamos asistiendo a una desproporcionada cantidad de extremos de carácter climático y meteorológico en estos últimos años, pero muy especialmente nos han llamado la atención los récords de 2020 y 2021. Y es importante, hablamos a nivel global. Quizá sintamos que el cambio climático esté impactando de manera más clara en los países más pobres. Pero también hay países muy desarrollados o en claras vías de crecimiento que lo están sufriendo, por ejemplo China, Estados Unidos, Brasil u Oriente Medio. China ha sufrido inundaciones completamente devastadoras en los últimos meses, desde junio hasta octubre, en diferentes episodios y partes del país. Aparte de provocar cientos de miles de desplazados, el evento de principios de este mes ha obligado a suspender las operaciones de extracción de carbón en 60 minas, con el consiguiente problema de suministro eléctrico. La temporada de incendios en la costa oeste de Estados Unidos, la más severa de las últimas décadas con altísimas temperaturas y un dilatado periodo seco, deja estremecedores números en el estado de California: Solo este año llevan 8.000 incendios, más de un millón de hectáreas calcinadas (la superficie equivalente a Nafarroa) y 3.600 edificaciones dañadas o destruidas. No en vano 17 de los 20 incendios principales de los últimos 100 años en California han ocurrido desde el año 2000, la mayoría estos dos últimos años. En febrero, el impacto del temporal invernal en el estado de Texas provocó la muerte de al menos 24 personas y dejó a millones sin electricidad, ya que se registraron apagones generalizados porque la red de energía se vio colapsada por un aumento en la demanda. Por cierto, atención a esto último el próximo invierno. En Europa ya se está advirtiendo de que la conjunción de un pico de demanda, motivado por ejemplo por un fenómeno meteorológico extremo de frío o nieve, con un suministro ajustado derivado de los problemas que existen ya con el abastecimiento de gas natural o la intermitencia de las fuentes renovables, puede conducir a un escenario similar. En el hemisferio sur, Brasil, una de las superpotencias agrícolas del mundo, está lidiando con una de sus peores sequías en casi un siglo. Y en Oriente Medio, considerado como un punto crítico del cambio global, la crisis climática amenaza doblemente con la destrucción de sus ingresos petroleros a medida que el mundo se desplaza hacia las energías renovables, y con la subida de las temperaturas a extremos imposibles de vivir. Esto último motivará un fuerte estrés e inseguridad hídrica, con un desplazamiento de la población en una región que ya es políticamente muy tensa, dividida y sujeta a graves conflictos. Por último, no podemos olvidar los graves incendios forestales de este verano, extensibles desde Oriente Medio a todo el arco mediterráneo, en países como Chipre, Grecia, Turquía, Israel, Líbano u otros de África del Norte. Es una zona ya extremadamente escasa de agua pero es que además se está calentando al doble de la tasa promedio mundial. Las causas de todos los eventos anteriores atribuyen una parte de su probabilidad de ocurrencia al cambio climático. Pero además un reciente estudio subraya que a nivel mensual los récords de calor se están batiendo más rápido y de manera más intensa en la región tropical y ecuatorial, en países del sudeste asiático como Filipinas o Indonesia, del Caribe y Sudamérica como Nicaragua o Ecuador o de África Central cómo la República Democrática del Congo o Etiopía. Y estos países, eso sí, desgraciadamente sufren y sufrirán mucho peor los envites del clima y el tiempo. Organismos dependientes de Naciones Unidas no dejan de hacer hincapié en esto mismo.

Por otro lado, los récords en variables que medimos, como las temperaturas o precipitaciones, cada vez se baten antes y se disparan más. Pero es que no es solo eso, ya estamos comprobando como actualmente el planeta se calienta pero además el clima se hace más variable. Más variabilidad ofrece récords fuera de su temporada habitual y episodios muy poco frecuentes, como la tormenta invernal de Texas. De hecho, uno de cada cuatro récords de precipitación se considera ya producto del cambio climático.

Y, ¿qué ocurre a nivel estatal o en nuestro entorno? Pues es muy importante incidir que cuanto más pequeña hacemos la región de estudio más difícil es cualquier asociación al cambio climático. Lo vimos también con la borrasca Filomena, y es que en este caso no tenemos un estudio de atribución al cambio climático y es complejo el poder dibujar cualquier relación. Y ya no digamos en inundaciones asociadas a DANAs como las que hemos vivido en Navarra en julio de hace dos años o en septiembre de este año, por cierto eventos que, gracias a los datos, ya estamos en posición de asegurar que son los más extremos en cuanto a precipitaciones torrenciales a nivel de la vertiente mediterránea navarra de los últimos 50 años (entendiendo el conjunto de la misma).

El cambio climático está suponiendo y contribuyendo ya a miles y miles de pérdidas humanas y miles de millones de euros de costes económicos. Lo que nos enseña la ciencia es un futuro francamente preocupante en este sentido, al que seguramente no estamos dando la suficiente relevancia. Desde organismos oficiales, con profesionales cualificados y formados en materias climáticas, queremos hacer esta llamada a la opinión social y responsables de políticas. Delegado de la Agencia Estatal de Meteorología en Nafarroa