igo exonomía, sí; no es una errata. Los tiempos que vivimos, inicios del siglo XXI en una crisis del modelo económico occidental, con una pandemia destructora, con un cambio climático en ciernes y en un mundo globalizado, nos sitúan en el escenario más cambiante que ha vivido la humanidad en su historia. Las capacidades humanas en el manejo de los medios materiales, vitales y de información crecen a través de la ciencia y la tecnología, y el futuro abierto se puede reconfigurar de muchas maneras. Es imposible perfilar cuál puede ser el destino de este cambio de época, y quizás sea más ilusorio todavía intentar asignar agentes capaces de conducir el cambio en su globalidad. Los sistemas económicos, tecnológicos, sociales y políticos vigentes son complejos, dinámicos y muy sensibles a pequeños cambios, que se tornan de inmediato en grandes palancas que conducen a escenarios no imaginados.

Por otra parte, nuestra biología como humanos que se asienta en un pasado evolutivo y remoto, nos permite -gracias a la plasticidad de nuestro cerebro- aprender casi cualquier cosa, como si lo más reciente viniera de la más remota antigüedad. Cada generación inicia su andadura en un momento de la historia, que es como es, y al que se adapta para progresar según sus propios mecanismos de supervivencia, relación y creencias. Somos seres que aprendemos de y enseñamos a otros, y en esto se fundamenta nuestra capacidad de evolución simbólica, técnica y cultural.

Vivimos en Europa, en una región del mundo que ha conformado un modelo de civilización que no supera el 6% de la población mundial, produce el 20% del PIB y representa el 50% del gasto social en el planeta. No es una mala combinación si lo que queremos destacar es la importancia de la calidad de vida de los ciudadanos.

Nuestra economía de los recursos y para los recursos, llamada desarrollada, se agota en un mundo denso con una explosión poblacional que fundamenta su economía en la productividad y en las transacciones internacionales. Otras grandes regiones del mundo ya avanzan por este camino y es ocasión de que Europa emprenda un camino diferente e innovador, que consolide lo recorrido y habilite un espacio amplio de interés mundial en la forma de ser y relacionarse con los demás.

Es hora de migrar a una nueva economía de los intangibles: la exonomía, que abarca la economía convencional como una pieza entre otras del sistema y riqueza social. Esta última se concibe como un conjunto articulado y complejo de seis activos que paso a enumerar: los recursos materiales, el conocimiento, el bienestar, la cultura, el medio ambiente y la confianza. Como no podía ser de otra manera, estas capacidades y realidades son tensores sociales, que deben ser equilibrados por el nuevo modelo social al que aspiramos, y que se irá dibujando con las decisiones que tomemos. Por ejemplo, el sistema económico vigente fomenta la dimensión de las organizaciones e instituciones como requisito de productividad y de masa crítica para grandes proyectos, como la investigación sobre las enfermedades, mientras que la necesidad de identidad local, como valor de las personas, conduce a tensiones de separación de regiones y de autonomía de los estados. Economía e identidad local son en primer término opuestos, dilema que está muy presente hoy en Europa. Hacer del dilema un punto fuerte requiere una forma distinta de ver las cosas. Educar en la diversidad como valor de creatividad y en los mecanismos de mutuo apoyo, es un reto de primer orden en el desarrollo de un futuro posible. Existe también una dualidad decisional -entre concentrar o distribuir recursos- en las estructuras políticas y de distribución de competencias entre territorios e instituciones. Pero no todos los recursos son de la misma naturaleza. Los asuntos de las cosas -las carreteras, por ejemplo- requieren diseños y normas donde la magnitud del ámbito que abarcan mejora su eficacia (para toda Europa); pero ocurre lo contrario en otros asuntos vinculados con las personas. Mantener o desarrollar temas como la educación, la asistencia médica o social, los idiomas, la biodiversidad, las reservas ecológicas son cuestiones que están asociadas a una mayor distribución territorial y se enfrentan a una despoblación rural. En estos temas las soluciones de proximidad y distribución son mucho mejores que las de concentración. Los criterios aplicables a la calidad de las cosas y de las personas son opuestos en las formas de organización y requieren soluciones heterogéneas.

Hacer que estos dos rumbos convivan armónicamente requiere adoptar modelos genuinos y diferentes a las atribuciones territoriales, que adoptan y disputan periódicamente los gobiernos centrales y locales. Si de verdad el bienestar personal forma parte del objetivo colectivo de la exonomía, los logros en la atención local compensan los mayores gastos monetarios empleados en la atención personal. Podemos mejorar la riqueza social aun reduciendo el PIB como hoy lo entendemos. Las tecnologías de la información de que disponemos son un recurso muy importante para lograrlo, recreando nuevas formas de diseño de los derechos y deberes de los ciudadanos y de las atribuciones de los gobiernos correspondientes.

El impacto poblacional migratorio, ante un envejecimiento europeo con 45 años de edad media, no se resolverá con soluciones parciales de convenios con ciertos países. África con el 20% de la población mundial -unos 1.400 millones- y edad media de 18 años, es un tensor enorme, que ha de provocar grandes traumas en la política migratoria mientras Europa no se constituya como un facilitador intensivo en el desarrollo social de estos pueblos al sur de Europa. Resolver el empleo de Europa, para mantener su economía no es la solución, ya que en el origen el problema de fondo es la restricción en la distribución del conocimiento en el mundo, lo que impide el desarrollo local. Lo vemos ahora con las vacunas. O lo resolvemos para todos o no se resuelve para nadie, pero esto es aplicable a cualquier tipo de tecnología, conocimiento o patente. Lo volveremos a ver y más grave, con el cambio climático, que como el virus es un tema global y no local. Distribuir el conocimiento cuanto antes es una labor primordial de los países desarrollados, para su propio beneficio y el de su futura población en el medio plazo.

El futuro de Europa, del que ahora se habla mucho, pasa por superar los modelos económicos y sociales vigentes, creando una nueva gobernanza compleja donde los seis activos sociales -citados anteriormente- sean equilibradamente equidistantes. Se trata de hacer que su desarrollo no sea -como ahora- de unos ingredientes a costa de otros. Si no hay más PIB no hay más servicios sociales; ¿acaso el cuidado no puede ser un servicio social, con dedicación de tiempo regulado, inserto en alguna etapa de la vida? Las innovaciones sociales requieren que se formulen de manera atrevida y con nuevos esquemas mentales, para muchos calificados de utópicos o rupturistas. Nos falta visión, generosidad y coraje para cambiar las cosas, y ya vamos tarde. Ayudar a adoptar este tipo de enfoques es la mejor aportación de Europa a los demás países y territorios, a la vez que aporta con ello una genuina identidad europea sobre la riqueza social, como referencia en el desarrollo global y local.

Futucultor