emos visto estos días tanto en las televisiones como en los periódicos el bochornoso y calamitoso repliegue de las tropas extranjeras, principalmente norteamericanas, llevando consigo a los colaboradores afganos y sus familiares unos 80.000 personas a través del aeropuerto de Kabul. Parecía que era todo un país que huía del infierno, del horror de los talibanes, pero se han quedado allí solo 32 millones de afganos. El Gobierno afgano nunca se ha preocupado de la mayoría de ellos. Como muy bien comentaba estos días un afgano que regresaba de Pakistán, "el Gobierno anterior, como el de ahora, con talibanes o sin ellos, nunca se ha ocupado de nosotros".

Pese a haber acordado hace un año la retirada norteamericana en Doha con el anterior presidente Trump, la retirada se ha llevado de forma precipitada y confiando que las fuerzas afganas iban a resistir bastante más el empuje de los talibanes, según los servicios de inteligencia estadounidense, el primer error de otros muchos.

Hemos visto a nuestra ministra de Defensa, señora Margarita Robles, exultante, eufórica, narrando en primera línea los pormenores de la repatriación de los civiles afganos, como si esa situación no fuera con ella, olvidándose de la implicación militar española en el país desde el año 2014 y el coste económico y personal de la intervención militar que ahora y por decisión del mando americano se abandona. Yo creo que tendría que hacer un análisis crítico y explicarse en el Congreso y justificar si es necesario este tipo de intervenciones militares siempre subordinadas a otras potencias y que son costosas para el erario público, aparte del coste en vidas humanas. Parecen diseñadas como una campaña de imagen para justificar y validar la existencia de esta institución, el ejército, de cara a una opinión pública, la española, cada vez más crítica. Casualmente, este año, se cumple el centenario del Desastre de Annual, uno de los episodios más calamitosos y vergonzantes de nuestra historia reciente.

A raíz de los ataques terroristas del 11-S del año 2001 en Nueva York, los Estados Unidos no se limitarán solamente a bombardear incesantemente las montañas de Tora Bora donde se escondía el líder de Al Qaeda, Bin Laden, responsable último de esos ataques sino que iniciarán la invasión del país prometiendo instaurar la democracia en el país y acabar con el terrorismo. Y he aquí donde radica la mirada neocolonialista de Occidente, Europa y Estados Unidos, que creen que se puede exportar el modelo occidental, liberal, de democracia parlamentaria y economía de mercado a base de soldados y obuses como lo creyó Georges Bush en la invasión de Irak en 2003.

La retirada de Afganistán ha sido una sangría y un caos, como lo fue la de Gran Bretaña de la India en 1947 según el ensayista anglo indio Pankaj Mishra, que ha visitado varias veces Afganistán en los últimos años. A juicio de éste, las potencias occidentales ignoran la lección más sencilla de la descolonización; los días en que los hombres blancos podían invadir tierras asiáticas y africanas se han acabado; eso lo tienen que entender ciertas elites europeas y estadounidenses; también añade que en el fondo lo que subyace es la incapacidad occidental de entender otras realidades.

Las intervenciones de Occidente engendraron monstruos como el Estado Islámico que a su lado los talibanes parecen liberales; por no hablar de otras intervenciones sonadas como en Irak, Libia, Yemen y Somalia, arruinando sociedades enteras y creando estados fallidos. Esta aventura de Afganistán ha costado muchas vidas, casi 3.000 bajas americanas y mucho dinero, un billón de dólares, en el caso español, un centenar de bajas y 3.500 millones de euros, casi , para volver otra vez al punto de partida inicial; la toma del poder por los talibanes, dejando al país, mucho peor de lo que estaba en términos generales, excepto y no menos importante, la promoción femenina en el ámbito escolar y su acceso al mercado laboral, aunque aquí también con algunas lagunas como que los matrimonios siguen siendo un 80% concertados por las familias y que aún quedan millares de niñas y niños sin escolarizar por falta de maestros y escuelas, sobre todo en el ámbito rural, aun en la actualidad.

Así, la caída del régimen talibán en el año 2001 permitió cambios y progresos significativos en términos de los derechos de la mujer, su acceso a la educación y al mercado de trabajo. En 1999, no había una sola niña inscrita en escuela secundaria y solo había 9.000 en primaria. En 2001 prácticamente ninguna niña acudía a las escuelas y en 2017 más de 3,5 millones se habían incorporado a la educación. Para 2003, 2,4 millones de niñas iban a la escuela. En el tema de salud también ha habido significativos avances a través de la instauración del Paquete Básico de Salud, una colaboración Gobierno y ONG, principalmente con Médicos sin Fronteras y Save The Children en la prevención de la mortalidad infantil y campañas de vacunación, por ejemplo.

El gran fracaso de la estrategia de los Estados Unidos fue no conocer Afganistán ni su historia, no reconocer ni respetar su dinámica cultural ni religiosa. Reducir su acción a una lógica militar, guiar su análisis en la mal llamada "guerra contra el terror", creer que unas operaciones cívico-militares, en la llamada campaña Ganando corazones y mentes, eran suficientes sin tocar las causas estructurales de la crisis, trasladar su fallido control de la seguridad a unas milicias locales, un enfoque no nacional, sino regional y sin soluciones estructurales e imponer las elecciones del año 2014, que además fueron altamente fraudulentas. El problema grave del poder central de Afganistán es que el poder local ha estado sostenido precisamente en los señores de la guerra y ellos dictan las normas tanto desde el Parlamento como desde la calle; ellos han sido los principales beneficiarios de las ayudas económicas, a través de sus clientelas dentro de un sistema de corrupción generalizada. Por ejemplo el Gobierno de Afganistán llegó a inflar el número de brigadas en 46 de 800 hombres cada una para recibir más pertrechos militares.

Afganistán sigue siendo el mayor productor de opiáceos del mundo. Para la gran parte de su población, rural, con escasas posibilidades de empleo y una inestabilidad grande, el cultivo de opio supone la única fuente de ingresos, pese a los programas alternativos de otros cultivos que se han llevado a cabo estos años. El veto talibán en el año 2001 al cultivo del opio duró poco y se ha convertido en una fuente multimillonaria de dólares en ingresos para ellos y otros. Según cifras de la ONU, el cultivo de amapola en Afganistán ha aumentado significativamente en los últimos 20 años, y solo 12 de las 34 provincias del país están libres de cultivos de amapola. Un país, Afganistán, denominado por un antiguo ministro de Finanzas como: un "Estado fallido narco-mafioso", dominado por una corrupción generalizada con un gran mosaico de etnias, pastunes, son mayoritarios y luego están los tayikos, hazaras, uzbekos, turcomanos, regidos por sus órganos tradicionales .

De hecho, el Senado de Estados Unidos pidió una investigación en el año 2011 de la inversión de millones de dólares en Afganistán y el resultado fue desastroso: la presencia de Estados Unidos no se había traducido en un aumento general y cuantificable del nivel de vida de los afganos.

Concluyendo, estos 20 años de ocupación militar occidental no ha supuesto ninguna mejora consolidada en el tiempo a nivel económico para la gran mayoría de afganos, salvo en las ciudades y en temas puntuales como promoción de la mujer, promoción de la salud, en una sociedad mayoritariamente rural y regida por sus código tribales. Así una investigación del gobierno sobre las condiciones de vida en los años 2016-2017 encontró que más del 54% de la población vivía por debajo de la línea nacional de pobreza de 2.064 afganíes por persona y mes (equivalente a 31 $ USA a partir de enero de 2017).

Es obvio que la mejora del nivel de las condiciones de vida de los afganos no era una de las causas de la ocupación militar occidental, como muy bien nos ha recordado el presidente demócrata Joe Biden estos días, en su discurso de defensa de la operación salida de las tropas, al decir: "Me niego a seguir una guerra que ya no está al servicio de los intereses vitales de nuestra gente".