La quinta ola de nuestro virus es joven y muchos no-jóvenes se han cebado con aquellos. Juan Ignacio Pérez Iglesias aclaró en un interesante artículo que la zona del cerebro que corresponde al sentido de la responsabilidad -debe de ser la corteza prefrontal del encéfalo- no madura hasta los 25 años aproximadamente. Y, por el contrario, las que corresponden a la activación de las emociones funcionan desde muy pronto y con gran intensidad. Es decir, que el carecer de ese acendrado sentido de la responsabilidad que -dicen- caracteriza a los adultos, viene dado por la tierna fisiología. Que no son culpables de nada, a pesar de que despotricar de la juventud ha sido costumbre de los viejos desde que el mundo lo es.

No es fácil ser joven. Los jóvenes son, ante todo, recién llegados al mundo. Nos corresponde a los mayores, cuando aparecen por aquí, dotarles de mapa y brújula. Necesitan guías y señales en las encrucijadas. Pero apenas los hay. Se han quedado sin cicerones experimentados. A las generaciones caducas nos ha sucedido como a aquel buen maestro que, tras 40 años impartiendo de la misma forma sus enseñanzas, la nueva ley de enseñanza ha descolocado por completo. A veces, nos aparecen automatismos de la ley antigua y no hemos conseguido entender los truquillos de la nueva. Es una enfermedad leve. La curará el tiempo. Cuando los jóvenes actuales dejen de serlo, se enderezará lo que haya de ser enderezado.

En la Historia procesos similares se han repetido muchas veces. Como en la Yenka, aquella antigua canción-baile: izquierdaizquierda, derecha-derecha, adelante, atrás. Un, dos, tres. Con la salvedad de que aquí bailamos millones de personas y algunos tienen muy mal oído. Y que además el norte de nuestras brújulas no está igualmente calibrado. La que le ha caído al ministro Garzón por expresarse con sentido común sobre el excesivo consumo de carne. Se le nota que es joven. O que se mantiene joven, acaso porque no abusa de la carne. Algunos quieren arrancar el coche en quinta y otros prefieren circular con el freno echado.

En pocos años han sucedido en nuestro mundo una enorme cantidad de cambios. En la supeditación cultural que producía no poder controlar el sexo, la generalización de medicinas diversas y preservativos ha abierto vías inéditas, la más importante el feminismo; el aumento y mejora de la esperanza de vida ha cambiado por completo la división de edades; el confort doméstico ha creado una nueva cotidianeidad; en las relaciones intrafamiliares se han roto todos los esquemas previos; la globalización, las redes sociales y la realidad virtual hacen que a menudo no distingamos la realidad cercana y tangible; la religión, por méritos propios, se encuentra en la última fila de intereses colectivos... La integración de todos estos cambios en la vetusta cultura que recibimos no ha podido realizarse de forma adecuada, porque han llegado en un plazo de tiempo muy breve.

Entre tanto remolino, la lección de esta última ola está siendo interesante. Un poco larga, pero con enjundia. Nos ha recordado que algunas leyes no cambian, ni parece que vayan a hacerlo. Por ejemplo, la que dice: De joven pirómano, de mayor bombero. O que la vida social exige aceptar limitaciones y estas se aprenden no con los discursos, sino con el ejemplo. Que somos muchos y es conveniente repartir de forma justa. O que, como enseña la sabiduría africana, para educar a un niño, hace falta toda la tribu.

Si quitamos el obligado porcentaje de majaderos, cenutrios, zangolotinos y especies similares, los jóvenes actuales son los mejores de la historia conocida. Abiertos, solidarios, inteligentes, hermosos, bien preparados, amigos de sus amigos... Y además no tenemos otros. Están teniendo gran paciencia con esta cuadrilla de carcamales de la que formo parte. Aunque no los entendamos, les debemos un trato justo. Nos queda una importante asignatura que superar: cómo colaborar en que se eduquen bien. Deberemos atender a lo que digan los profesionales: filósofos, pedagogos, sicólogos, profesores... Buena tienen estos pobres aguantando a tanto padre zopenco.

Habrá que ir con cuidado porque es verdad que a veces dan miedo: dicen que en Madrid una gran cantidad de jóvenes votó a Ayuso. Aunque no es algo exclusivo de la juventud. Los magistrados de todos esos tribunales superiores que nos rodean no son jóvenes, pero les convendría una pasadita por los escáneres más jóvenes para ver cómo tienen el encéfalo. O quizá un cursillo de surf.