e cumplen 100 años de la creación del Partido Comunista Chino (PCCh). La importancia del PCCh no reside en que sea una mera herramienta, más o menos importante, del sistema chino, sino en que el Partido Comunista Chino es el sistema en sí mismo. Eso significa que resulta imprescindible conocer las características y el devenir del PCCh a lo largo de su historia para entender cómo China se ha convertido en la segunda potencia del mundo con pretensiones de alzarse con la primacía mundial frente a Estados Unidos y al mundo occidental y europeo. Para ese objetivo está invirtiendo ingentes cantidades de dinero en diplomacia económica, armamento, soberanía digital e inteligencia artificial, siendo este último el ámbito de la verdadera batalla actual que libra con los norteamericanos.

China es un país de historia milenaria. Uno de los países de civilización más antigua. Ya en las primeras épocas históricas, sus habitantes la concibieron como el centro del mundo. Ese es el nombre actual del país: Zhongguo o el "Reino de en medio", lo cual puede explicar su aspiración a instaurar un "sinocentrismo global".

La narración tradicional de la historia china se basa en el llamado ciclo dinástico, mediante el cual los acontecimientos históricos en China se explican como el resultado de sucesivas dinastías de reyes y emperadores que pasan por etapas alternas de auge y declive. Las dinastías imperiales de los Qin (221 a.C.-206 a.C.), de los Yuán (1279-1368), de los Ming (1368-1644) y de los Qing (1644-1912) pueden considerarse como las más relevantes. Hoy día, y por ahora y desde hace ya cien años, podríamos decir que China vive bajo la "dinastía del Partido Comunista de China", que creó hace 72 años la República Popular de China (RPCh), de la mano del entonces líder del Partido, Mao Zedong o Mao Tse Tung, conocido como El Gran Timonel.

El Partido Comunista de China (PCCh) fue fundado en 1921 a raíz de un levantamiento estudiantil que se oponía a que el Gobierno firmara el Tratado de Versalles, que suponía entregar a Japón el control de la provincia china de Shandong. Para ellos, eso significaba una humillación nacional porque avivaba las tensiones territoriales sino-japonesas y porque el país seguiría bajo el control de diversas potencias, circunstancia que ya ocurría desde varias décadas atrás. Por tanto, el origen de las revueltas fue recuperar la soberanía nacional y restaurar la fortaleza de China frente a los extranjeros y no tanto, en un primer momento, implantar un sistema socialista.

En 1927, apoyados por la URSS, la situación de enfrentamientos y protestas derivó en una guerra civil. Fue en ese momento cuando Mao Tse Tung se erigió en el líder total del comunismo chino. El conflicto vivió varias etapas y culminó en 1949 con la proclamación de la República Popular de China (RPCh), imponiéndose el control absoluto del país por parte del Partido Comunista chino.

No está muy claro si Mao Tse tung renegaba fervientemente de la tradición confuciana porque la realidad es que, además de proseguir las históricas tradiciones imperiales de su país, pretendió encarnar las cinco características que, según esa filosofía, debería tener un buen gobernante: la benevolencia, la rectitud, el decoro, la sabiduría y la responsabilidad. La realidad es que Mao llevó al límite máximo el culto a la personalidad, llegando a un endiosamiento humanamente despiadado.

Los comunistas chinos se inspiraron de lleno en el leninismo para organizar las bases de su Partido y para determinar la influencia que éste debía tener en el conjunto de su país. Se erigieron en el motor de la revolución social, se proclamaron como la vanguardia dirigente responsable de liderar todos los aspectos de la vida de la sociedad china e impusieron una organización interna extremadamente jerárquica, cerrada e inflexible. Posteriormente, en 1979, el PCCh se reafirmó en cuatro principios que hoy siguen inspirando las decisiones de sus dirigentes: la defensa del socialismo, la dictadura del proletariado, el liderazgo único y absoluto del Partido Comunista con sus teorías del marxismo-leninismo y el mantenimiento del pensamiento de Mao Tse Tung.

El PCCh cuenta con unos 90 millones de afiliados, de los cuales el 73% son varones y el resto mujeres. Cualquiera no puede ingresar en esta organización partidaria única del país. El proceso se inicia desde la infancia, pasando por la juventud, donde los jóvenes aprenden el pensamiento de Mao militando en diversas organizaciones. Por lo general, solo una de cada once solicitudes de afiliación es aceptada por los comités de selección, aunque los militares ganan en opciones, así como los que hacen cuantiosas donaciones económicas.

El PCCh dispone de una Congreso Nacional, de un Comité Central y de un Politburó, que es donde reside el verdadero poder y del que forma parte el secretario general, que es a su vez el presidente del país y al que todos los demás le rinden cuentas.

Deng Xiaoping, que fue purgado por Mao en la Revolución Cultural, transformó algunas dinámicas internas destinadas a limitar el culto al líder mediante una dirección un poco más colegiada, un mayor peso de las instituciones y la limitación en dos mandatos del secretario general. Sin embargo, reprimió con suma dureza las protestas estudiantiles de Tiananmen de 1989, que reclamaban mayores reformas políticas. Hoy día, Xi Jinping ha recuperado las esencias ideológicas y organizativas de Mao, a pesar de que su padre también fue purgado bajo la acusación de defender posturas demasiado aperturistas y que, como consecuencia de ello, Xi fue rechazado hasta en nueve ocasiones para ingresar en el PCCh y tuvo problemas para acceder a la Universidad. Por ejemplo, en 2018 impulsó una reforma constitucional que elimina la limitación de los dos mandatos de modo que Xi puede ser reelegido indefinidamente. Asimismo, a su condición de secretario general y presidente del país, ha unido la condición de jefe del Ejército, así como la máxima responsabilidad en las áreas de Justicia y Asuntos Exteriores. Esta acumulación de poder personal de Xi y su intensificado control del partido le ha valido el sobrenombre del "nuevo emperador rojo" y puede que hasta ciertos recelos. Nunca desde la época de Mao una persona había tenido tanto poder en China.

Deng Xiaoping lideró las reformas y la apertura económicas de China a partir de 1979, tras 30 años de maoísmo que, con un radicalismo simplicista y extremista, malogró su "sueño revolucionario" con el fracaso de su "Gran Salto Adelante", que provocó una gran hambruna con millones de muertos, y con la despiadada y la fanática "Revolución Cultural", que significó purgas, represión y decenas de miles de ejecuciones. El llamado milagro económico o "salto hacia adelante", que consiguió sacar de la pobreza a millones de personas, se basó en reformar la agricultura, liberalizar en parte el sector privado, modernizar la industria y abrirse al comercio exterior. Su estrategia se basó en actuar sigilosamente y desarrollar un capitalismo de Estado aprovechando las reglas del orden económico mundial organizadas por el mundo occidental y desarrollado. "No importa que el gato sea blanco o negro; mientras pueda cazar ratones, es un buen gato", decía.

Xi Jinping no oculta la pretensión de escribir las reglas por las que se debe regir el orden internacional político y económico del presente y del futuro. China cree tener oportunidades estratégicas para sí y para sus empresas, que el régimen controla indisimuladamente. Y algo inquietante: con todo ello, China desea legitimar su sistema político y de gobierno basado en el "socialismo con características chinas". A medio plazo, quiere dominar el mundo, porque el "sueño chino" es devolver a China a su posición natural de preeminencia en el planeta con un sistema de valores donde prima el orden sobre la libertad y donde se establecen rígidos controles de las personas, de la economía y de la información, limitando abiertamente los derechos humanos. Las democracias occidentales estamos interpeladas. Senador EAJ/PNV