omienzo esta cuartilla con la pesadumbre y la desolación que siento al conocer las terribles noticias que, casi a diario, nos presentan casos abominables de violencia machista. No llego a entender cómo, avanzado el siglo XXI, en el seno de una sociedad desarrollada como la que vivimos se siga prodigando un comportamiento tan irracional y tan execrable como el que padecemos colectivamente. Solo en mentes enfermas puede albergarse el odio que se refrenda en la elevadísima cifra de víctimas mortales que pagamos.

Desde el pasado 17 de mayo, más de una docena de mujeres han sido asesinadas en el Estado y en los cuatro meses anteriores, otras ocho perdieron la vida a manos de sus parejas o exparejas. Especialmente dolorosos han sido en estos días los casos de la denominada “violencia vicaria”, una acción terrorífica en el que el agresor utiliza a los hijos e hijas como instrumento para hacer daño y sufrimiento a la madre. Una acción incalificable causada por determinados hombres para ejercer presión hacia las mujeres y lograr su fin de mantener el poder dominante sobre ellas.

Hemos visto casos nauseabundos en estas pasadas semanas que han dejado en evidencia la existencia de monstruos sin rasgo mínimo de humanidad. Evidencias de que existe un gravísimo problema real que tiene como víctimas a las mujeres pese a que haya aún cafres sectarios que nieguen tal realidad en una posición de negacionismo impresentable.

Resignarse en la pena no es la solución. Tampoco, creo, existan fórmulas mágicas que permitan acabar con un comportamiento tan nocivo como arraigado en nuestra sociedad y que, por desgracia, se regenera generación tras generación.

No nos queda otra que mantenernos firmes. Eduquemos a nuestros hijos e hijas en los valores del respeto, de la igualdad de las personas. Mantengámonos inflexibles ante cualquier atisbo de maltrato sea este físico o psicológico y no dudemos en fortalecer los controles legales, punitivos y de persecución de los maltratadores, ofreciendo a las víctimas, y a las mujeres en general, la protección eficaz de un estado democrático y justo.

No se me ocurre nada más que decir. Sé que cuando se escribe con las vísceras se pueden cometer errores de apreciación y, a sabiendas, incurriré en uno que no es sino un desahogo. Ojalá los asesinos de mujeres, esos que tras cometer un crimen horrendo creen redimirse quitándose posteriormente la vida, llegaran a creer en el principio matemático de que el orden de los factores no altera el producto y comenzaran su receta de odio por donde la acaban. Nos evitarían un sufrimiento inmerecidamente injusto.

Vomitada esta primera impresión que me consumía desde hace días, vuelvo la vista hacia otra agenda menos dramática. Volvemos al tran-tran del tren.

Rajoy no podía entender cómo el Tren de Alta Velocidad no había llegado ya al País Vasco. En más de una ocasión, el dirigente gallego mostraba su extrañeza a los políticos vascos que se citaban con él en la Moncloa por el hecho de que el AVE arribara a Zamora y no a Euskadi. La escena parece sacada de un sainete de humor, pero no. “Tenéis razón los vascos en protestar” -solía decir-. Pero aquel reconocimiento, hecho en privado y, según cuentan, con total espontaneidad, siempre terminaba con promesas de revertir la situación. Y, sí, llegaron compromisos presupuestarios. Acuerdos para que las obras avanzasen, pero la construcción de aquella infraestructura se encallaba una y otra vez retrasando y eternizando el proyecto de modernizar, por vía ferroviaria, la conexión de Euskadi con la meseta.

Con la llegada de los socialistas a la Moncloa, el cuento fue idéntico. Reconocimiento formal, voluntad política de enmienda, compromisos firmados. Y, a la hora de la verdad, avance cero. O mínimo. Los acuerdos alcanzados para mejorar las instalaciones ferroviarias en Euskadi han sido múltiples -no sólo vinculadas al Tren de Alta Velocidad- y el resultado obtenido, lamentablemente, ha sido el siempre conocido; nada de nada. Aunque el delegado del Gobierno se empeñe en decir lo contrario o de inculpar al PNV de la falta de concreción de las obras comprometidas (cuánta desfachatez), los pactos suscritos son ignorados o enmendados unilateralmente desde el Ministerio de Transportes o desde la sociedad Adif.

Ni los compromisos de eliminar pasos a nivel, ni la firma de convenios para soterrar trazados, ni la necesaria modernización de vías se están cumpliendo. Ni en dotaciones presupuestarias ni en plazos. Y lo que es peor, desde los ámbitos funcionariales ministeriales, se pone en duda que en algún momento se lleguen a ejecutar. Es como el “vuelva usted mañana” de Larra. Burocracia en clave de identidad nacional. Cuando no falta “un expediente informativo”, se necesita un informe medioambiental, y cuando éste se consigue tras un retraso en los plazos, lo que resta es “el visto bueno de Hacienda”. Siempre hay algo que imposibilita que las cosas avancen. Y siempre un sencillo expediente de fácil tramitación duerme en el cajón de un subsecretario o un director general.

Así, los compromisos maduran y dan vueltas para regocijo de altos funcionarios que se creen “guardianes de las esencias patrias” y que mantienen la filosofía imperial de que “el ferrocarril vertebra a España”.

Todo esto ocurre mientras un ministro como Jose Luis Ábalos utiliza su cargo como complemento a su verdadera función; la de ser secretario de organización del Partido Socialista. Vamos, que dedica al transporte un tiempo similar al que un futbolista a entrenar, en contraposición al empleado en la peluquería o en el salón de tatuaje.

En paralelo, Renfe, Adif o quien corresponda sigue haciendo promociones publicitarias. Viajes de Barcelona a Calatayud desde 9 euros, o el AVE llega ya a Elche y Orihuela y próximamente arribará a Murcia o a Galicia.

Por el contrario, en Euskadi el tiempo sigue pasando sin que se produzcan avances significativos. Aunque al ministro Ábalos le parezca lo contrario. “Seguimos avanzando en la alta velocidad al País Vasco” -ha escrito en Twitter esta misma semana-. “El Ministerio de Transición Ecológica ha resuelto favorablemente la evaluación ambiental del estudio informativo de LAV Burgos-Vitoria que se publicará en el BOE en breve”. Buen guion para distraer la mirada ante la falta de eficacia de su gestión esperable en Euskadi.

Lo único reseñable en tal sentido ha sido el pronunciamiento de un consejero vasco -socialista también- que se ha permitido apuntar la posibilidad de prever un “plan B” para el supuesto caso de que el anunciado, comprometido y acordado, soterramiento del AVE en su entrada a Bilbao y Vitoria-Gasteiz no pudiera ejecutarse. Es una decisión de “sentido común” según ha señalado el consejero Arriola. “Sentido común” es defender los intereses de la comunidad y exigir la ejecución de lo firmado en la búsqueda del bien común.

Resulta sonrojante que pueda contemplarse, tan siquiera como hipótesis, la posibilidad de un incumplimiento flagrante de los acuerdos contraídos entre instituciones y, también fuerzas políticas (el PNV) en el marco de la estabilidad y el apoyo parlamentario al Gobierno de Pedro Sánchez.

La finalización del proyecto de la alta velocidad ferroviaria en Euskadi necesita, de una vez por todas, el empujón definitivo que haga realidad una infraestructura vital para la modernización del transporte entre la meseta y Europa y que sufre ya el calvario de más de quince años de obras sin el impulso y la voluntad debida por parte de la Administración general del Estado. El tren no puede esperar más.

La paciencia tiene un límite y en el caso ferroviario, la espera por retrasos continuados y el obstruccionismo burocrático la está agotando. Solo el inicio de los trámites para una licitación de las obras previstas para acometer el acceso soterrado a las capitales reconduciría la actual situación de desconfianza. Ese sería el único plan B que el PNV y las instituciones por él gobernadas aceptarían. Miembro del EBB de EAJ-PNV