a amarga sensación que provoca el actual enfrentamiento de israelíes y palestinos, en Gaza, de ser una vieja cantinela harto conocida resulta, a estas alturas, muy descorazonador. Es un déjà vu. No solo se trata de un conflicto instaurado en el corazón de Oriente Medio ¡desde 1948!, sino que generaciones y generaciones de hombres y mujeres han sufrido y padecido los horrores del mismo y su marca indeleble forma parte de sus vidas. Y no estamos hablando de algo inocuo, sino de traumas y odios exacerbados que no hacen más que crecer y enquistarse cada día que pasa un poco más (si eso es posible).

Unos se concentrarán en cargar la culpa en los palestinos. Después de todo, no dejan de ser "terroristas". Actúan con crueldad y alevosía, antaño secuestraban, más tarde actuaban mediante atentados suicidas, ahora, desde la Franja lanzan de forma indiscriminada cohetes que pueden afectar a cualquier persona inocente.

Los palestinos actúan de forma innoble, como en las intifadas, cualquiera de ellos es un ser "sediento de sangre", con el que no se puede hablar porque son seres irracionales.

Otros lo harán poniendo el acento en la responsabilidad de los israelíes en mantener vivos estos fuegos del infierno. Han construido muros alrededor de Gaza y Cisjordania para aislar y arrinconar a los palestinos. Vigilan estrechamente y asfixian su economía, proceden a actuar de forma arbitraria e injusta, apoderándose día tras día un poco más del territorio palestino, socavando sus posibilidades e invalidando cualquier opción que pueda darse para constituir las bases de un hipotético estado palestino. No lo aceptarán jamás y su intención es hacer de toda Palestina Israel, acabando con el sueño del pueblo palestino.

Así, esta nueva espiral de violencia que ha venido marcada por los enfrentamientos dados en la explanada de las mezquitas, en Jerusalén, solo ha sido la chispa de un nuevo estallido de cólera que se estaba conteniendo; un impasse de espesa calma que ha vuelto a saltar por los aires. Cierto es que, desde un punto de vista democrático, la violencia no conduce a nada. Al contrario, ha sido el método perfecto para que Israel haya impuesto su orden y autoridad y haya ido consolidando su posición de tal manera que, hoy, aun cuando hubiese razones de peso para condenar su modo de actuar, ningún país se atreve o lo hace con contundencia. Es más, el presidente norteamericano, Joe Biden, justificaba la reacción hebrea apelando al derecho de la autodefensa... ¿y los palestinos? No son un país, así que Israel puede hacer lo que quiera. Y ahí está la cuestión, simplificar los términos a una mera materia de seguridad nacional solo secunda las tesis israelíes de que todos los palestinos son terroristas y sanseacabó.

Pero ¿cuál es el meollo del asunto? En esencia, la negativa de Israel a reconocer que los palestinos tienen derecho a contar con un estado propio. Y no es cosa baladí, porque eso implica que los palestinos deberían hacer lo mismo. Pero, aunque Tel Aviv se parapeta tras la idea de que Hamás y la Yihad nunca reconocerán al estado hebreo, lo que no dice es que ellos tampoco están abiertos a ello. Su estrategia no pasa por establecer puentes de diálogo con los palestinos buenos, sino por tratar a todos los palestinos como si fuesen enemigos.

La denuncia ante la Corte Internacional de Justicia de las políticas de apartheid de Israel contra los palestinos no es sino la rúbrica de sus intenciones. De esto se deduce que la paz solo sería posible cuando se convoque una conferencia internacional garante de la identidad palestina, pero Israel nunca lo aceptará. Su postura es firme y tajante. Palestina no existe, existe Israel. Más claro agua. Y la espiral de violencia beneficia al más fuerte. Justifica la postura hebrea de que con los palestinos no hay forma de dialogar, aunque quien pone todos los obstáculos posibles es la parte israelí.

Nadie ha propuesto un acuerdo que conduzca al mutuo reconocimiento. Solo Isaac Rabin. Y ya sabemos que fue asesinado por un ultraderechista judío. Y el último presentado por la Administración Trump fue una burla, dinero a cambio de que los palestinos aceptasen su mezquina suerte. Una vez agotadas las millonarias inversiones.... nada. Ni tan siquiera el reconocimiento de la tierra que pisan como propia. Y ahí Israel ha sabido jugar bien sus cartas. Mientras EEUU no sea capaz de entender la cuestión como algo más que un mero problema de seguridad y siga avalando las políticas hebreas, Israel seguirá a lo suyo. Ni tan siquiera sus propios tribunales garantizan la dignidad de los palestinos. De hecho, una medida que se ha tenido que paralizar ante el estallido de la violencia fue el desahucio de varias familias palestinas que llevaban afincadas en Jerusalén más de siete décadas. El motivo: Israel pretende hebraizar los barrios de mayoría palestina de Jerusalén, su flamante capital.

Desde luego, todo lo que se diga contra Hamás y la Yihad Islámica es poco. Son grupos cuya obsesión es destruir Israel. Y esta postura ciega e intransigente solo está consumiendo las fuerzas de los palestinos y, al tiempo, permitiendo que sea Israel el que salga victorioso. Pues mientras el Estado hebreo dispone de amplios recursos, los palestinos se empobrecen cada día más. Su dependencia de Israel es absoluta. Y los apoyos que pueda tener la Autoridad Nacional Palestina o los otros grupos de ONG, de países amigos o de la ONU, son paupérrimos frente a un Israel que disfruta de las prebendas de un estado moderno. Así, a pesar de las denuncias contra el país hebreo en su constante violación de los derechos humanos, no ha sufrido ningún embargo o sanción, nada... aun cuando sus incursiones en Gaza han destruido escuelas, hospitales y centrales eléctricas. Las tácticas terroristas de Hamás y la Yihad Islámica son totalmente condenables, pero las establecidas por Israel lo son más, al ser un Estado de derecho. La triste realidad es esta, que no hay justicia para los palestinos y el desenlace del conflicto llegará cuando Israel logre su propósito y acabe con su completa destrucción.

Doctor en Historia contemporánea