e puede decir algo que no se haya dicho sobre la pandemia del covid-19? Probablemente, no. Pero es del todo necesario seguir insistiendo sobre la situación que estamos viviendo y mirar hacia el futuro.

1.- La actual situación social. Estamos pasando un año duro, delicado y difícil. Los repuntes todavía generalizados de la pandemia y sus consecuencias en varias facetas de la vida como la salud, la economía, la vida personal y social, etc. están multiplicando una angustia social desconocida y condicionando nuestra vida. ¿Es esto una broma del destino o una política ficción? Este momento histórico se nos está haciendo largo. Un año después del inicio de la pandemia, nos sentimos cansados. En ocasiones sin esperanza, pues una pandemia no es solo una crisis sanitaria, ciertamente la principal, sino también afecta a otros aspectos de la vida. Nos está haciendo ver que se necesitan personas que estudien y analicen las experiencias de toda índole de pandemias.

Esta pandemia arrastra muchos factores que deben ser tomados en consideración: la salud, el medio ambiente, la educación, el respeto mutuo, el estilo de vida, etc. El coronavirus ha puesto delante de nuestros ojos la convicción de la fragilidad y la vulnerabilidad de las personas, que no somos autosuficientes sino dependientes y limitadas. En esta lucha por superar nuestra fragilidad no se deben imponer los más fuertes, los que tienen más dinero, los supremacistas, sino quienes fortalecen el apoyo mutuo y la solidaridad. Queremos hacer una mirada a dos colectivos, el de las personas mayores que viven en soledad no deseada, y al de aquellos jóvenes que ven su futuro con mucha desconfianza.

2.- Personas en soledad y acercamiento a la juventud. Todas las personas están más o menos afectadas pero, en estos momentos, queremos incidir en dos colectivos que nos parecen particularmente vulnerables: quienes viven y sufren la soledad, y la juventud.

La necesidad de seguridad en la vida es algo muy importante, pues su falta nos produce miedo. Aunque no todo lo que se dice y se hace sea seguro, la confianza en los demás y en las instituciones es el mejor antídoto contra esa inquietud, aunque no signifique darles “un cheque en blanco”. Es lo que crea la esperanza en la vida personal y social, algo que hoy necesitamos más que nunca.

Respecto a las personas solas, fundamentalmente las ya entradas en años, es necesario atenderlas para que no se sientan inútiles, al igual que los trastos que estorban y no se sabe donde ponerlos. En la medida de lo posible que sigan viviendo en sus propios domicilios o con familiares; si no buscar la forma de asistencia y organización comunitaria en nuestros centros de servicios sociales para que sus miembros sientan mayor cercanía y confianza.

En cuanto a la juventud, el sincero acercamiento a su problemática existencial, laboral y afectiva, sabiendo que los jóvenes son muy plurales. No todas las referencias a este sector deben destacar sus comportamientos incívicos. Son una minoría, aunque arme mucho ruido. La gran mayoría sienten la necesidad de encontrar el lugar donde realizar su proyecto de vida personal, de pareja y cívico. La inscripción de muchos jóvenes en asociaciones de voluntariado y compromisos sociales debe ser tenida en cuenta y valorada.

3.- Fortalecer la esperanza social. Estamos experimentando graves situaciones, personales y sociales, pero también se dan muchos datos esperanzadores. El proceso de vacunación continúa a buen ritmo, aunque con sus vaivenes en los suministros de algunas vacunas y ciertas dudas sobre su eficacia. A pesar de todos estos altibajos, inherentes a la situación que vivimos tanto en la vacunación como en la adopción de medidas preventivas, son visibles los efectos positivos que se están dando. Con todo hemos de seguir trabajando hasta acercarnos a la tan deseada inmunidad de grupo.

Necesitamos lo antes posible además de la vacuna sanitaria, la vacuna social para combatir la otra pandemia que nos azota: la soledad, la indiferencia y la falta de esperanza. Encontrar en el otro al amigo y la ayuda necesaria es un regalo impagable. Vivimos con otros, somos sociales, lo que implica atender a los demás. La ayuda mutua debe ser considerada como un deber, pues es una exigencia ética insoslayable. La ética siempre se da en relación con el otro. De lo contrario es una palabra vacía. Somos interdependientes. Nacemos dependientes y nos convertimos otra vez en dependientes.

La sociedad en su conjunto, apoyada en el Estado, puede y debe diseñar y realizar los modelos de atención integral según las demandas sociosanitarias, pero no podemos exigirle que haga compañía a quienes viven en soledad y sin cariño. El cuidado con simpatía y amor depende del interior de las personas, de la conciencia moral de cada uno de nosotros y de sus vivencias religiosas.

Respecto a los jóvenes hay que posibilitarles futuro, pero no dárselo todo hecho, porque ello implicaría privarles del necesario ejercicio de la responsabilidad.

Desde Etiker, más allá de una ética de principios teóricos, reafirmamos la ética de las virtudes, la ayuda mutua... los compromisos concretos.

Patxi Meabe, Pako Etxebeste, Arturo García y José María Muñoa