as migraciones de centroamericanos hacia Estados Unidos han sido una constante desde hace bastantes años. Miles de hondureños lo intentaron de nuevo en 2018, formando una gran caravana como modo de protección ante los asaltos violentos de mafias sufridos por pequeños grupos de migrantes.

Una minoría logró burlar las fronteras. Y ese sueño cumplido por unos pocos, es un incentivo para los miles de migrantes centroamericanos, sobre todo hondureños, que en estos días siguen intentando entrar en Estados Unidos. Lo cierto es que la humanidad lleva grabada sobre su piel la palabra éxodo. El segundo libro de la Biblia hebrea ayudó a difundir la gesta, relatando una historia que no es real, pues no existe ninguna fuente ni arqueológica, ni histórica, que demuestre su veracidad. Pero no importa si es solamente un mito. Lo cierto es que la épica del éxodo aparece en todas las épocas y en todos los continentes, y evoca persecución, penalidades, sufrimiento, ruptura, y también esperanza.

En el siglo XX y XXI la mayor parte de las caravanas migrantes han buscado refugios en contextos de guerra, aun cuando también han sido empujadas por la extrema pobreza y hasta por el cambio climático que ha arruinado la agricultura. Pero si tuviera que definir con una palabra la causa o motor de las caravanas que desde Centroamérica caminan hacia Estados Unidos, elegiría la palabra hambre.

El hambre en primer lugar, y también la violencia que, con más de 300 homicidios por mes, hace de Honduras unos de los países más peligrosos del mundo. A ello se suma una desconfianza hacia las instituciones y el Gobierno. Todas ellas son causas de esta caravana autoconvocada. La caravana se propone atravesar Guatemala y luego México para llegar a la frontera de Estados Unidos. Así es como hoy Honduras es noticia por sus pobres, no por lo que los ha empobrecido.

Hasta 2018, pequeños grupos de centroamericanos trataron de cruzar la frontera a la altura de Tijuana arriesgando sus vidas. Pero ese año unas 10.000 personas formaron la primera caravana masiva que saltó a los medios de comunicación. Una nueva caravana volvió a intentarlo en menor medida en 2019 y ahora, en 2021, una multitud unida por la extrema necesidad y por lo sueños de una vida mejor, se aproxima a lo que considera la tierra prometida. En realidad, huye de un capitalismo salvaje para llegar a otro capitalismo algo más civilizado donde poder tener oportunidades. Es una caravana mayoritariamente de familias la que se desplaza, desarmada, sin logística, encomendada a su solidaridad interna y la hospitalidad que le brindan las gentes de los pueblos por los que pasan. No hay organizaciones ni partidos detrás. Lo que hay es desesperación y liderazgos improvisados.

El presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández, el mismo que ha exhortado la lectura de la Biblia en las escuelas, con el voto del Congreso Nacional, trata a la caravana con cero compasión y justicia, con cero empatía humana, y difunde la calumnia de estar formada por organizaciones criminales con propósitos políticos. Esta formulación obscena que une criminalidad y política se resume cargando críticas amenazantes contra las organizaciones que luchan por la caída de la dictadura, tratando de echarles a los pies de tribunales. Por su parte la Corte Interamericana de Derechos Humanos rechaza el discurso estigmatizante del presidente.

Como es sabido, el presidente Hernández cambió unilateralmente la Constitución para poder ser reelegido. Su neoliberalismo alimenta la presión de poblaciones que en extrema precariedad buscan como llegar a Estados Unidos. El país incluye solamente al 35% de la población en la economía formal, estando el resto, el 65%, en pobreza crónica. Frente a esta realidad el coraje de miles de personas dignifica su estado de miseria, poniendo rostro a los olvidados y desenmascarando el falso discurso oficial de la prosperidad.

El Gobierno está en manos de un sector político que entiende el servicio público como un negocio y el Estado como su botín. Ha saqueado las instituciones, como el Instituto Hondureño del Seguro Social, así como las empresas de energía eléctrica. Gobierna una clase política que no cree en la democracia y durante los últimos años ha venido calentando una olla a presión. Siendo las caravanas de migrantes, las de antes, la de ahora y la que vendrá, un grito explosivo de los oprimidos.

Muchos testimonios publicados reiteran como los migrantes corren altos riesgos de extorsión, robos, violaciones, represiones policiales en Honduras, Guatemala, México y finalmente en la frontera de Estados Unidos. Viajan gran cantidad de mujeres solas, y niñas y niños, en una aventura dramática de incierto final. "Peor es quedarnos en Honduras" dicen desde la caravana huérfana de toda protección. Pero lo cierto es que las y los excluidos desenmascaran una realidad injusta, al tiempo que representan un imaginario colectivo formado de anhelos y esperanzas potenciadas por la pobreza soportada.

Al mismo tiempo, el éxodo de migrantes desvela la debilidad de la oposición social y política que no puede imponer alternativas que hagan innecesaria esta gesta "bíblica" del siglo XXI. La izquierda hondureña y centroamericana deberá hacer una seria reflexión sobre qué está pasando para que miles de compatriotas salgan a las carreteras a enfrentarse diariamente al riesgo e incluso a la muerte. Las izquierdas de la región deberán incluir en sus agendas la prioridad de un éxodo que se lleva consigo a poblaciones huérfanas en sus propios países, para pasar a proponer alternativas sociales, económicas y democráticas, valientes y eficaces.

Se desconoce si la caravana actual podrá llegar a su destino. Ya en Guatemala, otro gobierno represivo lanzó a sus policías contra la caravana desarmada. Si consigue atravesar la frontera con México, le esperan las fuerzas de la Guardia Nacional de un Gobierno que se autodenomina de izquierda. Y la caravana volverá a vivir el dolor de la represión. No cabe duda que en todos los casos, la pandemia servirá como excusa. Lo cierto es que es real que el covid-19 puede estar viajando entre la gente. Pero la solución no está en las metralletas y las pistolas. Lo que necesita esta gente que ha visto sus hogares destrozados y sus tierras devastadas, es una ayuda real e inmediata. Las instituciones del Sistema de Integración Centroamericana (SICA) debieran ser capaz de organizar una respuesta social y política eficaz en un corto plazo. Además, el anuncio de Joe Biden de regularizar a once millones de migrantes, otorgándoles la ciudadanía, es necesario que sea real en un plazo corto de tiempo.

Claro que, en el caso de Honduras, cabe pensar que el Gobierno de derechas se ve beneficiado por las migraciones: se libera de parte de una gran presión social y se ve favorecido por las remesas que entran al país, que rondan entre el 18 y 20 % del PIB. Sin embargo, si la región actúa con mentalidad y estrategia de región, Honduras se vería presionada por un proyecto del SICA.

Una de las primeras tareas del presidente Joe Biden y de la vicepresidenta Kamala Harris es la de bloquear y anular el arsenal de órdenes antimigrantes de Trump, que han generado detenciones abusivas, persecuciones, xenofobia, división de familias, niños y niñas detenidos en jaulas y separados de sus padres. A partir de ahí los gobiernos de la región y Estados Unidos deben encontrar una alternativa de dignificación y seguridad de los migrantes y, de manera especial, desplegar un gran plan de combate a la pobreza. Los portones cerrados en las fronteras deben abrirse. No puede haber confrontaciones entre países y pueblos hermanos. Ya el banco Mundial anuncia que, en las próximas tres décadas, cuatro millones más de centroamericanos tendrán que abandonar sus países. Si hay voluntad política, hay tiempo para evitarlo.