nalizar la toma del Capitolio por un heterogéneo colectivo de ciudadanos norteamericanos incitados directamente por el ya ex presidente Donald Trump nos obliga a plantearnos una cuestión original: cuál es la ideología de Donald Trump, si posee alguna ideología, es decir algo diferente a la improvisación de propuestas ante intereses coyunturales, si la presunta ideología es racional y si es análoga o diferente a la de partidos como Vox, cuyo elocuente silencio le identifica con el trumpismo y sus derivadas internacionales.

Entre los politólogos norteamericanos cunde la idea de que la ideología de Trump es reactiva, de oposición a otros movimientos o corrientes como los inmigrantes o grupos infrarrepresentados como las mujeres; anti-establishment, acogiendo las emociones de quienes en una sociedad estadounidense cada vez menos blanca, anglosajona, protestante y masculina y cada vez más atemorizada por un mayor pluralismo cultural, religioso y racial.

Las declaraciones de Trump reflejan la nostalgia de las esencias de la América WASP (white, anglo-saxon, protestant) supuestamente perdida. Entre las esencias que Trump pretendía reivindicar nos encontramos con una oposición militante contra la globalización. La globalización no es un problema, es una circunstancia incrustada en la sociedad actual en la que las economías son interdependientes, las distancias físicas no existen y la red mantiene la comunicación entre los ciudadanos de forma permanente.

La antiglobalización trumpista parece representarla Jake Angeli, el personaje que tomó el Capitolio con un traje de castor como Davy Crockett y unos cuernos (en el sentido más físico del término) que en declaraciones a una televisión se autodefinió como militante de la antiglobalización sin poder explicar en qué consistía semejante ideología.

Con este panorama y viendo la estética de los asaltantes al Capitolio el propio Trump tuvo que iniciar un discurso menos belicista y más conciliador ya que, siendo un pijo millonario de la ciudad de New York, difícilmente se podía sentir representado por personajes armados, barbudos que parecían recién llegados de las Rocosas, evangelistas con imágenes de la Virgen... en definitiva, una turba más parecida a la denominada white trash que al colectivo de sus amigos y colegas de francachelas.

Donald Trump es también defensor de los conspiracionistas que desconfían del deep state, de lo que denominan poderes dominantes visibles e invisibles, como si él mismo no fuera hijo de estos poderes. Estas teorías se explican adecuadamente usando la psiquiatría y a expertos como Jack Saul en salud mental y traumas colectivos. Estas teorías eliminan la incertidumbre que no pueden tolerar. La gente busca esa clase de coherencia para dar sentido a una realidad confusa, por disparatadas que sean las premisas y peligrosas las simplificaciones de realidades complejas.

Trump empezó a vacilar en sus llamamientos a la épica y en sus denuncias a la conspiración cuando observó con estupor que, al margen de la representación institucional, la primera organización que solicitó su destitución fue la Patronal de Empresas Manufactureras (contra él, que se presentó a las elecciones como el salvador de lo que consideraba declinante economía norteamericana). Y la segunda organización privada que solicitó su destitución fue uno de los mas poderosos sindicatos norteamericanos, el Auto-Workers, el de los trabajadores de la Automoción.

El proteccionismo económico y el aislacionismo que podía terminar aproximando la economía de Estados Unidos a la autarquía, es mala compañía para las empresas y los trabajadores de este país. El hasta ayer presidente de Estados Unidos se dio cuenta tarde de esta circunstancia, dado su apego a las teorías de Steve Bannon, el estratega de cabecera no solo de Trump sino de todo neofascismo que está surgiendo en Europa y otros países. En la campaña electoral de 2016, Trump anunciaba: "Voy a decirles a nuestros socios del Nafta (Canadá y Mexico) que pretendo renegociar inmediatamente los términos de ese acuerdo para conseguir un mejor trato para nuestros trabajadores. Y no quiero decir solo un poco mejor, quiero decir mucho mejor". Otra de las bravatas de la campaña electoral que al final se quedaron en nada.

La personalidad de Trump también se caracteriza por el negacionismo y el antiintelectualismo. Se ha caracterizado siempre por relativizar la objetividad y tratar de crear su propia concepción subjetiva de la realidad. Ha sido objetivo de sus diatribas fundamentalmente la comunidad científica. Ha negado el cambio climático, ha atacado a los medios de comunicación convirtiendo los rumores en noticias y transformando las teorías conspirativas en mentiras. La expresión "hechos alternativos" ganó fama cuando la asesora presidencial Kellyanne Conway la utilizó para justificar unas palabras del portavoz presidencial que habían sido demostradas como falsas.

Entre las características que adornan la personalidad de Trump nos encontramos con el personalismo, el caudillismo, el mesianismo y el paternalismo. Para ello se identificó con el hombre medio norteamericano víctima de las elites económicas, como si él no fuera un multimillonario y paradigma de dichas elites económicas. También en la campaña de 2016 afirmó: "Os lo daré todo. Soy el único. Solo yo puedo arreglarlo". De lo que se puede compartir de esta promesa electoral es que, desde luego, es único, el único que ha provocado una insurrección contra la sede de la soberanía popular.

El precedente más próximo a Trump fue el presidente Jackson, que observaba los vuelcos demográficos, multiétnicos, la dirección tecnócrata de la economía, como una declaración de guerra. Trump se sitúa como un nuevo hito en la evolución del populismo histórico estadounidense en el sentido de que se presenta como un campeón de las clases populares, y en especial de la América WASP, frente a los denunciados atropellos de las elites. Exactamente lo mismo que proclaman los neofascistas europeos, incluyendo entre los mismos a Vox.

La tesis consiste en la ilusión de concebir al pueblo como una unidad sin divisiones ni fragmentaciones, existe un único pueblo que, en función de una única racionalidad de todos sus miembros, no puede mas que constituirse en una voluntad única que por necesidad debe ser dirigida por un líder como él, como Trump. El populismo así concebido no apela a la razón, sino a la emoción, no ofreciéndose argumentos racionales sino consignas maximalistas.

En definitiva, nos encontramos con un personaje que focaliza el poder en su persona; que debilita las instituciones representativas; que divide y polariza el país; que encona las disputas buscando enemigos reales o ficticios; que se opone a la apertura tanto de fronteras sociales como culturales; que en sí supone una reacción a la globalización y que aunque formalmente asume una determinada ideología clásica ésta es extrasistémica. No podemos olvidar en este contexto no solo la no aceptación de la infrarrepresentación de las mujeres, sino su cosificación, que llegó al extremo de puntuar la belleza de su hija con un 10, sin apelar a otras virtudes. Este es el personaje.

Exparlamentario de EAJ-PNV