risis sanitaria, crisis económica y crisis institucional. Y dentro de esta última, la de la justicia. La semana nos ha deparado fotografías de la escapada a Roma de Baltasar Garzón, el prevaricador cuando juez, y Dolores Delgado, la fiscal general del Estado. Las imágenes confirman lo que era un secreto a voces: la relación de pareja que mantienen desde hace años y que como cualquiera puede imaginar no solo se expresa en la alcoba o en los restaurantes de Trastevere. Es, también, una unión de poder, de mando sobre la justicia del país. Escuchábamos hace meses esas grabaciones de una comida en las que ambos compartían francachela con Villarejo, machoalfa del hampa policial. Garzón se refería a Delgado como "la que bebe de mi copa". Delgado, tras saborearla -la de cristal- hablaba con displicencia del que fue su compañero de Consejo de Ministros, Grande Marlaska, al que calificó como "maricón". También se explayaba relatando que descubrió a compañeros de magistratura, jueces y fiscales, solazándose con menores en un viaje institucional a Cartagena de Indias. Asentía cuando Villarejo contaba cómo metía putas en la vida de algunos de sus investigados y atestiguaba que esa herramienta de investigación, la "información vaginal", tenía "éxito asegurado". Toda esa ristra de comentarios define a la tipa, pero sobre todo define el estado de impudicia en el que se desempeña la política española. No le costó el puesto, siguió siendo la Ministra de Justicia y notario mayor del Reino ex officio. Un concejal de pedanía se hubiera tenido que marchar a su casa si se le atribuyeran tales deposiciones. Ella mantuvo despacho ministerial incólume e incluso ha sido nombrada jefa de los fiscales. Una chunga, a la que solo alguien que fuera a la vez un chulo y un amoral podría elevar hasta esa altura institucional dentro del poder judicial. Que ahora haya decidido mostrar su entente con Garzón -es imposible irse a Roma sin que te encuentres con españoles- es la vindicación del poder factual de la pareja. El que fuera juez de la Audiencia Nacional es, a su vez, otro epítome de la podredumbre de la justicia española. Comenzó como estrella, el que subía las escaleras de su juzgado de dos en dos, el que se plantaba en Hernani en helicóptero para dirigir (?) un operativo contra ETA ante las cámaras de televisión, el de los autos que parecían novelas épicas. Se metió con el GAL, para acabar de número dos de González en lista electoral. Y como también aparecía de vez en cuando por Cambados, otra vez en helicóptero, para incautar la merca de Sito Miñanco, el único puesto que acabó pillando en el Gobierno fue el de delegado del Gobierno contra las Drogas. Yo le pude escuchar en alguna comparecencia que tuvo ante mí en el Senado, aflautada la voz y plúmbeo el folio que leía. Volvió a la magistratura y la emprendió contra quien no le había nombrado ministro. Tomó una excedencia para hacer unos cursos en Nueva York, organizados por su propia hija, para los que solicitó patrocinio a Botín, banquero al que mandó una atenta carta con el encabezado "Querido Emilio". A su vuelta encontró un nuevo filón para su ego-trip en el caso Gürtel, el de la financiación delictiva del PP. Fiel a su estilo, el juez sietemachos decidió grabar las conversaciones de los acusados con sus abogados, lo que constituye delito de prevaricación. Una sentencia del Supremo le inhabilitó y le atribuyó de manera firme esa condición de prevaricador. En efecto, hoy es el prevaricador de cabecera de La Sexta, cadena en la que colabora con sus opiniones porque como es sabido no todos los prevaricadores son lo mismo. Garzón ha continuado la carrera profesional emprendida hace décadas orientada a mantener el mayor poder posible sobre la justicia española -la que bebe de su copa le acompaña- y de paso hacerse millonario. El exdelegado del Gobierno contra la Droga es hoy abogado del empresario colombiano Álex Saab, al que algunos consideran testaferro del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, y que ha sido relacionado con el narco. También asesoró en la defensa del general Hugo Carvajal, exjefe de los servicios de Inteligencia de Venezuela reclamado por Estados Unidos igualmente por narcotráfico. Sabe Garzón dónde está el dinero, y también lo sabe Lola. La objetiva descripción del asunto es esta: la fiscal general del Estado de España es pareja de un abogado de narcos. A Garzón lo vimos en la serie Fariña brincar desde el helicóptero en la ría de Arousa. Ojala Netflix le haga aparecer en una próxima Narcos España.