“Estar presentes es detener la guerra” dice Jack Kornield, del Movimiento Vipassana. El budismo ha contribuido en importante medida a desnudar nuestra más profunda y oculta psicología. Debemos a los grandes maestros del budismo el poder conocernos un poco más. Resulta que la primera chispa de la denostada guerra nacía en nuestro interior, resulta que también podíamos poner las bases para acabar con ella. No estaban tan lejos las batallas que han ensangrentado nuestras inmensas geografías, que han lastrado nuestra larga historia, que tantas veces han destrozado nuestras vidas y las de quienes nos rodean. Gracias a Dios en una mucho menor escala, pero ahora también estamos viviendo nuestro pequeño conflicto social a causa de la pandemia. Conviene detenernos en él y analizarlo.

Quizás antes de aprestarnos a parapetarnos en un determinado bando, debiéramos hacer por estar “presentes”. Se verbaliza fácil, pero en realidad representa desafiante apuesta humana. “Presentes” no es permanecer en una nube por encima del bien y el mal, no es eludir criterio, “presentes” es tomar conciencia de no identificación; tomar noción de que somos probados en nuestra capacidad de integración, de vivir y encarnar espíritu de comunión por encima de nuestras diferencias.

Permanecer “presentes” es tratar de elevarnos sobre la dualidad, comprender a quien siente y piensa de otra forma. Puedo manifestarme antimascarilla, pero nunca anti portador de mascarilla. Si soy antimascarilla debo intentar comprender al promascarilla y viceversa, de lo contrario estaré igualmente contaminando el ambiente emocional con un virus también peligroso y contagioso cual es el de la confrontación.

Estar “presentes” es observar la parte de razón, siquiera pequeña, de la que el otro es portador. La “presencia” sería nuestro verdadero hogar, nuestra verdadera patria en la que no caben los adversarios de ningún tipo, a lo sumo ignorantes del espíritu de la solidaridad universal. La “presencia” muta y se disfraza de lo que sea preciso con tal de acercar a los humanos. Estar “presentes” en nuestro concreto “aquí y ahora” puede incluso implicar subirme la mascarilla hasta cerca de los ojos y sumirme en la uniformidad y el anonimato. Puede ser asfixiarme un poco y en medio de esa situación de falta de aire ofrecer ese sacrificio, esa renuncia a la plena respiración, en favor de la tolerancia y la mutua comprensión entre los humanos.

Somos hábiles en fomentar etiquetas y crear bandos, sin embargo deberemos hacer por permanecer un poco en todos ellos. Ahora nos ha dado por dividirnos en oficialistas y mal llamados “negacionistas”. La vida crea los escenarios que necesitamos para evolucionar. La vida genera las coyunturas para la eventual confrontación, sobre todo para trascenderla. Pro y anti mascarillas es la última y fantasiosa trinchera que ha fomentado a escala mayor nuestra personalidad separatista. Tras el visionado de innumerables vídeos y profusa lectura del argumentario correspondiente, nos hallaremos bien parapetados en nuestra posición blindada. Podemos incluso tener razón, pero su valor siempre será relativo. La “presencia” no se apega especialmente a ella, no “le pone”. La “presencia” busca reunir los corazones, más que salir triunfante con la razón bajo el brazo. No somos fans de las mascarillas, nos asfixiamos con ellas. Confiamos más en el poder inmune del cuerpo sano, creemos en su cuidado y en el ingente poder defensivo que nos proporciona una vida natural en contacto con los elementos.

No somos acérrimos pro mascarilla que nos priva de rostros y sonrisas, pero mientras que sea voluntad mayoritaria la llevaremos con nosotros y nosotras. En medio de la ciudad y de los lugares públicos la estamparemos en nuestra cara. No sufriremos por ello. La “presencia” es devota de la entera humanidad y aprendió a desenvolverse en todos los ambientes, a disfrazarse con todos los rostros, incluso con la falta de ellos.