o podemos seguir mucho tiempo dando más y más datos sobre los descensos del volumen en los negocios, la caída del PIB y las previsiones de paro. Los ERTE se prolongan, el ingreso mínimo vital se va extendiendo, los negocios se cierran y ni una sola noticia que indique que hay una acción contracíclica orientada a un futuro deseable. Repartir cuando hay mucho no es difícil, no supone un ejercicio de solidaridad, pero el efecto de repartir cuando hay poco es muy poderoso pues indica asumir una responsabilidad con los demás, hacernos más iguales y aportar recursos y soluciones en busca de tiempos mejores. Algunos países, como Alemania, están barajando seriamente llevar la jornada a cuatro días a la semana. La patronal y el sindicato IG Metall, industria del metal y la electrónica que agrupa a 2,3 millones de trabajadores, conversan intensamente sobre el ajuste salarial pertinente. Planteamiento que es visto con buenos ojos por el ministro alemán de Trabajo, Hubertus Heil. También Nueva Zelanda sigue esta ruta y puede decantarse por soluciones parecidas. Y esperemos que otros sigan este modo sensato de repensar el futuro.

La situación a la que nos enfrentamos permite pensar que la economía, el trabajo, la movilidad, los cuidados, la educación, la salud, la tecnología, el ocio y la conciliación no van a ser una continuidad de lo que eran o querían ser. Ni el año que viene ni nunca más. El crecimiento del PIB va a dejar de ser de una vez la única referencia. El descenso del PIB en dos dígitos nos lleva a reconsiderar cómo estructurar y medir la economía con el 70, 80 o 90% del PIB de nuestra referencia de 2019. Sin duda, tan importante como el PIB será la distribución y uso de los recursos con los que se construye. La pandemia nos ha puesto claras cuáles son las actividades esenciales que no han de estar en riesgo de indisponibilidad ante acontecimientos traumáticos para la población. Por ejemplo, ya no será tan importante el resultado final de la economía en cifras como los ingredientes con los que se desarrolla ésta, tales como el número, la cualificación de los empleos y la calidad de vida de la gente.

La nueva ecuación que ordene todas estas variables, con un PIB muy reducido, ha de admitir otras consideraciones sobre la normalidad en temas laborales y sociales, impensables hace un año. Temas como el trabajo, la movilidad, las prácticas sociales, el consumo, y la sincronización de las familias. Volveremos a conceptos como la flexiseguridad y su vinculación con la formación profesional adulta. Eran temas de los que se hablaba como posibilidades y que ahora se convierten en imprescindibles, como si el futuro hubiera llegado de repente. Algunas cuestiones demandarán un decrecimiento de lo que crecía, a cambio del crecimiento de otras que tengan mucho valor en el cambio futuro.

Entre las que no van a decrecer podemos destacar la tecnología, pero sí cabe replantearse su finalidad y la atribución de los beneficios que genera. Nos vamos a referir aquí al binomio tecnología y trabajo remunerado. Parece evidente que tecnología y trabajo se articularán a través de una nueva relación de espacio y tiempo. No todos -obviamente-, pero la mayoría de los trabajos evolucionarán a una reducción del tiempo empleado para un mismo resultado, a una mayor flexibilidad de lugar y horario, a una formación sostenida para un alto uso tecnológico de los medios, y a un pago por resultados y no por tiempo de presencia.

El origen de la jornada de ocho horas se remonta, a nivel internacional a 1866, en el Congreso de Ginebra de la Primera Internacional, y en España a 1919, siendo presidente del Consejo de Ministros el Conde de Romanones. Así se asentaron las 48 horas semanales, sábado incluido, durante muchos años hasta la importación hace cuatro décadas del fin de semana, con lo que se instauró en las 40 horas semanales hoy vigentes. ¿Cómo es posible que solo hayamos reducido ocho horas la duración de la semana laboral en 100 años, a pesar del vertiginoso ritmo de productividad en los útiles de trabajo de todos los oficios?

La pretendida jornada laboral alemana de cuatro días o 30 horas supone una disponibilidad de tiempos hábiles para otras actividades sociales y de cuidados a niños o mayores. En otros casos servirá para abordar proyectos de elevación del nivel formativo, del que a futuro dependerá la retribución salarial y también el PIB, en tanto que se logren mayores resultados con trabajos de más valor. La retribución salarial no podrá depender de las categorías o de la presencialidad, sino del aporte del trabajo en términos de valor (resultados, conocimiento y prestigio). Por otra parte, el reducir la jornada en sectores que siguen teniendo alta demanda, como sanidad y educación, provoca una reconversión y recolocación de los que no tienen trabajo y un efecto llamada para los estudios correspondientes, así como una revalorización social de dichas disciplinas.

La tecnología, que es el factor que más ha avanzado en estos 100 años, opera en dos direcciones. La primera es que facilita el trabajo de los servicios a personas, sector de mayor crecimiento laboral, en la comunicación entre las personas; la segunda, quizás más importante, son los automatismos sean lógicos -como la Inteligencia Artificial-, o físicos -como la robotización- y sus mutuas combinaciones. La introducción de estas técnicas a gran escala reduce los tiempos de trabajo, a la vez que exige mayores cualificaciones a quienes las controlan y fabrican. El efecto de esta transformación laboral es muy superior a sus homólogas de la revolución industrial con las que a veces se compara, ya que se dota de inteligencia a los sistemas mecánicos y de automatismos a los sistemas de comunicación.

¿Pero qué podemos hacer con este potencial de capacidad tecnológica? Respecto al para qué usarla tenemos un déficit importante en su uso social y en general en los servicios públicos. Respecto a cuánta tecnología incorporar por generación se presenta el dilema de si somos capaces o no de mantener una continua recualificación profesional y social. Si optamos por el sí, debemos atender a los procesos educativos de adultos en general, y esto consumiría un tiempo importante y muy ventajoso. Y haciéndolo así responderemos al cuándo, que es toda la vida, con sistemas de formación multiedad, que son origen de nuevos puestos de trabajo. Estos cambios no son políticas temporales pendientes desde el año 2001, la Europa del conocimiento, sino que deben iniciarse para continuar en el tiempo, lo que traerá el aumento del PIB.

Y siguiendo con la tecnología como factor relevante en esta crisis, no paramos de ver crecer y crecer las cuentas de beneficios de las empresas que, o son tecnológicas o la usan de forma muy intensiva en todos sus negocios. La tecnología genera excedentes en forma de beneficios que reducen el coste de los procesos y se asignan a la propiedad del capital de las empresas. Esta práctica que en su momento no era cuantitativamente significativa, lo es hoy en día por el gran potencial de mejora que la tecnología proporciona. Tecnologia y capital son dos variables que han de ser repensadas en su aportación a la sociedad y en la atribución del conocimiento como activo social.

Para salir del colapso económico tenemos que marcar un rumbo. Y la dirección que podemos adoptar en el uso de la tecnología tiene un sentido y el contrario; hay que elegir. La oportunidad que nos da la tecnología es la de liberar tiempo que podemos emplear de dos maneras: la primera es trabajar las mismas horas que hace 40 años con más tecnología, ganar más, tener más, consumir más; es la vigente carrera del PIB. Y asociado a a ello una distribución desigual de lo que la tecnología aporta. La segunda opción es trabajar menos, para consumir menos, formarse más y buscar otros satisfactores personales del tiempo disponible. Habría que incluir la redistribución de los excedentes económicos de la tecnología.

La ecuación tiempo de trabajo, salario, consumo, medio ambiente, tecnología y calidad de vida ha de reformularse sin duda, y no deja de ser en sus distintas concepciones el debate ausente que sustituye a los ya pasados de época, como hablar de ideologías pretéritas. No es tampoco una cuestión sólo de economía, sino más bien de un modo de vida. Las nuevas generaciones van a tener que optar y organizar una sociedad que no puede seguir con un comportamiento inercial de esperar crecer a toda costa en todo sin cambiar de modelo. La iniciativa alemana y la neozelandesa son un botón de muestra de los diseños e innovaciones sociales que deberíamos abordar de inmediato.

Repartir el trabajo ahora que es escaso parece una mala formula, pero seguramente abre un camino nuevo a un crecimiento más sensato y con más futuro. Tenemos muchos recursos de la mano de la ciencia y la tecnología para usar, y por otra parte muchos compromisos con el planeta y quienes en él vivimos, como para demorar la toma de innovadoras y grandes decisiones como ésta. Otros cambios seguirán a este, y tal vez el trabajo de cuatro días a la semana de paso a otros, como el acceso continuo a la universidad en los tres días restantes, haciendo de la capacitación generalizada una realidad continua 24/7 y para todas las edades.