i tuviéramos que valorar la capacidad de innovación de las empresas españolas por la capacidad propositiva de su portavoz político-institucional oficial, es decir la CEOE, por ejemplo a través de las conclusiones de la cumbre Empresas Españolas: Liderando el Futuro, la frustración estaría asegurada.

Varios días de conferencias en las que se ha movilizado a lo más dinámico del tejido empresarial hispano y multinacional se resumen en pedir y no dar; eso sí, con una sobrada capacidad de innovación€ en materia de eufemismos.

Así, se solicita que el gobierno canalice más ayudas a las empresas ("conservar el tejido productivo"); promueva una mayor privatización de la educación, la sanidad y las infraestructuras ("colaboración público-privada"); no cobre más impuestos a las empresas y, cuando toque ajustar el desequilibrio entre ingresos y gastos, reducir el gasto en transferencias sociales y empleo público ("estabilidad presupuestaria"); que no vuelva a dotar de poder contractual sectorial a los sindicatos ("seguridad jurídica"); Y que se reduzcan los controles y reglas a la actividad empresarial ("un marco regulatorio más flexible").

Por supuesto, no se olvidan de subirse al carro del momento y se propone avanzar en la transición energética ("visión de largo plazo") y una genérica igualdad de oportunidades, limitada al mercado de trabajo, que pasa, eso sí, porque cada uno se construya sus propias oportunidades ("formación"). Todo ello trufado con las consignas tradicionales en estos casos: "apostar por Europa", "más España", "rigor presupuestario" y "confianza", son los lemas propuestos para el momento crítico que vive el país.

La cultura empresarial que se manifiesta en esta cumbre refleja el carácter profundamente conservador e individualista que predomina en las empresas españolas. Solo en raras ocasiones ha concretado algún dirigente empresarial a qué se compromete su empresa para lograr la rápida recuperación de la actividad económica general. La mayoría se apuntan al modelo tú dame y luego ya veremos en dirección a la administración pública. En ese clima, algunas ideas interesantes planteadas en la cumbre, como ligar el ingreso mínimo vital si no al empleo al menos a la formación; o la de considerar el carácter estratégico de algunas actividades productivas a las que el país no puede renunciar, al margen de que las multinacionales de turno decidan cerrar plantas de producción (sugerencia de nacionalización, velada por el carácter de anatema del término en el foro en cuestión) o la necesidad de reforzar los vínculos entre ramas productivas se han diluido en una cacofonía de voces reclamando financiación pública para las empresas privadas o participación privada en los proyectos públicos.

La cumbre ha mostrado que falta un análisis de la realidad que vaya más allá de la superficial referencia a la crisis o al cambio de modelo energético. Los que aspiran a liderar el futuro se han mostrado incapaces no ya de frenar, sino tan siquiera de mencionar en la cumbre, por ejemplo, la colonización creciente del tejido empresarial por parte de los fondos de inversión, que introducen una dinámica de cortoplacismo y rentabilidad inmediata que va en contra precisamente del lema de las jornadas: no se puede liderar el futuro cuando se vive en y para un presente continuo.

Los fondos de inversión necesitan generar una rentabilidad alta a corto plazo a fin de mantenerse en el negocio de la captación de fondos y crecer. Y este es el mayor problema con la fondización o (financiarización) de las empresas grandes y medianas. Cuando una empresa pasa a estar controlada por fondos de inversión -los que hay que distinguir cuidadosamente de los fondos creados por los ricos del país para reducir la carga fiscal sobre sus ganancias- las consideraciones de rentabilidad de corto plazo pasan a primar sobre cualquier estrategia empresarial de largo plazo y todas las que requieran un esfuerzo o sacrificio de beneficios son borradas del horizonte de la empresa.

La afirmación de la necesidad de la reindustrialización, pero sin aportar ninguna propuesta de cómo hacerlo, refleja la desgana con la que se toma una de las necesidades políticas de medio y largo plazo más imperiosas. ¿Cómo se hace eso de reindustrializar, a lo que se han apuntado por cierto todos los partidos del arco parlamentario y fuera del mismo? Los partidos no lo dicen. Pero la CEOE, tampoco.

La visión de Europa que promueven los dirigentes empresariales es harto naïf. Ni una referencia a la incompatibilidad de una estrategia nacional de apoyo a la generación de tejido industrial -y sobre todo al tejido industrial con capacidad de competir en el mercado mundial- con las políticas vigentes en la UE en materia de ayudas de estado, competencia y mercado interno. Ni una sola mención crítica al coste añadido que supone para las empresas españolas compartir, por ejemplo con Alemania, una moneda demasiado cara para las necesidades exportadoras de España y muy barata para el potencial exportador germano.

Cuando un representante universitario reprocha en la cumbre el poco compromiso empresarial con la gobernanza, la modernización y la excelencia de las universidades públicas, o dice que cuando se reclama desde el sector un mayor ajuste entre oferta de titulaciones y demanda de cualificaciones, se olvida que la empresa española tiene poca capacidad para crear puestos de trabajo de alta cualificación, lo que genera un paro y un inaceptable infraempleo de los egresados universitarios, la cumbre mira para otro lado y sigue insistiendo sin torcer el gesto en que el futuro está en la investigación, en la cualificación de la mano de obra y demás lugares comunes del mantra del crecimiento por la innovación.

Es posible que los objetivos principales de esta cumbre se vayan a cumplir, esto es, que los recursos públicos que se van a poner a disposición de las empresas serán sufragados con futuros recortes de gasto, que las principales empresas del sector de la construcción, telecomunicaciones, y energéticas -y, si acaso, las del transporte y turismo- sean las principales beneficiadas por los programas públicos de relanzamiento económico, con las entidades financieras supervisando e intermediando todo el proceso. Y que el actual desequilibrio de fuerzas en el mercado laboral y en las empresas a favor del capital frente al trabajo no se revierta con medidas que generen "desconfianza" en los inversores a los que atraen solo las perspectivas de elevadas rentabilidades. Pero, de verdad, ¿es eso todo lo que se ha aprendido de la pandemia?

Profesor de Economía Aplicada de la UPV/EHU