ste año va a ser, para muchos de nosotros, un año de reflexión. Vamos a tener que replantearnos muchas cosas que hasta ahora nos había parecido que entraban dentro de lo que considerábamos normal.

Durante la pandemia unos de los valores que más nos ha caracterizado ha sido el de la solidaridad. Los y las ciudadanas de a pie hemos sido capaces de empatizar y confiar en el de al lado independientemente de que nos gustara como persona o no. Los sanitarios han atendido hasta el desfallecimiento a todo el que necesitaba de su asistencia por igual, indistintamente de su profesión, color de piel o género. Hemos funcionado como un grupo cohesionado, sin prejuicios.

Vienen tiempos de cambio. Los podemos considerar como muchos lo hicieron en crisis anteriores como una amenaza. Quisieron que nada cambiara. Tuvieron miedo a quedarse relegados económicamente, a que los conflictos del mundo estallaran en su ciudad. Algunos desacreditaron al que pensaba diferente como forma de gestionar su ansiedad. Al no poder hacerlo individualmente recurrieron al grupo, a su gente, a la mayoría de los que pensaban como ellos, algunos incluso a la bandera, a su nación. También pensaron que si encontraban a alguien para echarle la culpa de sus problemas comenzaban a hacer algo para solucionarlos. Se les dirigió hacia la política de las barreras. Barreras que beneficiaban a unos pocos, generalmente a los más poderosos, levantadas porque no les gustaba lo que veían al otro lado y que, tristemente, en vez de protegerlos los empobrecía más todavía sin que fueran conscientes de ello.

Seríamos unos ilusos si pensáramos que desde nuestro ámbito personal vamos ahora a cambiar el mundo, acabar con el capitalismo o hacer frente al cambio climático porque sabemos que no depende exclusivamente de nosotros. Pero lo que sí podemos hacer es empezar a reflexionar sobre el papel que cada uno de nosotras y nosotros va a jugar en esta nueva fase que ha llegado para quedarse si queremos que algo comience a cambiar. Deberíamos plantear esta nueva etapa como una nueva oportunidad para diseñar, desde lo local, una nueva sociedad más igualitaria en la que cada una de nuestras pequeñas acciones contribuya a que podamos vivir mejor.

Propongo comenzar desde nuestra ciudad. porque no debemos olvidar que en Irun, también en Hondarribia, se levantó, además de los construidos en otros lugares, otro enorme muro más hace casi ya tres décadas. Una enorme verja que arrinconaba a parte de su ciudadanía. No fueron los pobres, ni los extranjeros los repudiados, como había ocurrido en otros lugares, sino un grupo de mujeres que revindicaba algo tan simple como disfrutar de sus fiestas como lo hacían los hombres. Se les señaló primero y marginó después como parte de una diseñada estrategia y, aunque parezca mentira, con el beneplácito de sus políticos autodenominados progresistas.

Una gran parte de los iruneses que hoy en día al albur de la pandemia se escandaliza por la mala gestión de residencias y hospitales privados consintió que en nombre de una falsa tradición unos pocos privatizaran sus fiestas. Tocó elegir entre lo que les dictaba la conciencia o lo que consideraron prestigio social. Quedaron paralizados por el miedo a quedar fuera del gran grupo y se dejaron llevar por las consignas de hacer frente de forma violenta muchas veces, a la justa reivindicación, a la ilusión, de muchas de sus vecinas.

Muchas de estas mujeres les habrán probablemente atendido y ayudado con la necesaria empatía y afecto estos días cuando lo hayan necesitado a consecuencia de la epidemia en su calidad de enfermeras, transportistas, trabajadoras de supermercado, personal de limpieza, cuidadoras de personas mayores, médicos o repartidoras a domicilio.

En esta nueva fase en la que la defensa de lo público es un valor, la imposibilidad de celebrar el alarde este año puede ser un buen momento para reflexionar sobre el rol que cada uno de nosotras y nosotros ha jugado hasta ahora cada 30 de junio. Será necesario ir pensando sobre cómo podemos contribuir, qué podemos aportar para que el próximo año, si el virus lo permite, podamos celebrar un único alarde igualitario e inclusivo, acorde no solo a estos nuevos tiempos sino también al sentido común.

Profesor