uelve el deporte rey. Quien iba a predecir que aquel juego importado por marineros ingleses y más tarde por vía férrea gracias a los ingenieros británicos, iba a convertirse en apenas siglo y medio en el deporte espectáculo universal que apasiona a todas las clases sociales con la ayuda decisiva de la radio y la televisión. Ha tenido éxito incluso en un país tan arcaico y cerrado como Corea del Norte. El fútbol se ha convertido en un imperio más, capaz de imponer su ley sin apenas resistencias hasta convertirse en uno de los símbolos de la globalización. Bill Shankly, el mítico entrenador del Liverpool, lo tuvo claro: "El fútbol no es un cuestión de vida o muerte; es mucho más que eso".

Un ejemplo de lo anterior es que, por encima de cualquier otro deporte, destaca en medio de la globalización por ser la única barrera que mantiene vivas las identidades nacionales. Todos los estados y naciones sin Estado se afanan en apoyar al equipo nacional, olvidando las divergencias internas ideológicas, políticas y culturales frente a una globalización que busca uniformizarlo todo en aras a lograr el homo consumens universal. Nadie puede dudar de que el poder del fútbol es enorme por su influencia social (Joseph Nye lo define como "poder blando"). Su atractivo cohesiona gracias a la fuerza de consenso mundial que atesora en torno a su influencia: el equipo que gana prestigia a quien representa.

El fútbol tiene influencia incluso en aspectos geopolíticos. Que se lo pregunten a Honduras y El Salvador, cuyo partido clasificatorio en 1969 activó un conflicto que dejó más de 3.000 muertos eclipsando la clasificación de El Salvador para el Mundial de 1970. Es curioso que algunos países líderes mundiales en otras facetas, sean una birria futbolísticamente hablando. Esto tiene su importancia ya que les resta poder social o poder blando (la imagen atractiva para lograr otros objetivos estratégicos). Un ejemplo claro es Estados Unidos y sobre todo China, que no soporta el hecho de ser una potencia mundial y a la vez un enano futbolístico, superado por Japón y Corea. Por algo sus dirigentes trabajan en organizar la Copa del Mundo 2030 y en salir cuanto antes de la insignificancia futbolística en los terrenos de juego.

Su máximo mandatario Xi Jinping ha comprendido la importancia del poder blando: quiere lograr éxitos futbolísticos, sabedor de que esta actividad social es la más influyente del mundo de cara a mitigar la mala imagen que tiene su país de poder duro. China está priorizando ser alguien en el universo del espectáculo con el fútbol como el gran aliado social que es. Pero sin descuidar tampoco el otro enorme déficit en poder blando que tiene con respecto a Hollywood y su potente influencia mundial. Es difícil ocultar una dictadura como la que mantiene a pesar de su abrazo al capitalismo para liderar el planeta. Los chinos llevan tiempo tratando de laminar su imagen hostil, pero les va a costar estando como están a la cola mundial de una buena imagen. Y para colmo, Estados Unidos le lleva una considerable ventaja en todo lo relacionado con el poder blando.

El hecho de que el fútbol es una herramienta útil para conquistar los corazones y ganar la batalla social es algo que los chinos lo tienen como prioritario para lograr el objetivo de perpetuarse en el poder. En la mentalidad de Mao, Confucio era el responsable del retraso de China con respecto a las potencias occidentales y a Japón. Quién hubiera podido imaginar en aquella época que el nombre de Confucio fuera el elegido ahora, precisamente por el Partido Comunista Chino, para poner su nombre en los institutos chinos en el extranjero a fin de contribuir a un mayor influjo internacional. Como tampoco nadie hubiera sospechado en aquella época el despegue económico chino gracias a la aplicación implacable de las recetas más agresivas del capitalismo.

Karl Marx preconizó en sus tesis la destrucción del capitalismo y el advenimiento del comunismo a escala mundial y la desaparición de las fronteras nacionales; el fútbol ha sido uno de los causantes de que se equivocara. Y, de haber nacido un poco más tarde, no habría dado tanto protagonismo a la religión calificándola de opio del pueblo: eso lo hubiera reservado para el fútbol, una actividad de masas interclasista como la que más.