ay momentos que quedan resumidos en una imagen. Me ocurrió en 2009, cuando estaba de diputado en el Congreso. Hubo uno de esos eternos plenos en los que comparecía Zapatero para dar cuenta del momento económico. En toda su larga intervención evitó intencionadamente mencionar la palabra crisis -llegó a decir que experimentábamos una "desaceleración acelerada"- y despachó la faena intentado contar a los españoles que la que se nos venía encima no era para tanto. Al acabar, me fui a cenar algo a un centro comercial, y ahí vi una pequeña zapatería, un negocio independiente, que había pintado en su escaparate la frase "Frente a la crisis, bajamos los precios". El contraste era abrumador. Mientras que desde la oficialidad y la alfombra del hemiciclo se trasladaba el mensaje de que apenas pasaba nada y por tanto nada se hacía, la dueña de aquel comercio, con el pie en la tierra, estaba constatando una situación que calificaba adecuadamente y actuaba en consecuencia.

Lo que está pasando ahora es bastante parecido. Mientras hay sobrados elementos de juicio como para saber que tras el coronavirus llega una situación aún peor que la de hace una década, el Gobierno quiere contarnos que lo que nos pase apenas será un tropezón. La actitud se representa no tanto en las inverosímiles declaraciones de los ministros como en las medidas que se siguen tomando. La semana pasada Marlaska se metió en un buen lío por creer que más que ministro sigue siendo el típico juez instructor chulangas -enfermedad bastante extendida en la judicatura- y se enfangó, prevaricando como otros tantos colegas de carrera, pidiendo que le pasaran un informe sin sujeción a ley y procedimiento. La manera que tuvo el Gobierno de solventar el jaleo fue aprobar súbitamente el tramo pendiente de la equiparación salarial de Policía y Guardia Civil, con 270 millones al año de coste adicional en las nóminas de los uniformados, a ver si se quedan tranquilos. Una decisión de ese tipo nunca la hubiera tomado un gobierno cabal, con una mínima noción del panorama al que se está enfrentando. Cuentan que esto de que vayamos tan rápido en la desescalada tiene que ver con que Montero ha recibido el dato de lo que se ha ingresado por IVA del primer trimestre, pago que se aplazó hasta mitad de mayo. La alarma ha sido tal que han tenido que recomponer figura y hacer lo que sea para que la temporada turística empiece lo antes posible. Y si hay que pasar las fases cada semana y no cada quince días, se pasan. Y si hay que falsear las cifras oficiales de muertos, se falsean. Ahora hay que correr porque la caja está yerma y no entra nada en ella.

En estas estamos cuando ha llegado la propuesta de la Comisión Europea para crear un programa, el Next Generation EU, asociado a un fondo de reconstrucción pospandemia. El planteamiento que Von der Leyen ha diseñado no podría ser mejor. La cuantía es elevada, cerca de 750.000 millones de euros distribuidos en préstamos y subvenciones. Lo más notable es que el dinero no constituye un fondo de rescate como el que España tuvo que mendigar en 2012 para salvar el sistema financiero, sino que formará parte del presupuesto de la Comisión Europea, que emitirá deuda para poderlo sufragar. Dentro del modelo se ha establecido que los países podrán acceder a esas cantidades -España aspira a 140.000 millones, que es casi el 13% de nuestro PIB, el equivalente a lo que vamos a perder de golpe este año- siempre y cuando presenten proyectos en áreas estratégicas. De momento, Sánchez ha dicho que los quiere para hacer cosas en sectores como el turístico, el medioambiental o algo en digital. Ni una palabra de la sanidad, pero todo muy guay. Problema: para que llegue el maná desde Bruselas hay que comenzar por cumplir las recomendaciones que la Comisión lleva tiempo haciendo a España y que nos empeñamos en procrastinar, la primera de las cuales es cumplir con el déficit y sanear el sistema de pensiones. A continuación, presentar proyectos que sean acreedores del apoyo, compitiendo con los de otros países. Es decir, no basta con tener un presidente pintón para lucir en las videoconferencias ni con emplear por todo argumento que el sur también existe. Lo que se nos ofrece es un camino de esfuerzo colectivo y de profunda regeneración económica que el Gobierno no parece querer emprender. Es más fácil soltar el dinero que no existe para solventar cualquier problema, y patadón palante. Volvemos a 2008, pero en peor.