inco siglos después de la primera circunnavegación de la Tierra (1519-1522) liderada por Juan Sebastián Elcano, la gesta del marino de Getaria nos retrotrae hacia un pasado marino que no debiera pasar inadvertido, especialmente a la vista de los valores de superación y solidaridad encarnados por Elcano y más si cabe en estos difíciles tiempos de pandemia y crisis.

La significación histórica de aquella vuelta al mundo iniciada por Magallanes, Elcano y 265 intrépidos marinos de diferentes procedencias ha sido recreada por diferentes obras, todas ellas de interés en nuestros días. De entre los libros más recientes, sobresale el de Daniel Zulaika, Elcano, los vascos y la primera vuelta al mundo, con un interesante y ameno retrato sobre la presencia vasca en la tripulación, así como en los medios materiales y tecnológicos de la época.

Otra aportación reciente, de la mano de la Fundación Elkano (http://www.elkanofundazioa.eus), es la firmada por el profesor de la Universidad de Deusto J. A. Achón, El océano, antes y después de Elcano, donde se subrayan los cambios en el mundo oceánico y en la propia visión del mundo gracias al viaje de Elcano y Magallanes, junto a las referencias a otras expediciones como las de Colón, Vasco de Gama y Urdaneta, además de aportar una suculenta bibliografía.

Es de interés, para los más jóvenes, la producción animada vasca, Elcano, la primera vuelta al mundo, dirigida por A. Alonso y producida por R. Ramón (Dibulitoon Studios, 2019), donde los más pequeños pueden aproximarse a la importancia de esta gesta marina y geográfica.

Una referencia más clásica es la de José de Arteche (1906-1971), ilustre hijo de Azpeitia y bibliotecario de la Diputación Foral de Gipuzkoa, cuya biografía Elcano publicó la colección Austral en su segunda edición en 1969. Este libro se inicia con una curiosa referencia a la situación del puerto de Getaria en los tiempos de aquella circunnavegación (págs. 13 y 14): “El primitivo puerto era muy angosto. Cientos de embarcaciones se amontonaban en aquellas arribadas ansiosas, produciendo en el atasco a los barcos de pesca del mismo pueblo daños que los armadores causantes no se cuidaban luego de reparar. La villa recurrió del caso más de una vez ante la Junta General de Guipúzcoa, aunque siempre sin resultado. Pero por parte de los habitantes de Guetaria se daba otra paradoja, para ellos de lo más honrosa. Miraban a los marineros de otros puertos con despego, y, en los trances apurados, hacían por salvarlos prodigios de abnegación”.

Cinco naos y 265 marineros iniciaban la expedición en septiembre de 1519, de los cuales sólo la nao Victoria, Elcano y 17 hombres entraron en el puerto de Sanlúcar tres años después de la partida. La biografía redactada por Arteche está plagada de tremendas crónicas que dan cuenta de lo acontecido. Así, en la arribada a la altura de Monte Vidi (hoy Montevideo), Arteche (pág. 77) rememora el diario de Pigaffeta (enero de 1520): “Aquí es donde Juan de Solís, que, como nosotros, iba al descubrimiento de tierras nuevas, fue comido por los caníbales”.

Tanto el paso por la Patagonia como la singladura por el estrecho de Magallanes, recupera momentos únicos y de extrema audacia hasta enfilar el Océano Pacífico después de innumerables peligros y peripecias. Relata igualmente Arteche las penurias de la expedición en el Pacífico (pág. 104): “Las provisiones se agotaron por completo. El agua de los aljibes estaba podrida, hedionda y, lo que es peor, extraordinariamente tasada. Tormento terrible el de la sed en medio del mar. La galleta era ya un polvo amargo revuelto de gusanos. Despedía hedor inaguantable por estar mezclada con deyecciones de ratas que, acuciadas por el hambre, comenzaron a disputar a los hombres sus postreras provisiones. Estos repugnantes animales vinieron a ser un manjar tan codiciado que se llegaron a pagar cada uno hasta a medio ducado”.

Caído Magallanes en el combate de Mactán, la singladura estuvo llena de conspiraciones y traiciones, detalladas por Arteche y otros biógrafos, incluida la reparación de las naos durante 42 días en una isla al Norte de Borneo. Con posterioridad, da cuenta Arteche del buen sentido de Elcano, que fue elegido capitán de la nao Victoria y a la vez tesorero de la flota (pág. 133): “Conceptuábasele como el más honrado de todos y, desde luego, es notorio que desde aquel punto comenzaron a ser llevados en regla los libros de la expedición. Era, como buen vasco, probo administrador. “Después que este testigo fue capitán y tesorero -diría más tarde Elcano con noble orgullo- todos los rescates se asentaban en el libro del Contador y Tesorero y dará cuenta de ello”.

Para entonces, Elcano, Gómez de Espinosa y Martín Méndez compartían el mando de la menguada flota. Sin embargo, Arteche subraya el conocimiento y la condición de navegante de Elcano en la definición del rumbo a las Molucas (pág. 134): “Elcano, el único marino del triunvirato, dio el rumbo a las Molucas. En su declaración al alcalde Leguizano, afirma este extremo de manera indubitable al par que nota el carácter electivo que tuvo su elección de capitán y acusa a Magallanes y Carvallo de haberse negado a dar la verdadera ruta. “Y así eligieron capitán a este testigo, y dio la derrota para las islas de Maluco, como parece por los libros de los regimientos. Y que el dicho Magallanes y Juan Carvallo nunca quisieron dar aquella derrota, aunque fueron requeridos para ello, porque este testigo siendo piloto en su nao lo vio”.

La grandeza de Elcano es rememorada por Arteche (pág. 157), al hilo del comentario de Pío Baroja en sus memorias, citando la deslealtad de Pigafetta: “Elcano, en su momento de apogeo, sabe que en su barco va un italiano, Pigafetta, que no le quiere, que está tomando notas del viaje, probablemente para desacreditarle, y no se le ocurre, como se le hubiera ocurrido a cualquier aventurero de la época, intentar un proceso contra el italiano e inutilizarlo o tirarle al agua. No, lo deja tranquilo”.

Relata igualmente Arteche la extraordinaria pericia de Elcano para doblar el cabo de Buena Esperanza, entonces “de las tormentas”, con varias vías de agua, marineros moribundos de escorbuto y en condiciones extremas. Sólo 17 marineros y la nao Victoria llegaron junto a Juan Sebastián Elcano a Sanlúcar tres años después de la partida.

La primera gestión del capitán de Getaria fue dar de comer a su tripulación. Tomó la caña de un batel que le enviaron (p. 172): “La tensión de su semblante aún no había desaparecido. Lo primero y más urgente de todo era procurar comida a quienes morían de hambre: (…) Juan Sebastián volvió a poco. Los mantenimientos más urgentes no tardaron en llegar: “12 arrobas de vino…”, “50 hogazas y roscas”, “otras 25 roscas”, “un cuarto de vaca que pesó 70 libras y media” y “melones”.

Presidente de las Juntas Generales de Gipuzkoa