a repulsa a los terrorismos, la demanda de normalización política, se ha manifestado a lo largo de décadas en todas las esferas de la vida social vasca. Así ha resultado también en el ámbito de la cultura, que equivocadamente se ha considerado como un espacio domesticado por el movimiento revolucionario vasco, espacio en el que la oposición a la violencia de ETA sería inverosímil. Sin embargo, esta tesis que muchos hoy dan por indiscutible es completamente falsa. Su desmentido más radical se produjo hace 40 años, el 27 de mayo de 1980, con el llamado Manifiesto de los 33 (Garaiz Gabiltz).

1. Situemos el decorado histórico correspondiente a aquellos años. Con la aprobación por referéndum del Estatuto de Gernika en 1979 se refundó el proceso democrático vasco, ocasión propicia para instar a la entrega de armas por parte de ETA. En abril de 1980 se conformó el primer gobierno tras la dictadura. El país se hallaba en medio de una vorágine de violencia, alimentada por la actuación desbocada de fuerzas policiales, parapoliciales y las diversas ramas de ETA. La escalada de ataques y asesinatos de los BVEs y ETAs parecía irrefrenable.

Ante esta grave situación, alrededor de la revista nacionalista Muga se gestó el manifiesto Aún estamos a tiempo (Garaiz gabiltz), que reunió a 33 representantes de la cultura. Entre ellos, las personalidades más conspicuas que el mundo cultural vasco tuvo en el siglo XX. La consideración que algunas de ellas merecen trasciende la época a la que pertenecieron.

La mayoría podrían ser de sensibilidad nacionalista, pero no todos los firmantes más sonados lo eran. Estaban José Miguel de Barandiaran, Koldo Mitxelena, Manuel Lekuona, Gregorio Monreal, Xabier Lete, Julián Ajuriaguerra o Martín Ugalde. Pero, también Julio Caro Baroja, Eduardo Chillida, José Ramón Recalde, Agustín Ibarrola o Gabriel Celaya.

2. En el Garaiz Gabiltz, los 33 afirmaban conocer la violencia "dirigida desde fuera" y la incomprensión que sufría la comunidad vasca. Sin embargo, afirmaban sin reparo "que la violencia que ante todo nos preocupa es la que nace y anida entre nosotros".

Los contenidos del documento eran contundentes, pero anticipatorios de lo que habría de llegar. En este sentido, al mirar con perspectiva histórica el proceso que ha discurrido desde entonces, se entiende mucho mejor la inquietud que embargó a aquellas personas al fijarse sobre todo en el perjuicio que habría de causarnos la violencia originada entre nosotros. Y se entiende todavía mejor la advertencia que difundieron, según la que haría falta toda la movilización social y política que fuéramos capaces de activar para lograr parar esa violencia.

A pesar de la alta posición que representaban en el ámbito de la cultura, el mensaje de los 33 no pretendía situarse en el papel de una vanguardia consciente, situada al margen del sentimiento general de una sociedad abúlica e inconsciente. No parece que quisieran distinguirse frente a una general indiferencia de la gente corriente que estaría mirando a otro lado. De ahí que el Manifiesto que firmaron quisiera representar la angustia en la que vivía "la inmensa mayoría de nuestro pueblo" a causa de la violencia, situación con la que se identificaban.

3. Los firmantes eran conscientes del momento delicado que se vivía en aquel inicio del proceso vasco de institucionalización democrática, en el que confluían graves amenazas y enormes oportunidades. Por eso, resaltaron la concurrencia de violencias que había echado "raíces entre nosotros, como la más penosa consecuencia de una guerra civil que destruyó las instituciones legítimas y se prolongó en 40 años de dictadura". Reconocían la existencia de una violencia "dirigida desde fuera contra la comunidad vasca, así como una incomprensión". Una evocación del contencioso histórico. A pesar de ello, la violencia que conmovía a los 33 intelectuales del Manifiesto era "la que nace y anida entre nosotros, es la única que puede convertirnos, de verdad, en verdugos desalmados, en cómplices cobardes o en encubridores serviles".

La referencia a este contexto de confrontación histórico-política no es muy del gusto de una escuela historiográfica hiperactiva que, más desenvuelta en 'las trincheras del relato' que en la búsqueda de verificación académica, tiende a confundir deslegitimación de ETA con negación de la cuestión histórica vasca. Sin embargo, la lectura del Manifiesto en su totalidad deja claro que los firmantes querían rechazar de manera absoluta y radical que esta violencia 'que nace y anida entre nosotros' pudiera legitimarse en la persistencia del conflicto histórico. Lo que afirmaban era precisamente lo contrario; que la violencia revolucionaria podía llevarnos por un camino de "extinción de la cultura, lengua e identidad vascas". El riesgo era volver hacia atrás, tras haber logrado iniciar un camino restaurador de la libertad y la democracia que había que consolidar. En ese proceso, "cualquier paso regresivo€ generaría una indiscriminada represión contra nuestro pueblo".

4. Como se ve, la cultura vasca formulaba una declaración diáfana de condena de la violencia. Pero, los firmantes no se ceñían únicamente a advertir de las amenazadoras consecuencias que el terrorismo podría tener para nuestra cultura. Más allá de esto, convocaban a un rechazo a la violencia que implicara "negarse a afirmar o asumir cualquier texto o acto en el que se justifique o se haga apología de hechos en los que la utilización de la violencia física sea preferida a cualquier otro método, racional y pacífico, de búsqueda de soluciones a los problemas".

A partir del inicio del proceso democrático vasco y de la restauración del Gobierno Vasco, esta violencia se estaba ejerciendo ya contra la voluntad popular vasca expresada en plebiscito. Las 33 personalidades llamaron la atención sobre la orientación democrática y pacífica que la mayoría del pueblo vasco había dado a su voto, en todas las oportunidades electorales que había dispuesto para ello. Como consecuencia, "aquellos que pretendan imponer sus propias y violentas maneras no se oponen, muy a pesar de sus afirmaciones, a ninguna violencia institucional, sino lisa y llanamente a lo que no son sino los deseos de su propio pueblo". Según los 33, las ETAs se situaban claramente en oposición a la legitimidad popular.

El futuro democrático de nuestro país pasaba por avanzar a través de la senda que abría el proceso de institucionalización democrática comenzado. Y debía basarse en nuestras propias y legítimas capacidades, sin que tuviéramos que recurrir a salvadores de casa ni a protectores de fuera.

5. Este manifiesto constituyó una auténtica admonición para las ETAs y sus valedores políticos. Además, el Garaiz Gabiltz estableció un paradigma referencial con el que se comprometió una importante corriente de la cultura vasca. Incluso, llegó a influir más allá del mundo cultural. Sentó un antecedente necesario para la reacción social que se iría decantando a partir de esta misma década de los 80. Se reconoce como uno de los ingredientes del 'caldo de cultivo' del que surgió el movimiento por la Paz, que a partir de esa misma década cristalizó en Gesto por la Paz y se convirtió en el verdadero protagonista de la acción social colectiva contra las violencias injustas y el terrorismo.

Visto en perspectiva, el Manifiesto es todo un acontecimiento histórico que rompe desde su propia base con varios esquemas prefabricados que continúan teniendo vigencia en sectores recalcitrantes. La reacción de la cultura vasca contra el terrorismo se produjo de manera temprana. Fue organizada por el equipo responsable de la revista nacionalista vasca Muga (Eugenio Ibarzabal) y protagonizada por las principales vacas sagradas de la intelectualidad vasca (muchos de ellos religiosos), cuya adscripción conocida era políticamente diversa. El Garaiz Gabiltz, finalmente, advirtió del peligro de alimentar la espiral violenta, pero puso el acento en la ilegitimidad de todas las ETAs, señalando de esta manera el punto crítico que debía atacarse para hacer fracasar la coartada a la que apeló el terrorismo hasta su desaparición en 2018.