stos días, sin duda, se le dedicarán muchas alabanzas; sobre todo por su coherencia a la hora de expresar y seguir sus convicciones. Esa era y esa ha sido la característica más notable de su personalidad. Hay que reconocerle esa coherencia, aunque no se esté de acuerdo con algunas de sus afirmaciones -que hoy día comparte Pablo Iglesias-, por ejemplo sobre la interpretación idealista, que no ideológica, de la Constitución.

Enrique Curiel, antiguo vice-secretario del PCE -y que tanto y tan discretamente trabajó por la paz vasca-, nos contó en una ocasión a Uriz y a mí que, cuando se celebraron las elecciones municipales de 1979, el Partido Comunista de España, PCE, solamente sacó mayoría en una capital de provincia; concretamente en Córdoba, en la que era cabeza de lista Julio Anguita.

Aquel resultado corroboraba el fracaso obtenido por el PCE en las elecciones generales de un mes antes y el "Eurocomunismo" del binomio Carrillo-Curiel entró en una crisis aguda. Más aún, si se toma en cuenta que Julio Anguita no era en aquel momento militante del PCE, sino miembro de un grupo de la izquierda cristiana. Entonces Carrillo le dio una orden perentoria al vicesecretario Curiel: "Organiza como sea y cuanto antes una reunión del Comité Ejecutivo del PCE en Córdoba. Que hable primero acerca de las elecciones el "califa" -con ese mote le llamaban ya entonces en el partido-. A ver si de ahí en adelante no se le hace difícil seguir sin ser militante del PCE."

Ciertamente los dos agentes políticos, que con mayor eficiencia le hicieron frente a la dictadura, por los menos en los últimos 25 años, fueron la organización ETA y el PCE. Pero tal aportación no se vio reflejada en los resultados electorales. ¿Por qué? Es obvio que la política no es el mundo de las gratitudes ni de los agradecimientos, pero en el caso del PCE su descenso se precipitó, sobre todo, por su falta de coherencia. Consideró un éxito propio el haber logrado la legalización, en vez de tomarlo como el cumplimiento de un principio democrático; y por ello, ya no se preocupó para nada de la legalización de los partidos independentistas. Declaró la monarquía como el menor de los males, pero dejó de lado sus presuntas convicciones republicanas. Los pactos de la Moncloa eran aparentemente y según la propaganda para mantener la estabilidad, pero en realidad resultaron la garantía de que no se desmontarían las estructuras del franquismo. El PCE siguió defendiendo de palabra la autodeterminación del Sahara, pero no la de aquí€

Julio Anguita por su lado, creyó en la Constitución; la idealizó como un creyente, buscando una virtualidad sagrada en sus palabras. La exhibía en los mítines, levantándola en su mano, como si fuese una doctrina. Se olvidaba por lo visto, de que, igual que todas las leyes, la Constitución, aunque sea la ley de leyes, es un instrumento; y de que el mango y la llave de dicho instrumento la tienen guardada a buen recaudo quienes siguen mandando.

Tal como es sabido, años más tarde Julio Anguita llegaría a ser secretario general y por tanto máxima autoridad de PCE. Para entonces la Reforma ya estaba consolidada. Era el bipartidismo o la disputa y dialéctica exclusiva entre dos partidos lo que podía ponerse en jaque. Anguita se esforzó en ello con el máximo empeño. El PCE ascendió espectacularmente y declaró como objetivo el hacer el sorpasso al PSOE, utilizando el término empleado en Italia. No cabe olvidar que los partidos que representaban a la socialdemocracia en Grecia e Italia han desaparecido y que en Francia, Alemania, etc. se hallan en grave situación.

Aquel intento de Anguita, aunque era legítimo, carecía de bases sólidas. Constituyó el precedente del desmontaje del bipartidismo, eso sí; pero no fue la sustitución del "eurocomunismo". Obviamente la nueva izquierda precisa de fundamentos ideológicos y estratégicos serios, prudentes y firmes. Las creencias no bastarán y la colaboración internacional tendrá que empezar por el respeto de las fuerzas del entorno.