urante esta pandemia, hemos aprendido muchas cosas. La primera de ellas, que somos vulnerables. Es decir, podemos ser heridos, física o moralmente, según indica la RAE. En realidad eso lo sabíamos pues cualquiera ha sufrido una herida, o un ataque a sus ideas fundamentales en algún momento. La vulnerabilidad de la que hemos sido conscientes durante esta crisis nos habla desde otra realidad, la de morir a manos de una causa que aunque tiene nombre, es invisible porque es esencia. Como decía el escritor, lo esencial es invisible a los ojos. La paradoja de nuestra actual conciencia de vulnerabilidad es que ésta surge en el momento en que la ciencia empezaba a hablar de la muerte de la muerte y nosotros ya casi nos veíamos inmortales, sobre todo si vestidos de robot teníamos la buena costumbre de practicar deporte el fin de semana. Hoy ya no nos ponemos cascos, gafas y prendas que simulan materiales invencibles para salir a montar en bici, en patines, o a correr; hoy buscamos mascarillas y vestidos de protección contra un enemigo invisible.

Es verdad que cuando pensábamos en destrucciones masivas lo hacíamos en bombas atómicas, en grandes terremotos, o en virus químicos. Pero todo esto nos daba un poco igual. Nadie pensaba seriamente que alguien activara una bomba atómica, y tenías que vivir en una parte muy conflictiva del mundo para que te rociaran con gases químicos. Del el 11-M aprendimos que no estábamos a salvo de los fanatismos, que se repitieron en muchas ciudades de Occidente y de Asia. Sí, eran peligros factibles pero en los que solo la mala suerte podía hacer que cayéramos. Si pensábamos en una pandemia, enseguida nos convencíamos de que sabríamos controlarla: vivimos en el siglo de la ciencia y la tecnología.

Hay otra paradoja más en esta pandemia. Somos conscientes hoy de nuestra vulnerabilidad por algo que, en esencia, no hemos hecho sino tratar de imitar. La reproducción viral ha sido el gran objetivo a perseguir durante todo el siglo veinte: captar la esencia de la mecánica de los virus para matar gente en las guerras, lanzar ideas que alcancen a toda la población lo más rápido posible, atacar los discos duros de las computadoras domésticas y no tan domésticas. El sistema de propagación vírico ha sido un modelo en la economía capitalista. Lo dominábamos a la perfección pero nos ha explotado en la cara en su forma más pura y esencial. Cuando la viralidad se ha vuelto contra nosotros y nos ha atacado de forma natural, sin artificialidad, no hemos sabido cómo detenerla; no habíamos pensado en eso. De hecho, hemos tenido un ejemplo de ello cuando una famosa red social intentó frenar la difusión viral de fakes en su plataforma; a día de hoy seguimos siendo infectados por un montón de noticias falsas.

En cierto modo habíamos aprendido a ver la vida desde la perspectiva de estar de vuelta de todo. Incluso en lo digital, que es el nuevo escenario en el que nos vamos a mover. Pensábamos que ya dominábamos ese campo, que era parte de nuestro día a día, y era verdad. Pero no estábamos tan sumergidos en ello como queríamos pensar. Realmente, todavía nos bañábamos en los meandros del gran y eterno río de la digitalización, y la corriente aún no nos ha arrastrado hacia toda su magnitud. Hoy ya somos conscientes de ello, nos damos cuenta de que vamos a ir migrando a un nuevo mundo etéreo, basado en la mecánica de los virus y donde las líneas de negocio se dirigirán a la relación entre las personas.

Quizás también pensábamos que podríamos controlar los movimientos migratorios. Es ahora cuando empezaremos a darnos cuenta de que en materia de migración estamos en la misma posición que en materia digital, pensábamos que ya lo habíamos visto todo pero todavía estamos en un primer nivel de inmersión. Cuando la pandemia empiece a hacer estragos en África, en Centro América, o en el Cono Sur, todo lo que se ha visto hasta ahora no será sino una gota en un océano que jamás hubiéramos imaginado tan inmenso. Las migraciones también van a adquirir formas virales. Estamos entrando de lleno en cuestiones que ya llevaban tiempo dejándose ver pero que no supimos dimensionar. Todavía no somos conscientes de que en un futuro que es ya mismo, será más que probable que, según matemos un monstruo, aparezca otro.

Sociólogo