sta pandemia cruel se está llevando, sin posibilidad de honrarlas como se merecerían, a esas mujeres mayores que sobrevivieron a la guerra y a la posguerra, mujeres que vieron partir a sus parejas, hermanos e hijos, que se quedaron en las casas, entregadas a la tarea de alimentar, proteger, cuidar sacando fuerzas de donde no las había. Cuántas historias nos han llegado de hambrunas, gatos cocinados como conejos o pan negro. De cuidar de las progenies propias o ajenas, de los discapacitados, de mantener y proteger los hogares. Mantuvieron alimentadas a las familias, cohesionadas a las comunidades, utilizaron todo su ingenio y habilidades para no morir de hambre, para educar, para cuidar enfermedades, en definitiva, para sostener la vida que, seguía abriéndose paso y creciendo a pesar de la guerra y la posguerra.

Sostuvieron física y afectivamente todas las vidas a su alrededor, fuertes, mientras los hombres, morían, quedaban malheridos en el frente y volvían destrozados. Durante la posguerra más de lo mismo, continuaron con su labor invisible, pero imprescindible de sostenimiento de la vida física y afectiva.

Fueron las pioneras en desarrollar eso que los psicólogos llaman, el crecimiento postraumático, crecer para restaurar y equilibrar, la vida y los afectos de las personas a su cargo, tanto de los que regresaban como de las que se habían quedado. Aprovecharon esas innumerables experiencias negativas, esas profundas cicatrices físicas y emocionales de la sociedad, para crecer y crear una sociedad mejor, aprendiendo de la desgracia.

Actualmente, las que están en primera línea de esta crisis social y económica, dándolo todo para acabar con el COVID-19 (personal sanitario, trabajadoras de residencias, auxiliares) son las que realizan esos trabajos de cuidados al servicio del bien común, tanto dentro de los hogares, como fuera. En ambos casos, estos trabajos implican el cuidado de los cuerpos y los afectos, y lo son en su mayoría precarizados, no reconocidos, mal pagados y en muchos casos en la economía sumergida. Y para mayor tristeza de nosotras las mujeres, las que nos están dejando en los centros de mayores, sin que podamos honrarlas como se merecen, son esas mujeres que vivieron la guerra y la posguerra.

¿Queremos seguir viviendo en una sociedad que no valore los cuidados cómo se merecen? Esta es la gran pregunta tras esta pandemia. Todas y todos, como integrantes de esta sociedad mercantilista, debemos hacer una profunda reflexión y tomar conciencia de la importancia de los cuidados. Ha tenido que llegar una crisis que nos devuelva a la realidad, que nos iguale y nos uniformice en nuestra vulnerabilidad, para reconocer la importancia de las mujeres cuidadoras de cuerpos y afectos.

Esta generosidad de las cuidadoras de cuerpos y afectos tanto del presente como del pasado, se merece el reconocimiento de toda la sociedad en su conjunto. Por ello, debemos traducir este valor social en un cambio para impulsar una sanidad, una educación y unos servicios de cuidados públicos y universales, un nuevo sistema social que no deje a nadie fuera y que valore como se merecen los cuidados de cuerpos y afectos.

Porque fueron, somos; porque somos, serán.

Juntera en Gipuzkoa por Elkarrekin Podemos-IU