l mundo afronta una crisis sin precedentes. En solo unas pocas semanas, la pandemia de la COVID-19 se ha extendido por todo el mundo y ha causado una tremenda tragedia humana y un revés económico histórico del que todavía desconocemos su impacto completo.

Se ha comenzado a hablar de que hay que reconstruir la economía y preparar los necesarios planes de recuperación. En este sentido, el pasado 4 de abril, el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, dijo: "Todos los partidos, con independencia de su ideología, vamos a trabajar en unos nuevos Pactos de La Moncloa para relanzar y reconstruir la economía y el tejido social de nuestro país". Desde entonces, han abundado las noticias sobre la conveniencia o no de dichos pactos, que en 1977 fueron la antesala de la Constitución de 1978.

La gran pregunta, sin embargo, debiera de ser, para qué se quieren hacer estos pactos. Ni el contexto global y europeo ni la situación se parecen a la de entonces. Es verdad que tanto entonces como ahora se experimentaba una difícil situación económica, pero sus variables definitorias eran muy diferentes. ¿Por qué se resucita ahora una figura política tan específica de un momento social muy especial de la transición? Por otra parte, desde la óptica de las clases trabajadoras no se debiera olvidar que los ahora tan alabados pactos supusieron un duro programa de ajuste económico, una importante disminución de salarios y el despido libre, además de la garantía de que serían aceptados sin alterar la paz social. Pero no me voy a detener en este tema.

Mientras hablamos y debatimos sobre la recuperación económica, no deberíamos perder de vista las persistentes crisis climática y ecológica, aunque la tarea actual y primordial sea derrotar al virus. La lección que se extrae de la crisis de la COVID-19 es que la reacción temprana es esencial. De esta manera, necesitamos mantener la ambición para mitigar los riesgos y costes de la inacción ante el cambio climático y la pérdida de biodiversidad. No podemos permitirnos retrocesos que pueden tener efectos perjudiciales en nuestro clima, nuestra biodiversidad y el medio ambiente además de sobre la salud de la humanidad y nuestras economías.

El pasado 9 de abril, diez estados de la Unión Europea, entre ellos el español, hicieron un llamamiento -firmado por ministros y ministras de Medio Ambiente- en el que se pedía a la Comisión Europea que utilice el Pacto Verde europeo como palanca para la recuperación económica de Europa tras la crisis de la COVID-19. Dos días después se han adherido los respectivos ministros de Francia, Alemania y Grecia.

En la citada carta (que firma en nombre de España la vicepresidenta y ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera), se plantean diversas cuestiones como que "necesitamos ampliar las inversiones, especialmente en los campos de la movilidad sostenible, las energías renovables, la rehabilitación de edificios, la investigación e innovación, la recuperación de la biodiversidad y la economía circular". El documento se inspira en la idea de que la salida a la crisis no puede servir para buscar atajos o promover un desarrollo que no tenga en cuenta los impactos ambientales, como ocurrió en la crisis financiera de 2008.

Así, vienen a decir lo siguiente: "Hemos pedido a la Comisión Europea (CE) que utilice el Pacto Verde como la gran palanca de recuperación económica tras la crisis provocada por la COVID-19. En la carta animamos a la CE a que analice qué elementos de entre los que integran el pacto verde pueden ir adelantándose en la recuperación hacia una economía compatible con el medio ambiente, que genere empleo y bienestar, y que permita una resiliencia y una sostenibilidad de los modos de negocio y de producción; y pensando en la transición justa".

En otro momento, el texto alerta ante el riesgo de caer en la tentación de dar soluciones falsas y a corto plazo en la respuesta a la crisis actual, pues esa estrategia amenaza con enclaustrar a la Unión Europea "en una economía de combustibles fósiles en las próximas décadas". La carta se pronuncia a favor de "aumentar el objetivo de la UE para 2030 antes de que finalice este año" y cumplir con el calendario del acuerdo de París a pesar del aplazamiento de la COP26 de Glasgow, e "inspirar" así a otros actores para "elevar su ambición también".

Sin duda, son unas declaraciones muy bien intencionadas. Pero, ¿se harán realidad? No soy optimista, aunque ojalá me equivoque. Pero, al mismo tiempo, diré que hay que hacer todo lo posible para caminar en esa dirección. Está meridianamente claro que hay que repensar Europa, dejando atrás los días de las políticas neoliberales. La UE solo tendrá futuro si afronta una transformación hacia políticas solidarias entre sus miembros y mucho más sociales y ecologistas.

La crisis global sanitaria de la COVID-19 ha puesto de manifiesto muchas cuestiones. Entre otras, la del empleo. Será necesario generar mucho empleo. Tenemos la oportunidad de alejarnos lo más posible de ser una sociedad de servicios fundamentalmente (en especial turísticos), aunque no sea éste el caso de Euskadi, y diversificar la economía. Impulsar sectores como las energías renovables, la industria verde, la reutilización y reciclaje de residuos, la economía circular, el ecodiseño, I+D+i. etcétera.

Ha puesto de manifiesto también que no puede derivarse toda la producción a otros continentes, porque nos deja en una posición de extrema debilidad. Es necesario recuperar la producción de muchos bienes. No se trata de una autosuficiencia obsoleta, sino de mantener una capacidad de producción suficiente. De una nueva reindustrialización, pero en verde.

. La forma en que trabajamos y la forma en que nos relacionamos puede ser muy importante. Por ejemplo, el teletrabajo podría imponerse como una norma y dejar de ser una excepción, en aquellos trabajos donde sea posible. En el ámbito de la investigación, por ejemplo, los congresos y reuniones científicas en remoto sean mucho más frecuentes. Todo ello, con el consiguiente impacto positivo en la mitigación de gases de efecto invernadero. (GEI).

Y es preciso poner en valor los cuidados de nuestros mayores, especialmente, aunque también de otros sectores vulnerables de la población. Ha quedado en evidencia que los cuidados de los más débiles necesitan de una mayor dotación de recursos humanos y económicos, y ahí también hay un enorme yacimiento de empleo.

También la capacidad de producción de alimentos está siendo clave en estas semanas. Hay que recuperar y poner en valor a nuestro sector primario, con el que se puede ganar en cercanía y en calidad.

La próxima pandemia es la crisis climática. La lucha contra el cambio climático debe ser una prioridad y no una víctima de esta crisis. Nadie podrá decir que no estábamos avisados: la comunidad científica es unánime en la exigencia de medidas drásticas para hacer frente a la otra gran emergencia, la climática.

Premio Nacional de Medio Ambiente y Premio Periodismo Ambiental de Euskadi 2019