on esta pandemia se han puesto en cuestión las bases sobre la que sustentamos el bienestar. El confinamiento hace tambalearse buena parte de los cimientos productivos y es imposible que la sociedad toda pueda sustraerse a los efectos del virus sobre la salud y sobre la economía de nuestro país; en realidad, ya está afectando a la economía mundial, aunque existan matices de calado. Lo hemos visto en la postura de la Unión Europea con la propuesta de los eurobonos, dejando claro que la pandemia discrimina estados y, sobre todo, muestra el nivel de la inteligencia humana en tiempos de zozobra. El caso radicalmente contrario es el de tantas personas dispuestas a la solidaridad con los más necesitados desde que se decretara la alarma sanitaria.

Habrá tiempo para analizar las consecuencias, pero lo cierto es casi siempre quedan en segundo plano el análisis de los comportamientos humanos, que al postre, son los verdaderos protagonistas de la gestión de las consecuencias finales. Lástima que para entonces, cuando esto remita, todo adquirirá proporciones exclusivamente numéricas (infectados, fallecidos, parados, dinero gastado o perdido€) junto a los consabidos reproches políticos marcados por las elecciones vascas, a la vuelta de la esquina.

Es por lo que me ha parecido el momento de rescatar a Carlo María Cipolla, historiador económico que ha pasado a la posteridad por escribir la sátira sociológica Allegro ma non tropo (1988) en el que incluye lo que él llama "leyes fundamentales de la estupidez humana" clasificando a las personas en cuatro grupos diferentes: incautos, inteligentes, malvados y estúpidos, siendo el estúpido el peor de todos ellos. El incauto es capaz de beneficiar a los demás aun perjudicándose a sí mismo. El inteligente toma las decisiones más precisas para beneficiarse él y también a los demás. El malvado actúa movido solo por el beneficio propio sin importarle perjudicar a los otros. En cuanto al estúpido es la persona capaz de perjudicar a los demás sin beneficiarse él o incluso perjudicándose.

La clasificación de Cipolla no deja nada al azar y admite modulaciones ya que no es posible ser puro en algo. Es decir, una persona inteligente, a medida que tienda a ser incauta, menos se beneficiará a sí misma y más a los demás. O cuanto más se acerque a la maldad actuará en beneficio propio y perjudicará a los otros. Es decir, que el malvado oscila entre la inteligencia y la maldad, el incauto entre la estupidez y la inteligencia mientras que el estúpido se queda a medio camino entre los malvados y los incautos.

Por tanto, entre las leyes de la condición humana, nos advierte Cipolla, está el que una persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que puede existir. Y que las personas no estúpidas siempre subestiman el potencial dañino de la gente estúpida cuando olvidan siempre que en cualquier circunstancia y lugar, asociarse con individuos estúpidos constituye un error de consecuencias gravosas.

Da igual la condición política, religiosa o cultural de cada persona. Lo que diferencia al estúpido del que no lo es, es la inteligencia. Los listos pueden ganar a corto plazo. Pero el inteligente tiene una visión global, reflexiona y toma decisiones de otra manera. Naturalmente que se puede ser listo e inteligente, pero demasiada gente prefiere el chispazo de lo inmediato, algo que facilita la estupidez. Por eso hay personas muy listas que se comportan de forma estúpida mientras que un hombre o una mujer verdaderamente inteligente es difícil que se comporte estúpidamente.

Lo cierto es que nadie reconoce que es un mal conductor, que es envidioso ni tampoco es fácil encontrar a quien se reconozca estúpido, a pesar del peligro que tienen (Cipolla), que son muchos y que tampoco nada nos asegura que no lo seamos nosotros, a ojos de los demás.

Volviendo a la pandemia, cuántos comportamientos estúpidos estamos viendo y cuántas personas han apostado por la inteligencia de la solidaridad. Ahora que la mayoría estamos confinados, es un buen momento para analizar con mayor detenimiento lo que estamos viendo y escuchando desde la óptica genial de Cipolla. Y sacar nuestras propias conclusiones para aplicarlas cuando volvamos a una situación de normalidad sin confundir al bueno con el tonto.