e he propuesto esta vez escapar por un rato del monotema que ocupa nuestra atención, la información, las conversaciones, los debates, para dejar espacio a mi afición por el fútbol y pasar un buen rato.

Es cierto que no sabemos con seguridad cuando tendrá lugar la final de Sevilla. Y si será con público o a puerta cerrada. Si es a finales de mayo como inicialmente se ha pensado creo que será sin público. No es lo que nos merecemos los seguidores de la Real y del Athletic, pero parece lo más aconsejable. Nuestro sacrificio de estas semanas no puede ponerse en peligro.

Veremos. Pero sea como fuere la Copa será para Euskal Herria. Gane quien gane. La levante quien la levante. Sólo por eso deberíamos estar orgullosos. Es una Copa para el fútbol vasco, el mismo que tiene cinco equipos en la primera división con una pequeña población. Y si además ganamos la Copa de la hermandad, de la deportividad, del buen ganar y del buen perder, con público o sin público, entonces daremos un ejemplo de entender el fútbol desde un enfoque festivo ajeno a toda forma de violencia. Entonces los dos clubes y sus aficiones seremos de veras txapeldunes.

Sevilla puede ser la vitrina para mostrar una unión capaz de gestionar la rivalidad deportiva con madurez, con humor y también con pasión de la buena. Es verdad que el fútbol robado por el dinero está bastante desacreditado y es motivo de protestas, contra los horarios y reparto de partidos que se imponen por las cadenas que compran espectáculo. También los fichajes multimillonarios generan malestar entre aficionados que no podemos entender semejante desenfreno en el fichaje de futbolistas que, para más inri, en bastantes casos defraudan a hacienda y, dicho sea de paso, no se sabe a qué realidad económica corresponde. Jorge Valdano, siempre agudo, nos dice que en el fútbol hay más dinero en circulación que talento. Hace falta una regeneración que corrija el deporte mercancía de su extravío. Los clubes ya son marcas comerciales, los aficionados consumidores y clientes, y el tinglado de los fichajes una trama de la que chupan diversos actores, intermediarios, e incluso directivos. Por supuesto las cadenas televisivas están a la cabeza del negocio.

Pero el fútbol, con sus emociones, sigue siendo capaz de enamorarnos y despierta un incomparable entusiasmo popular que trasciende las nacionalidades. El filósofo francés y premio Nobel de literatura Albert Camus que jugó de guardameta en el Racing Universitaire de Argel, en los años treinta, confesó: "Lo que finalmente sé con mayor certeza respecto a la moral, es que la he aprendido en los campos de fútbol". En alguna ocasión también dijo que los estadios repletos de gente y las salas de teatro ("lugares que amé con una pasión sin igual") eran los únicos sitios en el mundo en los que podía sentirse inocente, lejos del juicio propio y ajeno. Pero es verdad que los estadios de hoy tampoco son la que eran. Viejos aficionados reconocen que no conocen a la gente que comparte su grada: "Ya no conozco a las personas que se sientan a mi lado".

Ciertamente el fútbol no es solamente el juego en sentido estricto. Alberga una comunión de sentimientos en los amplios colectivos de aficionados. Después de obtener el mayor premio de las letras, Camus no dudó al afirmar que si volviera a nacer y le dieran a elegir entre ser escritor o futbolista, elegiría lo segundo. Porque, después de muchos años en que el mundo le permitió diferentes experiencias, lo que más supo, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debía al fútbol; al menos eso fue lo que el francés dijo en Lo que le debo al fútbol, uno de sus muchos relatos.

El fútbol es una extraña pasión. Varios amigos me han querido convencer de que este deporte industrializado y mercantilizado ya no merece la pena. Como prueba me sacan a relucir cómo países petroleros compran finales europeas y campeonatos del mundo. Les doy la razón pero yo sigo con mi pasión realzale casi religiosa. Así se vive, con sentimiento desaforado en todo el mundo. Recuerdo que hace años vi un derbi Barcelona-Real Madrid en un bar palestino de Belén (Cisjordania). En un contexto de ocupación militar israelí, un centenar de aficionados que repartían sus devociones, seguían apasionados el partido ajenos al drama que continuaba presente en las calles. ¿Qué tiene el fútbol para obrar semejante milagro? El fútbol es una emoción de la incertidumbre, lo que le hace único. Así lo vivieron los seguidores del Athletic en Granada, en cosa de nada pasaron de la decepción a la gloria.

Aficionados de toda la vida o espectadores de una noche, aquel centenar de palestinos me demostraron que estaban asistiendo a algo mucho más que un entretenimiento. El partido transcurría en medio de sentimientos encontrados y gritos de ánimo, con la misma seriedad de una liturgia. Y cuando vinieron los goles vino una adrenalina desatada que iba por barrios. Las historias de fútbol practicado y seguido en situaciones límite son innumerables. Recuerdo que el teólogo vizcaíno Jon Sobrino se refugió en una iglesia de San Salvador junto con decenas de personas perseguidas por la policía salvadoreña y lo primero que hizo fue subir al campanario para poder conectar su transistor de onda corta para saber cómo le iba a su Athletic.

Creo por los demás que hay varios "futboles". En palabras de la gran leyenda brasileña Sócrates, el demócrata del fútbol siempre comprometido con causas sociales y políticas "lo primero es la belleza, lo importante es la alegría, ganar es un objetivo pero hay que jugar para que no te olviden". Con Imanol Alguacil estamos viviendo la mejor versión: la que se remonta a los orígenes de este juego, en el que brilla las ganas de ganar, mientras otros juegan a no perder. Paradójicamente, el fútbol de ataque, el que se ha emancipado del juego ramplón, puede perder. Pero nada ni nadie le puede quitar el trofeo para el mejor. Es cierto que el gol es clave, y si es lo que remata un buen juego, mucho mejor. Pero conviene no olvidar que otras situaciones bien valen acudir al estadio. Lo dijo de manera magistral Éric Cantona: " ¿Mi mejor gol? Fue un pase". Siempre dije que ver los recortes de López Ufarte ya merecía ir a Atotxa.

A Sevilla irán a ganar las dos equipos con las aficiones empujando, bien físicamente bien a través los televisores. Real y Athletic no estarán solos. Y la magia hará que los jugadores escuchen nuestros cánticos de ánimo. Será un primer gol compartido.

¿Cuál será el resultado? No lo sé, pero me acuerdo de una brillante frase del brasileño Sócrates: "Antes que nada, el fútbol es una batalla psicológica, el aspecto humano tiene un papel significativo". Creo en las palabras de Sócrates.