Para que quede claro desde el comienzo, yo también creo conveniente que Venezuela celebre unas elecciones con garantías a la presidencia y al parlamento, como resultado de un diálogo franco y de una negociación entre el Gobierno de Nicolás Maduro y la oposición. Ninguna de las dos partes pueden ignorar la existencia de la otra y seguir actuando de manera unilateral de manera indefinida. Dicho esto añado que la gestión de Maduro es manifiestamente mejorable, pero ello no justifica el intervencionismo norteamericano que es la peor anomalía en este conflicto. Quien realmente es un peligro público para la sociedad mundial y en particular para América Latina es un tal Donald Trump, quien obsesionado por el petróleo de Venezuela y el dominio sobre la región, no precisamente por la democracia, ha montado un escenario político manipulado alrededor de un tal Juan Guaidó, autoproclamado presidente en plena calle y ante una turba de gente enfurecida.

Una autoproclamación decidida en la Casa Blanca, organizada y gestionada por el Secretario de Estado Mike Pompeo, la mano derecha de Trump. Realmente sería fácil poner en su sitio a Juan Guaidó, siguiendo su extraño recorrido en los últimos años hasta convertirse en un títere de Estados Unidos. Una vez quemados Leopoldo López y Henrique Capriles como líderes de una oposición que inflamó las calles de Caracas de actos de terror, Guaidó apareció como una alternativa más presentable y capaz de luchar contra el chavismo desde la disputa de la legitimidad institucional.

Pero no me voy a detener en quién es Juan Guaidó. Si digo que la mejor alternativa es el diálogo mejor no cargar tintas en una de las partes. Pero en todo caso no puedo dejar de denunciar al presidente Trump que ha impuesto un bloqueo económico que padece la población en general y los sectores sociales humildes en primer lugar. Que un sector social de Venezuela pida a Estados Unidos que apriete aún más en el bloqueo a su propio país, ya dice bastante sobre qué clases sociales están en uno y otro lado del conflicto. Ya es triste que una vez más, como viene sucediendo en otros conflictos, la política exterior norteamericana reúna a tantos seguidistas de derecha y otros progresistas, alineando a la Unión Europea en la lógica absurda de las sanciones, a tal punto que defensores de la democracia aceptarían sin dudar una intervención militar estadounidense si ello sirviera para derrocara Maduro. Y no digamos ya si se tratara de un golpe de Estado de los militares venezolanos. Esto último sigue siendo hoy lo más deseable para los antichavistas. Lamentable.

Observo en cambio que la posición del ex presidente Zapatero es de sentido común, en tanto que la de Felipe González siendo parte interesada en negocios que tienen que ver con Venezuela, me parece realmente propia de un impostor. Sí, me quedo con Zapatero quien dice: “Hace tiempo que pienso que buena parte de las aproximaciones a Venezuela son equivocadas (...). Las aproximaciones radicales y el fundamentalismo no valen”, afirma. Lo dice alguien que no puede ser criticado como chavista sino es con mala fe, mintiendo a sabiendas. De una manera cabal Zapatero ha cuestionado también el reconocimiento a Guaidó: “Estoy de acuerdo en promover el diálogo y el consenso y a quien se aproxime y diga respetar el derecho internacional, pero la figura del reconocimiento tendrá que ser explicada porque es algo absolutamente novedoso. Quien está representando a Venezuela en la ONU es el Gobierno de Nicolás Maduro. Me parece que es una aproximación que no ayuda”. Sin duda que Zapatero tiene una posición valiente enfrentada con muchos gobiernos, líderes políticos y medios de comunicación que se encuentran enrocados en dar la razón a Estados Unidos. Pero la posición de Zapatero no es de oídas, él no ha comprado el discurso fácil, él está comprometido con la paz en Venezuela y viaja de continuo a ese país. Sabe de qué habla.

La verdad es que suena a surrealista que alguien que cuente con el apoyo del poder fáctico de Estados Unidos, en cualquier parte del mundo pueda autoproclamarse presidente sólo porque cuenta con el apoyo decisivo del primo de Zumosol. En todo caso conviene recordar que las preocupaciones de Felipe González por Venezuela no son recientes. Tampoco son nuevos sus negocios, sus injerencias y sus actividades conspirativas en ese país caribeño. Su íntima amistad con el corrupto ex presidente Carlos Andrés Pérez fue pública y notoria. Como lo fue el que durante la presidencia de Pérez el grupo Prisa, con Juan Luis Cebrián al mando y el concurso de Felipe González, irrumpiera en Venezuela como un vendaval en el mundo de las redes comunicacionales.

La posición de González sobre Venezuela está contaminada. Él fue íntimo de quien gobernó de manera siniestra, ordenando crímenes como la masacre conocida como el caracazo, que sembró de cadáveres las calles. Luego la Corte Interamericana de Derechos Humanos condenó a Carlos Andrés Pérez y Felipe González, amigo de sus amigos, no dejó de ejercer por ello internacionalmente sus buenas artes en defensa del viejo correligionario. En el otro lado, Zapatero está trabajando en pro de un diálogo nacional que permita una salida democrática del conflicto. Creo que es la línea correcta. No lo es la de echar gasolina al fuego, jaleando a un señor que se autoproclama en las calles de Caracas mediante un simulacro legal.

No creo que nadie vea en Zapatero a un chavista escondido o disfrazado. Su receta es transparente y debería guiar la posición de instituciones, partidos políticos y medios de comunicación: diálogo, diálogo y diálogo. De ninguna manera se puede apoyar ni por activa ni por pasiva un golpe de Estado y mucho menos una intervención norteamericana. Y para hacer del diálogo una vía con posibilidades reales, sobran las sanciones, la violencia en las calles y las represiones que puedan venir del gobierno.

En pleno siglo XXI las relaciones internacionales lejos de mejorar siguen siendo una amenaza para la democracia. No funcionan principios aplicables en todo los escenarios conflictivos sino que la doble moral, el doble rasero en las decisiones, la hipocresía, la manipulación de los datos y de los hechos, y un lenguaje construido desde la mentira, desde el oportunismo y desde la subordinación al poder mundial más poderoso, están haciendo trizas los caminos de la paz. Quien está detrás de Guaidó es el mismo que está detrás del unilateralismo, la provocación, las guerras, la humillación a los palestinos, los bloqueos que dañan a poblaciones, la matonería internacional. Por más antichavista que se sea lo que no se puede es hacer excepciones cuando se trata de golpes de estado o de una intervención militar directa; no se debe jugar con principios sagrados por más que nos caiga muy mal Nicolás Maduro.

Por cierto, ya desactivaron a Naciones Unidas que debería ser el escenario democrático para la solución de conflictos mediante el diálogo y la negociación. Más Naciones Unidas y menos Estados Unidos. El mundo se está convirtiendo en una selva llena de depredadores.