Es evidente que EH Bildu y el PNV están inmersos en una batalla infinita. No se llevan bien, y a veces ni se llevan. Sus visiones sociales son diferentes y a menudo contrapuestas, pero comparten una identidad nacional vasca a pesar de que son dos partidos que representan dos ideas de la soberanía que, como líneas paralelas, nunca se encuentran. Sin embargo este escenario me parece poco o nada inteligente. Y como decía Ibarretxe, los pueblos pequeños hemos de ser inteligentes.

Claro que falta por saber si ambos partidos desean llegar al mismo destino, o por el contrario mientras el PNV parece tener como objetivo alcanzar la mayor soberanía posible en el marco de la bilateralidad dentro de un mismo Estado y con presencia en Europa, EH Bildu no se conforma con menos de un Estado Confederal, como paso a la independencia. Se trataría en los dos casos de objetivos de largo plazo, muy difíciles, más cercano el del PNV, al menos como hipótesis razonable. Pero objetivos finales aparte, me pregunto si no es posible compartir una ruta por la mayor soberanía posible, lo que en la práctica supondría un aumento notable de las personas partidarias del derecho a decidir. A día de hoy parece que no es posible y al tiempo que nos hacemos un marcaje severo a nosotros mismos, el unionismo español se regocija por más que públicamente dramatice sobre las derivas de un nacionalismo catalanizado.

Lo cierto es que ambas corrientes políticas no van a desaparecer del mapa político y están condenadas a entenderse y compartir parte de sus agendas si es verdad que quieren lo que dicen querer. Además, de un tiempo a esta parte ha surgido una tercera pata como es la de los soberanistas no nacionalistas que desde principios democráticos defienden un autogobierno pleno. Ellos, como masa crítica y participando en Gure Esku Dago pueden ayudar a un acercamiento entre los dos partidos exigiéndoles coherencia y una mirada en alto.

Ninguno de los dos partidos citados puede aspirar a lograr por si solo sus objetivos nacionales. No hay nada a la vista que permita pensar que el otro vaya a desaparecer. Las pretensiones hegemonistas pareciera que defienden una Euskadi a su medida, pero eso es sencillamente imposible. Lo lógico es que una sociedad futura, lo más soberanista posible, estará formada por diferentes espacios ideológicos y políticos. Como en cualquier otro país y Estado, habrá derechas, izquierdas, conservadores, progresistas y esa cosa que llaman centro. Una gran diversidad social que ya configura hoy mismo a nuestra sociedad presente. Por ello las estrategias unilaterales de cada partido que pretendan borrar al otro son un error, por más que se presuman como de acumulación de fuerzas. Pretender alcanzar el máximo de soberanía con partidos que se miran al ombligo no parece viable. Por el contrario, ¿no es posible identificar una agenda común que nos permita avanzar hacia un marco político nuevo y compartido? Después de eso las luchas de clases seguirán estando ahí, pero el marco sociopolítico será otro, el nuestro.

La continuidad en el menosprecio y las descalificaciones no nos llevarán muy lejos. Son la expresión de un sectarismo que va en nuestra contra. Cuando he conversado con militantes de uno y otro partido, he encontrado unos reproches tan formidables que te anulan la moral y te llevan a pensar que lo nuestro es batalla perdida, ahogados en nuestro propio barro. No me han sabido responder a la pregunta: ¿Pero es que vosotros solos, sin los otros, vais a lograr una Euskal Herria soberana? Probablemente la respuesta correcta la conocen pero no la quieren verbalizar. En la confrontación se vive mejor, al parecer.

Es verdad que el 18 de noviembre PNV y EH Bildu (Pili Zabala de Elkarrekin Podemos se sumó con voto afirmativo) votaron en el Parlamento Vasco una relación pactada y bilateral con el Estado que dé cauce al derecho a decidir. Esto es lo bueno. Lo malo es que divergen radicalmente en la estrategia a seguir para lograr semejante objetivo. O sea, mucho ruido y pocas nueces. Lo estamos viendo en el desarrollo de la reforma del actual Estatuto de Gernika. Y eso que ambos partidos afirman estar a favor del mayor consenso posible, lo cual está muy bien como voluntad política, pero se torna difícil como práctica. Los caminos seguirán siendo paralelos aunque cada equis tiempo voten conjuntamente en el parlamento vasco a favor del derecho a decidir. En la política es frecuente decir cosas que no guardan relación con la práctica que se hace. "Donde dije digo, digo Diego" es la primera dialéctica que se aprende en el oficio de la política.

Mientras los dos partidos no se decidan a ir juntos hasta donde se pueda ir juntos, no hay nada que hacer. Lo cierto es que en ambos partidos hay personas a las que les parece un disparate pensar en la posibilidad de hacer juntos un camino, prima el reproche y, sobre todo, miradas políticas con categorías que ya no sirven para hacer política en el siglo XXI. Pero esas mismas personas levantan contradictoriamente la bandera de la soberanía, lo que me lleva a pensar que estamos embarcados en una noria que da vueltas y vueltas y no pisa tierra jamás. Hay un chiste que define bien esta situación: "No sabemos a dónde vamos, pero si nos paramos a pensar nos adelantan".

Actualmente el PNV está jugando una partida en la que cree. Es una partida de actualización del Estatuto con sus luces y sombras que EH Bildu desautoriza. El razonamiento de la izquierda abertzale es que buscar un acuerdo con el PSE es tanto como cerrar con candado la vía soberanista, el PSE ni siquiera es el PSC. Pero si ese acuerdo no es posible solo quedaría la vía unilateral. Y llegados a este punto me atrevo a decir que la opinión mayoritaria de nuestra sociedad, hoy por hoy, no es favorable a la unilateralidad, dicho sea con respeto y apoyo solidario a la vía escogida por gran parte de la sociedad catalana. Lo cierto es que una diversidad de bloqueos amenaza cualquier avance.

Pienso que la metáfora de la ascensión al Everest, avanzando de campo base en campo base, es acertada. Quien se proponga hacer una subida sin paradas, o triunfa o muere. Y no creo que esta sea una buena elección. Lo cierto es que estamos instalados en un bloqueo infinito que, tal vez, solo lo podría superar un movimiento surgido desde debajo de la sociedad, con liderazgos y rostros nuevos, pensamientos y palabras nuevas. Un movimiento que haga crecer los apoyos a la mayor soberanía posible, aumentando así los porcentajes de partidarios al derecho a decidir. Esta parece ser la filosofía de Gure Esku Dago, movimiento que es una esperanza. Pero hay que reconocer que le falta fuerza y recorrido. Òmniun Cultural se fundó en 1961 y la Asamblea Nacional de Catalunya aunque solo data de marzo de 2012 ha adquirido en estos últimos años la cátedra de experiencia en conflictos nacionales.

A Gure Esku Dago, que viene haciendo un esfuerzo extraordinario, probablemente le falta más ciudadanía y menos peso de partidos políticos. Cuando los espacios estén en manos de la sociedad y no puedan ser objeto de disputas entre hegemonías todo será más fácil.

Lo dijo Carod Rovira durante su visita a Hernani donde impartió una conferencia: "No podemos repetir la vía unilateral, pero tampoco hay que esperar que un acuerdo con el Estado español nos lleve a la independencia. Nos queda poner todo el esfuerzo en el crecimiento de apoyos sociales a la República catalana. Si logramos la a dhesión del 70% de la sociedad de Catalunya, seremos imparables". Pero para lograr semejante objetivo también hace falta unidad, la que todavía no tenemos, ni ellos ni nosotros. Unidad que requiere previamente reconocer al otro: la realidad es la que es y no sirve de nada negarlo.